XVI
DOMINGO ORDINARIO
Es
cierto. Podemos contar con ello. Al mundo no le falta el rencor. En muchos países los nativos y los
inmigrantes contienden con uno y otro. Aquí
en este país (los Estados Unidos) los nativos se preocupan que la red de
seguridad esté siendo apremiada por los inmigrantes. Entretanto los inmigrantes quieren trabajar
para hacer sus vidas cómodas. Otro
conflicto envuelve los partidos políticos.
Los Republicanos reclaman que la persona puede ganar lo necesario por sí
mismo mientras los Demócratas se confían más en la necesidad de la ayuda
social. En la Iglesia los progresistas desean
muchos cambios como el divorcio mientras los conservadores insisten que lo que
hace falta es la disciplina. Tal vez
cada uno de nosotros experimentamos varias luchas en nuestra propia vida – con
la familia, en el lugar del trabajo, dentro su propio corazón. Aunque algunos
no reconozcan ningún remedio para estas contiendas, la segunda lectura hoy recomienda
a Cristo como la solución a todas.
Dice la
lectura: Cristo “es nuestra paz”. La
frase suena rara. Fácilmente llamamos a
Jesús como nuestro maestro, salvador, y médico.
Pero ¿cómo puede ser una abstracción como la paz? ¿Se entiende como la personificación de la
paz como se podría decir que Shakira es “puro entretenimiento”? O tal vez se hable de Jesús como la paz
porque la crea a dondequiera que vaya. O
posiblemente se llame Jesús “nuestra paz” porque de alguna manera se incorpora
a todos en sí mismo resolviendo las diferencias entre uno y otro. Resulta que Jesús es la paz en todos estos
tres sentidos.
Jesús
muestra la paz en sí mismo por no imponer límites a su amor. Atiende tanto a pobres como a los ricos,
tanto a las mujeres como a los hombres, tanto a los fariseos como a los pescadores. Es como si su corazón, que describimos como
sagrado, se ensanchara para cubrir el mundo entero. Sí, se altera con la injusticia pero su
consternación no queda por mucho tiempo.
Más bien se calma tan pronto como
se dé cuenta que debajo de cada malvado queda un alma tergiversada por la falta
de amor.
Más que
muestra la paz, Jesús la produce en los demás.
Como perros y gatos, los judíos y no judíos no se mezclaban. Los judíos miraban a los paganos como perdidos
vagando por el mundo incapaces de llegar a Dios. Sin embargo, por tanto que trataran, los
judíos tampoco tenían éxito alcanzar a la santidad. Sus esfuerzos siempre terminaron o en la
falta de guardar el régimen de la ley o el orgullo que rindió sus intentos
contraproducentes. Sólo Jesús pudo
reconciliar a los dos pueblos por su sangre derramada en la cruz. El sacrificio de Cristo conquistó el odio porque
fue completamente voluntario sin ninguna pista de culpa u obligación. Viviendo en la sombra de esta inmensa
auto-entrega, todos se humillan. Sentimos
la necesidad de soltar el rencor contra a los demás en conforme a su voluntad.
Juntos –
judío y no judío; latino, blanco, negro, y asiático; dueños, trabajadores, y
profesionales; mujeres y hombres – formamos un nuevo colectivo – la Iglesia. Todos tenemos distintos papeles pero el mismo
propósito: llevar a Cristo a los demás.
Los obispos gobiernan el cuerpo, pero no por eso son los más cercanos a
Dios. Los laicos tienen un papel más
retador: santificar el mundo por ordenar los asuntos temporales según el plan
de Dios. A veces las mujeres sienten excluidas
como miembros de la segunda clase en la Iglesia. Sin embargo, el papa Benedicto tiene otra
visión de la mujer. Escribe (en su libro
Jesús de Nazaret, segundo volumen):
“La estructura jurídica de la Iglesia está fundada en Pedro y los Once, pero en
la vida cotidiana de la Iglesia son las mujeres que constantemente abren la
puerta al Señor y lo acompañan a la cruz, y por eso son ellas que experimentan al
Resucitado”.
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