(Deuteronomio
6:2-6; Hebreos 7:23-28; Marcos 12:28-34)
“Cogito, ergo sum.” ¿Estas palabras suenan poderosas? Tal vez no las entienden. Pues, es una frase
latín. “Cogito, ergo sum” significan,
“Pienso, por lo tanto existo”. Parecen de
poca consecuencia, ¿no? Pero con estas tres palabritas del francés Rene
Descartes se cambió la trayectoria de la filosofía occidental. En la primero lectura hoy se encuentra otra
frase que ha tenido impacto aún más enorme.
“Shema Yisrael Adonai Elohayu Adonai Echad”. “Escucha, Israel: El Señor, nuestro
Dios, es el único Señor”. Estas palabras son del Antiguo Testamento, pero se
les dirigen a nosotros tanto como a los judíos.
Pues, como señala el Vaticano II, nosotros cristianos somos “el nuevo
Israel”. El famoso Shema continua con lo que Jesús llama el primer mandamiento:
“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu
mente, y con todas tus fuerzas”.
Amar a
Dios “con todo tu corazón” es amarlo sin división; eso es, amar a Dios sin amar
a algo que sea contrario a Dios. No se
puede decir que amemos a Dios con todo corazón si buscamos la intimidad sexual
con personas que no son nuestro esposo.
Una vez la Madre Teresa dijo que su corazón “pertenece sólo a
Jesús”. Debemos tratar de imitar a
ella. Esto no quiere decir que amemos a
Dios y seamos antipáticos o aun indiferentes para con todos los demás. Si fuera posible un amor tan exclusivo, ¡no
sería el amor para Dios! Como dice la
primera carta de san Juan, “Si no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a
Dios, a quien no ve” (I Juan 4,20).
El alma
es la sede de la vida sobrenatural. Amar
a Dios “con todo tu alma” significa amarlo para alcanzar la vida eterna que
sólo Él puede darte. Algunos preguntarán
si realmente es amor si el motivo del afecto contiene algo para nuestro propio
beneficio. Pero ciertamente pensar de
tal manera niega el complejo de la personalidad humana. Está bien amar al otro para ganar algo bueno
si nuestro propósito no es explotar a la persona por la auto-satisfacción. Hay
un poema lindo que dice: “Te amo no sólo por quien eres, sino también por quien
soy yo cuando estoy contigo”. Amamos a
Dios porque nos cumple nuestras necesidades de hoy, y nos promete la vida
eterna mañana.
Cuando
amamos a Dios con toda la mente, buscamos a saber de Él en cuanto posible. Leemos la Biblia y otra literatura
religiosa. Investigamos las grandes
cuestiones de la fe, tal como: ¿Por qué Dios tolera grandes males? y ¿Qué piensa
Dios de gentes de otras religiones?
Quizás hayamos oído el lema promoviendo las escuelas públicas: “Es
terrible el desgaste de una mente”. Ahora muchos adultos desgastan sus mentes
viendo la televisión cuatro horas por día.
Amar a Dios puede significar apagar la tele para leer, pensar, y
compartir con otras de Él.
El papa
Benedicto nos recuerda en su primera encíclica que se muestra el afecto para
Dios por la voluntad de sacrificarse por él.
La Iglesia nos manda que nos abstengamos de carne el Miércoles de Ceniza
y todos los viernes de Cuaresma. Esto es
un sacrificio pequeño que no consume mucha fuerza. Un sacrificio más grande para los matrimonios
sería que sigan la enseñanza de la Iglesia prohibiendo el uso de
anticonceptivos. Para muchas parejas eso
necesitaría toda la fuerza. Todos
nosotros podemos mostrar la fuerza del amor para Dios por conversar continuamente
con Él en la oración.
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