El domingo, 28 de octubre de 2012

EL XXX DOMINGO ORDINARIO

(Jeremías 31:7-9; Hebreos 5:1-6; Marcos 10:46-52)
La novela no es como Halloween.  Es realmente espantosa.  Tiene lugar al final de la Segunda Guerra Mundial.  Las Fuerzas Aliadas acaban de liberar a los judíos en los campamentos de concentración.  Los soldados ven en el camino figuras como sombras. Tienen que mirar una segunda vez antes de creer que son personas humanas. Pues, la hambruna experimentada en los campos ha reducido a los hombres y mujeres judías a piel y huesos. Encontramos a los israelitas en una situación semejante en la primera lectura. Quizás no sean tan descarnados pero andan con el mismo asombro de un pueblo agotado.

La lectura se toma del libro del profeta Jeremías. Él profetizó en el final del séptimo siglo antes de Cristo. Josías, un rey justo, restablecía los confines del país que había fijado el gran rey David. Ya la anteriormente todopoderosa Asiria se derrotó permitiendo la liberación de los exiliados de Israel. Los liberados – los ciegos tanto como los ojos de lince, los cojos tanto como los sanos -- se apresuraban a volverse a Israel.  Parece que todo el mundo quería servir al rey ascendiente.  A lo mejor pensaban que Josías fuera el Mesías prometido a David en una profecía.  Él aprendería los modos de Dios y tendría un reino sin término.  No más habría reyes que practicaran la idolatría de modo que Dios no les ayudara defender al pueblo.



Sin embargo, Josías no iba a vivir mucho más tiempo. Aunque fuera la esperanza de Israel, murió en una batalla con Egipto después de la liberación de Asiria.  Una vez más Israel tenía que aguantar los ultrajes de reyes caprichosos y someterse a poderes extranjeros.  La última calamidad vino dentro de cincuenta años.  Los caldeos bajo el rey Nabucodonosor conquistaron Judá deportando a muchos del pueblo de Jerusalén.  Tener a un rey militar asegurando el bien eterno del pueblo por la fuerza se probó como una fantasía.  Pues, Dios tenía en cuenta otro tipo de líder: no uno llevando espada, sino entregándose a sí mismo completamente a Su voluntad.

Desgraciadamente, muchos hoy día siguen fiándose de los poderosos.  Sea el poder de armas o el poder de votos, ser número uno depende más en quienes y cuantos uno pueda derribar que en quienes y cuantos pueda levantar del polvo.  Es realmente triste ver tanta publicidad de ataque en las campañas políticas.  Y, por supuesto, la violencia domina el entretenimiento.  También lamentable es lo largo la gente irá para ganar a otras personas en la vida diaria.  Si o no se le juzga a Lance Armstrong culpable, sabemos que las drogas afectan los deportes aun en nuestras secundarias.  Y por el deseo de sacar las notas más altas, los muchachos normales toman píldoras que se les recetan a aquellos estudiantes con desórdenes para aumentar la concentración.

La fascinación con los poderosos no se encuentra en el evangelio.  Jesús camina de pueblo a pueblo curando a los enfermos y predicando el Reino de Dios.  En el pasaje hoy él hace más caso al ciego que le pide socorro que a los muchos que lo acompañan.  Cuando le conceda la vista, Bartimeo muestra la comprensión de los modos evangélicos.  En lugar de deleitarse, él se pone en marcha siguiendo a Jesús.  Como Bartimeo nosotros somos gente con nuevo modo de ver.  Con la fe vemos en la paciencia y caridad de Jesús todo el poder de Dios.  Un hombre relata cómo él conoció la caridad de Jesús.  Como joven se enredó en las drogas y terminó enojado en la prisión.  Allá se burlaba a los servicios religiosos aunque los iba para conseguir un período de descanso. Dice que nunca jamás se habría confesado sus pecados, pero un día antes de que tuviera oportunidad de salir la capilla, hicieron la cuenta.  Él tuvo que volver a donde estaba el sacerdote lo cual le preguntó por qué nunca se confesó.  Ese día el prisionero se encontró a Jesús en el sacramento de Penitencia y le dio la vuelta a su vida.  Salió de la prisión, comenzó a trabajar, se casó y ahora es ciudadano modelo enviando a sus niños a la escuela católica.

Ahora estamos casi en las vísperas de Halloween.  Tal vez no hayamos escogido nuestro disfraz.  En lugar de ser sombra o soldado este año, ¿por qué no nos ponemos la paciencia y caridad de Jesús?  Tendríamos una nueva manera de ver.  Seríamos realmente sus discípulos.




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