El domingo, el 14 de julio de 2013


DECIMOQUINTO DOMINGO ORDINARIO

(Deuteronomio 30:10-14; Colosenses 1:15-20; Lucas 10:25-37)


En un cine, un hombre se acerca al sacerdote después de la misa.  Tiene una pregunta para el cura.  Quiere saber cómo puede ser Dios tres y uno. En parte quiere probar al cura y en parte busca la verdad.  El doctor de la ley pregunta a Jesús en el evangelio por motivos semejantes.

El hombre quiere poner a Jesús a prueba.  Antes de aceptarlo como profeta quiere probar su teología.  De una manera representa al hombre moderno que es más dispuesto a acusar a Dios por lo malo en el mundo que amarlo por lo bueno.  Hace cincuenta años el apologista del cristianismo inglés C.S. Lewis escribió un ensayo llamado Dios en el banquillo con este tema.  Según el profesor Lewis la mayoría de la gente contemporánea prefiere interrogar a Dios por qué permite las guerras, la pobreza, y la enfermedad que pedirle perdón por sus pecados. Es como si el hombre no fuera culpable de nada sino digno de reclamar por sí mismo la responsabilidad de toda la bondad de la creación.

Así muchos más buscan cómo vivir hasta noventa años que cómo vivir en paz con Dios.  Al menos el doctor de la ley hace la pregunta correcta: “… ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna?” Para él la meta no es vivir cien años con no más que un dolor de cabeza esporádico sino conocer a Dios en la gloria del cielo.  El profeta afro-americano bien mostraba el planteamiento correcto cuando dijo: “Como todos me gustaría vivir una vida larga….Pero ello no me preocupa ahora.  Sólo quiero cumplir la voluntad de Dios”.

Sin embargo, no es necesario que el doctor de la ley pregunte a Jesús lo que tiene que hacer.  Él lo sabe bien.  Tiene que amar a Dios sobre todo y amar a su prójimo como a sí mismo.  Estos deberes son tan claros como el sol naciente aunque muchos prefieren esconderse de ellos.  Hoy en día se invierte la fórmula.  Según el pensamiento corriente para llegar a la vida en plenitud uno tiene que amar a sí mismo sobre todo y amar a los demás como ama a Dios, eso es no mucho.

Desgraciadamente, muchos, incluyendo a nosotros que acudimos a la misa cada domingo, son determinados a justificarse a sí mismos por lo poco que hagan.  Porque no saben de lo que haga con la limosna, dicen que no vale ayudar al mendigo en la calle.  Sí, es cierto se puede derrochar la limosna en cerveza, pero deberían preguntarse si han hecho un donativo sustancioso a la caridad.  En el evangelio el doctor de la ley quiere justificarse por restringir el concepto del prójimo.  Tal vez – piensa – yo no sea faltando si el prójimo es sólo la familia que vive en la casa a la par de la mía.

Sin embargo, para Jesús el prójimo tiene significado mucho más amplio.  Con la parábola del Buen Samaritano Jesús ilustra lo que predicó en un famoso sermón: se debe amar a todos, hasta al enemigo.  Todo el mundo es nuestro prójimo porque todos son criaturas de Dios cuya imagen amparan en sus almas.  El padre Uwem Akpan es jesuita del África.  Ha escrito un libro, basado en sucesos verdaderos, sobre el terror que los niños experimentan en su continente.  En un capítulo el muchacho nigeriano llamado Jubril huye de una turba de musulmanes.  Es salvado por Mallam, un maestro musulmán, que lo ampara en su casa al riesgo de su propia vida y las de su familia.   En este caso es el musulmán que actúa como el Buen Samaritano de Jesús.

Jesús dice a su interrogador que imite al samaritano.  Eso es, en vez de preguntarse, ¿quién es mi prójimo? él tiene que hacerse prójimo a los demás por actos de caridad.  El mandato aplica no menos a nosotros.  Tenemos que tratar a todos con respeto, dispuestos a sacrificarnos si es necesario por su bien. Eso es, personas de otras razas, religiones, y nacionalidades.  Los negros y los blancos tienen que hacer esfuerzos para uno y otro – también, los inmigrantes y los nativos, los católicos y los evangélicos.

Realmente ¿quién es el Buen Samaritano?  ¿Es el viajero de Samaria en la parábola de Jesús? Sí, es.  ¿Es nosotros cuando ponemos al riesgo nuestra comodidad para ayudar al otro?  También, es.  Pero sobre todo es Jesucristo que nos ha salvado de la turba de este mundo para hacernos dignos de la vida eterna.  Sobre todo el Buen Samaritano es Jesús mismo.

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