El domingo, 15 de diciembre de 2013


EL TERCER DOMINGO DE ADVIENTO

(Isaías 35:1-6.10; Santiago 5:7-10; Mateo 11:2-11)


En 1860 el señor Abraham Lincoln fue elegido el decimosexto presidente de los Estados Unidos.  Se hará uno de los más cumplidos mandatorios en la historia.  Pero en los meses antes de que tomara el poder, a lo mejor muchos americanos tenían reservas de su capacidad.  Pues nunca había asistido en la universidad, y sólo tenía dos años de la experiencia en Washington como diputado en la cámara baja.  Además, alto y cuellilargo, se veía más como un fulano del campo que un estadista.  Se puede imaginar los ciudadanos preguntándose si Lincoln tendría la capacidad de guiar la nación en la crisis que la enfrentaba.  Así, guardando una duda sobre Jesús, encontramos a Juan Bautista en la lectura evangélica hoy.

Juan está encarcelado por haber dicho la verdad al rey Herodes.  Aparentemente se preocupa que la venida del mesías, que vigorosamente ha predicado, no vaya a realizarse en su tiempo.  Siempre imaginaba al mesías como hombre ambos fuerte y justo de modo que pueda echar fuera a todos los malvados del país.  Pero ya la gente habla de Jesús de Nazaret como el tan esperado Hijo de Dios.  Es otro tipo de persona: no castiga a los pecadores; al contrario, los invita a casa para dialogar sobre la bondad de Dios.  Sin embargo, Juan no queda convencido.  En una manera muchos entre nosotros hoy día asemejan a Juan.  No es que no reconozcan a  Jesús como el mesías sino que tienen inquietudes sobre la Iglesia Católica como el guardián del patrimonio de Jesús.  Les parecen a estas personas que los sacerdotes católicos son prepotentes, que los parroquianos carecen del afecto humano, y que la Ley Canónica paraliza la capacidad de la Iglesia a apoyar a la gente en sus apuros espirituales.

Esta gente, tan desilusionada que sea, debería volver a Jesús en la oración.  Él siempre es nuestro mejor amigo, no sólo aceptándonos junto con nuestras quejas sino también ayudándonos con consejos acertados.  Otros amigos escuchan nuestros problemas pero raros son aquellos que nos responden con la sabiduría que nos reta a crecer espiritualmente.  La gente con inquietudes sobre el Catolicismo necesitan preguntar a Jesús: “¿Pertenezco aquí en la Iglesia Católica o quieres que me vaya a otra comunidad de fe?”  En el evangelio Juan no tiene vergüenza a enviar a sus discípulos a Jesús con una pregunta semejante: “’¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?’”

Parece que Jesús no demora un segundo a responder.  Dice a los discípulos de Juan: “Vayan a contar a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan…y a los pobres se les anuncia el Evangelio”.  Jesús les respondería a los perplejos con la Iglesia Católica por frases del mismo matiz. Les diría algo como: “Escuchen las historias de los santos de la Iglesia como la Madre Teresa de Calcuta socorriendo a los pobres.  Miren la santidad de sus propios abuelos fortalecida por los sacramentos de la Iglesia. Fíjense cómo la Iglesia siempre está en la primera línea de defensa para los más vulnerables: los no nacidos, los inmigrantes indocumentados, y los condenados a la muerte”.

Sí, es cierto que los defectos existen en la Iglesia.  Porque está compuesta de personas humanas con sus manchas y pecados, la Iglesia no brillará gloriosamente hasta que vuelva el Salvador.  Entonces él separará el oro de la escoria dejando una comunidad resplandeciente. Por eso, son benditas aquellas personas que miran más allá de los problemas que oscurecen la faz de la Iglesia para apoyarla.  En tiempo esta genta va a ser reconocida como digna de acogerse al Señor en su retorno.  Así son las palabras finales de Jesús a Juan: “’Dichosos los que no se escandalizan de mí’”.  Eso es, aquellos que no lo rechazan por haber pasado su tiempo con los pobres y los pecadores van a aprovecharse de su victoria sobre la muerte.

Hay una pintura encantadora del Renacimiento que retrata a un abuelo y su nieto mirándose a uno y el otro en la cara.  El niño parece lleno de afecto aunque la nariz de su tata está grotescamente hinchada. El viejo, llevando un cilicio bajo su vestido, parece como hombre honrado.  ¿No captura esta pintura la relación entre la Iglesia y mucha gente hoy día?  Sí, la Iglesia tiene sus defectos.  Sin embargo, fortalecida por la gracia del Salvador, siempre vale la lealtad del pueblo.  La Iglesia vale la lealtad de todos nosotros.

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