El domingo, 26 de julio de 2015



XVII DOMINGO ORDINARIO

(II Reyes 4:42-44; Efesios 4:1-6; Juan 6:1-15)

Hay un dicho en el circo: “Nunca sigue al malabarista”. ¿Por qué? Porque el malabarista siempre deja a la gente maravillada. No importa que muchas personas puedan hacer malabarismos con tres o aun cuatro pelotas  La acción siempre llama la atención como una casa ardiente. En el evangelio hoy la gente viene a ver a Jesús como si fuera malabarista.

Jesús ha ganado fama como sanador. El evangelista san Juan informa que él ha curado a enfermos en Caná y Jerusalén. Ya llega de nuevo a Galilea con la gente acompañándolo con esperas a ver otro hecho maravilloso. En este sentido las cosas no han cambiado en los dos milenios. Nosotros también seguimos buscando novedades.  En nuestro día es la tecnología que da maravillas.  Miren cómo la gente hace filas para comprar el IPhone cuando se estrene una versión nueva.


Pero Jesús quiere que busquemos algo que satisfaremos no sólo unos días sino para siempre.  Desea que cuidemos a uno y otro como hermanos. Para ejemplificar este deseo, prueba a Felipe en voz alta: “¿Cómo compraremos pan…” para la muchedumbre que lo sigue?  Él sabe lo que va a hacer, pero quiere estimular el pensar de sus discípulos por los demás.

Entonces Jesús toma el poco pan que hay, da gracias a Dios Padre, y lo reparte entre toda la gente presente. Como en el tiempo navideño, de repente hay más comida que se puede consumir.  Pero ni es la cantidad de comestible ni su cualidad que distinga esta comida de otras. Más bien, es el espíritu de preocupación por los demás. Más que la comida al cuerpo, Jesús comparte un estilo nuevo de vivir.  No más la gente ha de existir pensando en sí mismos sobre todo.  Más bien han de pensar en el bien común.  Eso es, tienen que hacer lo que sea mejor para la comunidad.  Por la mayor parte el bien común nos llama a proveer primero el pan, el techo, y los medicamentos para nuestras propias familias.  Pero a veces tenemos que hacer sacrificios para que se suplan las necesidades a los pobres.

Cuando vivimos pensando en el otro, raramente tenemos grandes dificultades. Mucho más probable, abundaremos en frutos tanto materiales como espirituales por ser fieles al Señor. En una familia dos hijos han regresado de la universidad para el verano. En su casa se ve una continua procesión de jóvenes visitando, comiendo, y jugando. Todos se convergen allá no porque los padres son ricos, sino porque son magnánimos, eso es con grandes ánimas. No son indulgentes, sino comprensivos de las faltas de jóvenes.  No los regañan pero les dan buen consejo.  Estas virtudes son reflejadas en el evangelio por el gran recogimiento de sobras.  Los doce canastos de pan que indica la vida espiritual en abundancia que Jesús ha compartido.

Sin embargo, la gente no reconoce el regalo que Jesús está ofreciéndole. Viendo el hecho poderoso, quiere hacer a Jesús como su rey. Piensan: “Si Jesús puede multiplicar panes, entonces ¿por qué estamos quebrando nuestras espaldas en la cosecha?” Es como las personas hoy en día que quieren votar por el candidato que les hará su vida más cómoda. Pero el propósito de Jesús no es que seamos siempre cómodos. Él viene al mundo para recrear a la humanidad en el amor mutuo. Él sabe que la transformación requiere un cambio interior más que una nueva política. Cuando trabajamos por el bien de todos, nos encontramos la felicidad de los santos. También el converso tiene razón.  Cuando trabajamos sólo por nuestro propio bien, encontramos la inquietud, no importa tantas riquezas que ganemos.

Algunos de las mejores comidas son los “smorgasbords” en que todo el mundo trae su plato preferido. La gente no sólo muestra su talento de cocinar sino también su amor para sus prójimos. Unos traen pan hecho en casa; otros carnes bien especiadas; aún otros, verduras y ensaladas con un circo de sabores. Nadie tiene que quebrar su espalda pero todos disfruten de una comida de gran cantidad y cualidad. Es así porque se hace con el amor que enseña Jesús. Es así porque se hace con el amor.

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