EL DECIMOQUINTO DOMINGO ORDINARIO
(Amós
7:12-15; Efesios 1:3-14; Marcos 6:7-13)
El
Cardinal Francis George murió hace algunos meses. Era arzobispo de Chicago conocido por la inteligencia. En 2010 hizo una predicción que muchos piensan
como profética. Comenzó: “Yo anticipo
morir en la cama; mi sucesor morirá en la prisión; y su sucesor morirá como un
mártir en la plaza central”. El cardinal
tenía en cuenta la secularización creciente en el mundo actual. Pensaba que tal movimiento no va a tolerar la
Iglesia defendiendo la vida desde la concepción hasta la muerte natural y el
matrimonio como una alianza permanente entre un hombre y una mujer. Tanto la primera lectura como el evangelio
hoy muestran que la intolerancia del mundo hacia aquellos que se conformen con la
voluntad de Dios no es nada nuevo. Más
bien, ha perseguido a los fieles a través de los siglos.
Amós fue
uno de los profetas más fuertes que vemos en la Biblia. Criticó el descuido de los pobres en su
tiempo como el doctor Martin Luther King criticaba al racismo en lo
nuestro. Por todos sus esfuerzos para
devolver al pueblo Israel al camino de la justicia, encontró la desgracia de
parte de la gente. En el trozo de su
libro que hemos leído hoy, el sacerdote del santuario donde predica Amós quiere
tirarlo afuera.
En el
evangelio Jesús advierte a sus discípulos que recibirán un tal maltratamiento. Les dice que si la gente de una aldea no les
acepta como personas de buena voluntad, no han de preocuparse. No es que todos vayan a agradecerles por sus
esfuerzos. Jesús mismo recibió el
rechazo cuando regresó a Nazaret. En
lugar de angustiarse o enojarse, sus discípulos deben olvidarse de esa gente
por sacudir el polvo de su tierra de sus sandalias. En nuestros tiempos este gesto sería dejar el
lugar diciendo: “¡A Dios y hasta nunca!”
Simplemente
la manera en que los discípulos han de caminar predica. Andando sin pan, sin
mochila, sin dinero en el cinto indicarán la bondad de Dios. Él proveerá sus necesidades con creces. Pero hay un mensaje verbal también. Pedirán a los aldeanos que se arrepientan del
pecado para abrirse a los modos de Dios.
Eso es que dejen de ver a los otros como objetos para conquistar y comiencen
a apreciarlos como sujetos para hacerse amigos.
En nuestro tiempo un arrepentimiento cada vez más necesario tiene que
ver con la sexualidad. Tenemos que
apreciar la sexualidad en primer lugar
como la fuerza que nos lleva del ensimismo a relaciones amistosas con los
demás. Así también hemos de pensar en la
intimidad sexual: no es primeramente para el complacer de sí mismo sino para el
fortalecimiento del matrimonio y la procreación de hijos.
El
Cardinal George terminó su predicción famosa del futuro con una frase perspicaz.
Dijo: “El sucesor (al obispo que es
martirizado) recogerá los fragmentos de una sociedad arruinada para ayudar
reconstruir lentamente la civilización como la Iglesia ha hecho tan seguido en
la historia”. Sabemos que una sociedad
que piensa en la sexualidad principalmente como fuente de placer y la vida en
el seno como descartable no puede sostenerse por mucho tiempo. Europa está deshaciéndose ahora con este
planteamiento y tal vez los Estados Unidos la seguirán. De todos modos, no es razón de perder la esperanza. Esperamos que como vemos la decaída de los
valores honorables ahora, nuestros hijos y nietos podrán ver en el futuro su resurrección
con aún más fuerza.
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