Trigésimo
Primero Domingo Ordinario
(Sabiduría
11:22-12:2; Tesalonicenses 1:11-2:2; Lucas 19:1-10)
Se
conoce Jericó por la hazaña que hizo Dios en el Antiguo Testamento. Se reporta que las tropas israelitas rodearon la
ciudad varias veces por orden de Dios. Entonces
los muros de la ciudad se cayeron. El
resultado fue una conquista por Israel.
En el evangelio Jesús, el Hijo de Dios, realiza otro tipo de caída de
muros en el mismo lugar.
Jesús ve
a Zaqueo situado en un árbol. Lo mira con interés. Pues es hombre de baja estatura y también es
publicano. Ninguna de estas
características habla bien de la persona.
En muchas culturas hombres bajos se consideran furtivos. En la cultura bíblica el publicano siempre es
sospechoso. Pues colabora con el imperio
romano que ha sujetado a los judíos en su tierra propia. Zaqueo es como las gentes de otra raza,
lengua, o clase social que andan en medio de nosotros. Siempre levantan los ojos del pueblo.
Pero
Jesús no tendría temor de ellos. Al
contrario querría dialogar con ellos para conocerlos mejor. En el evangelio llama a Zaqueo que baje del árbol. En el principio del pasaje se dice que Zaqueo
quiere conocer a Jesús. Ya Jesús le da
la oportunidad.
Le
propone Jesús a Zaqueo que se hospedaje en su casa. No le importa lo que murmure la gente sobre el
género de su compañía. Más bien viene
para invitar a todos aún a aquellos que no son bien pensados al reino de su
Padre. Ciertamente su abrazo se extiende a nosotros
también.
Y no nos
dilatamos de ofrecérnosle. ¿Por qué no? Él
tiene la verdad que nos libra de las seducciones del mundo. Aún más importante, nos muestra el amor que satisface
nuestras almas inquietas. Es
patentemente claro a Zaqueo que la compañía de Jesús vale más que sus riquezas. Le dice a Jesús que compartirá con los pobres
la mitad de sus bienes. Es como si ha
encontrado el tesoro que hace sus propias pertenencias tan baratas como las hojas
de un roble en el otoño.
De
hecho, sí ya lo tiene. Jesús confirma esto
cuando dice: “’…ha llegado la salvación a esta casa…’” Zaqueo ha optado por
reconocer a los más pequeños como sus hermanas e hermanos. Ya realmente tiene a Dios como su Padre
porque ha puesto su vida en Sus manos. Se
le ha caído a Zaqueo los muros que lo separaron de los marginados y de Dios
mismo.
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