LA SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO,
18 de junio de 2017
(Deuteronomio
8:2-3.14-16; I Corintios 10:16-17; Juan 6:51-58)
Se
pensara que una parroquia con la adoración perpetua sería poco activa. Pues, buscar a feligreses para rezar delante
del Santísimo Sacramento ciento sesenta ocho horas por semana es en sí un reto
grande. Tal vez quisiéramos preguntar: “¿Cómo
la parroquia podría encontrar a personas para llevar comidas a la gente sin recursos
o para visitar a los asilos de ancianos?”
Sin embargo, en mi experiencia sirviendo en una parroquia con la
adoración veinticuatro-siete vi a la gente participando en muchos
ministerios. Pareció que la adoración
engendró una variedad de actividades. ¿Cómo podría ser?
Creo que
la razón queda en el contenido de la adoración.
Más tarde o más temprano el que adora se preguntará: “¿Qué es esta cosa
delante de mí?” y “¿Qué es el propósito de estar aquí mirándola?” Estas preguntas le llevan al descubrimiento
que el objeto en su enfoque no es una cosa sino una persona. De hecho, da cuenta que la hostia en el
custodio es el que dice en el evangelio hoy: “’Yo soy el pan vivo que ha bajado
del cielo…’” Es Jesucristo, el Hijo de
Dios que vino al mundo para compartir la vida divina con los seres humanos.
El
propósito de la vigilia es darse cuenta de esta acción divina. Dicen algunos que la Eucaristía es para
consumirse no para adorarse. Pero ¿cómo
se podría apreciar una comida rica sin tener el tiempo para saborearla? La contemplación delante del Santísimo asemeja
el saborear la comida más rica que hay. Es
revolver en la mente lo que significa que el magnífico Dios se limitó a sí
mismo para compartir nuestro lote humano.
De hecho, hizo dos sacrificios que muestran lo extenso de su amor para
el mundo.
Además
de hacerse hombre, Dios se entregó a sí mismo a una muerte horrífica. Se dice que la crucifixión era una de las
formas de tortura más crueles siempre inventadas. Causa no sólo dolor agudo y largo sino
también la muerte de la asfixia. Pues sólo
un sacrificio tan grande podría recompensar el egoísmo humano que sabemos bien
es inmenso.
Si su
sacrificio nos ha quitado el pecado, querremos preguntar cómo deberíamos
responder a su gracia. También se puede
buscar la respuesta en la contemplación delante del Santísimo. San Pablo escribe a los corintios que forman los
miembros del cuerpo de Cristo. Y así
somos nosotros. Le servimos por ayudar a
los demás, particularmente a los pobres e indefensos. Un católico comprometido cuenta de su
experiencia como un entrenador de un equipo de voleibol compuesto de jóvenes
supuestamente “incapacitados”. Dice que
los muchachos tuvieron una simpatía tremenda no sólo para uno y otro sino para
él también. Se le pregunta: ¿qué les falta más a los “atletas especiales”: el
interés de otras personas o la oportunidad de competir? Contesta que sí algunos tienen el impulso de
competir pero todos responden al amor.
Hoy se
celebra el Día de Padre en muchos países.
Es ocasión para honrar a nuestros padres por sus aportes a nuestro bien. Vemos en su trabajo, su acompañamiento, y sus
consejos una vislumbre del sacrificio que nos ha hecho Jesucristo. Y vemos en nuestro aprecio de nuestros padres
una semejanza de nuestra respuesta a Jesucristo. Como somos agradecidos de ser partes de sus
familias, somos deseosos a servir como miembros del Cuerpo de Cristo. Es cierto; somos deseosos a servir como miembros del Cuerpo de Cristo.
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