El
tredécimo domingo ordinario
(II
Reyes 4:8-11.14-16; Romanos 6:3-4.8-11; Mateo 10:37-42)
Hace
cincuenta años la guerra en Vietnam se prolongaba despiadadamente. Muchos soldados americanos y muchos más soldados
vietnamitas estaban matándose. La
matanza creó una división en el corazón de los jóvenes estadounidenses. Les llamaron la atención la crítica de los
protestadores reclamando la injusticia de la guerra. Al otro lado del debate interior estuvo la
advertencia de sus papas que habían luchado en la Segunda Guerra Mundial. Estos hombres insistían que sólo era
patriótico apoyar la guerra. Porque a
menudo se define el patriotismo como “amor del patria”, la cuestión tiene que
ver con el evangelio hoy.
Jesús
dice a sus apóstoles que no deberían amar a sus familiares más que a él. Se puede añadir a la lista de parientes que
apunta Jesús: padre o madre, hijo o hija, “su patria”. No deberíamos amar a nuestra patria tampoco más
que a Jesús. Amar primero a Jesús, que
es la verdad, requiere que hagamos esfuerzos para corregir los errores de
nuestra patria. Pero mucha gente cita la frase: “Mi patria, correcto o
incorrecto”. Eso es, quieren defender su
país de todas críticas aun cuando el gobierno esté en error. Ciertamente este planteamiento no es
virtuoso.
Realmente
no debería ser conflicto entre el amor para la patria y el mayor amor para
Jesús. Pues cuando amamos a Jesús sobre
todo, querremos ser como él. Querremos
imitar la justicia de Jesús para rendirle a nuestra patria su deber. Desearemos inculcar su fortaleza para
soportar las dificultades en el desempeño de nuestra responsabilidad. Y procuraremos a practicar la prudencia de
Jesus por escoger los medios apropiados en cada situación. Asimismo no tenemos que preocuparnos que
nuestra opción principal para Jesús disminuya nuestro compromiso para los
parientes. Es así porque el amor que rindamos
a Dios ordena nuestro amor a los demás de modo que sea más enfocado y más
puro. El amor a Dios es como la luz de
un láser. Brilla con tanta intensidad
que haga maravillas.
En los
Estados Unidos se celebra el Día de la Independencia esta semana. Muchos otros países también tienen el día de
la patria durante el verano. Evidentemente
el calor da a las multitudes la inquietud de sacudirse de los gobiernos
opresivos. De todos modos, cuando haya
oportunidad durante las festividades deberíamos reflexionar acerca de las grandes
cuestiones que afrontan nuestro país. Tenemos
que preguntar cómo Jesús resolvería los problemas. Una es el estado de los inmigrantes en el
país ilegalmente. Porque han contribuido
significativamente al bienestar de todos, ¿qué se puede hacer por ellos? Otra cuestión tiene que ver con el cuidado de
la salud. ¿Cómo se puede garantizar que
todos – tanto los pobres como los ricos -- tengan acceso a los tratamientos
eficaces que existen? Finalmente, la guerra
en el medio oriente sigue con fuerza. ¿Es prudente enviar tropas allá para terminarla? Para encontrar resoluciones justas y
prácticas a estos y otros problemas tenemos que entrar más en el amor de Jesús. Es así con todo, ¿no? Para hacer cualquiera cosa bien, tenemos que
entrar más en el amor de Jesús.
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