El domingo, 29 de octubre de 2017

EL TRIGÉSIMO DOMINGO ORDINARIO

(Éxodo 22:20-26; I Tesalonicenses 1:5-10; Mateo 22:34-40)

El suicidio, tan horrible como sea, se ha hecho casi en una epidemia.  Es probable que un miembro de nuestra familia haya considerado a tomar su propia vida.  De hecho, el porcentaje de los suicidios ha crecido veinticinco por ciento en los últimos veinte años.  Un reporte reciente dice que diecisiete por ciento de los estudiantes en las secundarias norteamericanas han contemplado seriamente el suicidio.

No se sabe exactamente por qué tantas personas piensan en el suicidio.  Sin embargo, una teoría que llama la atención tiene que ver con la aislamiento.  La gente no sale tanto con otras personas como antes.  Tampoco viene a la iglesia con tanta frecuencia.  Tampoco visitan las casas de uno y otro tanto.  Curiosamente con el creciente uso de Facebook y otros medios sociales muchos se sienten más aislados que nunca.  Pasan mucho tiempo con solamente sus celulares preguntándose si son aceptables a los demás.

Para afrentar esta crisis deberíamos escuchar bien las palabras de Jesús en el evangelio.  Nos dice que tenemos que amar a Dios sobre todo.  Aunque no podemos ver a Dios con los ojos, Él nos hace posible este amor.  Nos envía al Espíritu Santo que nos mueve a amar a Él sobre todo.  Amando a Él, como nos pide la Iglesia, nos encontramos con otras personas acudiendo al templo. 

El segundo mandamiento que Jesús cita es aún más relevante aquí.  Hemos de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.  Es necesario que amemos a nosotros mismos por cuidar a nuestro bien tanto psicóloga como físicamente.  Si nos encontramos a nosotros mismos tan deprimidos que pensemos en el suicidio, tendremos que buscar la ayuda profesional.  También el mandamiento nos exige a amar a los demás.  Lo hacemos en diferentes maneras: visitar a los asilos de ancianos, aportar a las caridades, prestar la mano a un vecino en necesidad, etcétera.  Hay otra cosa importante que podemos hacer sin gran dificultad.  Habría menos aislamiento y más calor humano si nos esforzamos a saludar a todos que encontramos con una sonrisa.


Hace poco un hombre de treinta y pico años se suicidó por saltar del Puente Golden Gate en San Francisco. Después de su muerte su psiquiatra con el examinador médico entró el apartamento del hombre.  Hallaron su diario personal con estas palabras escritas como la entrada final: “Voy a caminar al puente. Si una persona se me sonríe en al camino, no voy a saltar”.  Este hombre no era el único a lo cual faltaba el calor humano.  Por eso, es preciso que tratemos a todos con más cariño.  

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