EL TRIGÉSIMO DOMINGO ORDINARIO
(Éxodo
22:20-26; I Tesalonicenses 1:5-10; Mateo 22:34-40)
El
suicidio, tan horrible como sea, se ha hecho casi en una epidemia. Es probable que un miembro de nuestra familia
haya considerado a tomar su propia vida.
De hecho, el porcentaje de los suicidios ha crecido veinticinco por ciento
en los últimos veinte años. Un reporte
reciente dice que diecisiete por ciento de los estudiantes en las secundarias
norteamericanas han contemplado seriamente el suicidio.
No se
sabe exactamente por qué tantas personas piensan en el suicidio. Sin embargo, una teoría que llama la atención
tiene que ver con la aislamiento. La
gente no sale tanto con otras personas como antes. Tampoco viene a la iglesia con tanta
frecuencia. Tampoco visitan las casas de
uno y otro tanto. Curiosamente con el
creciente uso de Facebook y otros medios sociales muchos se sienten más aislados
que nunca. Pasan mucho tiempo con solamente
sus celulares preguntándose si son aceptables a los demás.
Para
afrentar esta crisis deberíamos escuchar bien las palabras de Jesús en el
evangelio. Nos dice que tenemos que amar
a Dios sobre todo. Aunque no podemos ver
a Dios con los ojos, Él nos hace posible este amor. Nos envía al Espíritu Santo que nos mueve a
amar a Él sobre todo. Amando a Él, como
nos pide la Iglesia, nos encontramos con otras personas acudiendo al
templo.
El
segundo mandamiento que Jesús cita es aún más relevante aquí. Hemos de amar a nuestro prójimo como a
nosotros mismos. Es necesario que amemos
a nosotros mismos por cuidar a nuestro bien tanto psicóloga como
físicamente. Si nos encontramos a
nosotros mismos tan deprimidos que pensemos en el suicidio, tendremos que
buscar la ayuda profesional. También el mandamiento
nos exige a amar a los demás. Lo hacemos
en diferentes maneras: visitar a los asilos de ancianos, aportar a las
caridades, prestar la mano a un vecino en necesidad, etcétera. Hay otra cosa importante que podemos hacer
sin gran dificultad. Habría menos aislamiento
y más calor humano si nos esforzamos a saludar a todos que encontramos con una
sonrisa.
Hace poco
un hombre de treinta y pico años se suicidó por saltar del Puente Golden Gate en San Francisco. Después de
su muerte su psiquiatra con el examinador médico entró el apartamento del
hombre. Hallaron su diario personal con
estas palabras escritas como la entrada final: “Voy a caminar al puente. Si una
persona se me sonríe en al camino, no voy a saltar”. Este hombre no era el único a lo cual faltaba
el calor humano. Por eso, es preciso que
tratemos a todos con más cariño.
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