El VIGESIMOSÉPTIMO DOMINGO ORDINARIO
(Isaías
5:1-7; Filipenses 4:6-9; Mateo 21:33-43)
La
lectura del profeta Isaías me recuerda de los muchachos en la escuela. Como el viñador remueve tierra, quita
piedras, etcétera para producir una viña, así los estudiantes tienen que esforzarse. Al menos si van a tener una carrera como la
medicina o la ingeniería, tienen que leer libros, cumplir tareas, y desvelarse
estudiando.
De una
manera semejante queremos ser muy deliberados para realizar el reino de Dios
dentro de nosotros. Es cuestión de remover
las tierras de egoísmo y quitar las piedras de codicia que dominan nuestros
corazones. Esto no es a decir que el yo
deba ser reprimido, sino al contrario.
Es reconocer la paradoja que nos presenta Jesús: para encontrar la vida
hay que perderla. Es darnos cuenta de que
no somos singulares sino herederos de la vida eterna junto con todos creyentes. Es quedarnos conscientes de la necesidad de
colaborar con los demás por el bien de todos.
Sí son
importantes la diligencia y la cooperación.
Pero es aún más preciso lo que Pablo recomienda en la segunda
lectura. Tenemos que fomentar un
espíritu de oración para ser justos. Por
poner a Dios primero, no vamos a tener un sentido exagerado de nuestro valor. Ni vamos a estar cohibidos por las jactancias
de los demás. Se dice que Santo Tomás de
Aquino siempre rezaba hasta que llorara antes de estudiar o de enseñar. Será una práctica provechosa para nosotros
también. Pero que sea sincera nuestra oración,
no un hábito irreflexivo o, peor aún, una táctica para impresionar a los otros.
En la
vida vamos a ver muchos escollos alrededor de nosotros. Una psicoterapita acaba de nombrar a
uno. Dice que el Internet ha facilitado
el engaño en los matrimonios. Escribe
que los hombres y mujeres ya pueden comunicarse fácilmente con los novios
anteriores. Es sólo una de las muchas
fuerzas tratando de sofocar la voz de Dios en la conciencia. Como los viñadores en la parábola abusan a los
enviados del propietario, hay políticos y líderes de los medios que intentan a
superar el sentido de lo justo y bondadoso.
Gritan y echan palabrotas que inclinan a la gente más a los prejuicios
del pasado que relaciones amistosas en el futuro.
Nosotros
en cambio queremos construir nuestras vidas sólidamente sobre la piedra angular
de Jesús. Sus palabras se han hecho los
muros que nos defienden contra los engaños de los malvados. Sus sacramentos nos han regado para resistir el
calor del odio y la sequía de la indiferencia. Basado en Jesús, nosotros podemos ver cada vez
más claramente que personas de otras lenguas y naciones son nuestras hermanas y
hermanos.
En el Evangelio
según San Juan después de la resurrección, María Magdalena confunde a Jesús con
un jardinero. Sin embargo, paradojamente
en un sentido Jesús es jardinero. Nos
cultiva las tierras de nuestras vidas.
Al menos nos ayuda sacar las piedras de codicia para que produzcamos los
frutos del Reino de Dios.
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