EL VIGÉSIMA OCTAVO DOMINGO ORDINARIO
(Isaías
25:6-10; Filipenses 4:12-14.19-20; Mateo 22:1-14)
¿A dónde
va el tiempo? Acabamos de tener un
cambio de estaciones. ¿A dónde fue el
verano? Anticipamos un nuevo ciclo de
fiestas: el Día de los Muertos, el Día de Acción de Gracias, el Día de la
Virgen, la Navidad y el Año Nuevo, el Miércoles de Ceniza y la Pascua. ¿A dónde han ido estas fiestas del
pasado? Las lecturas de la misa hoy nos
provee una respuesta a nuestros interrogantes.
El gran pensador
san Agustín escribió: “Si no me preguntan, sé lo que es el tiempo. Pero si me preguntan, no lo sé.” Como la realidad, el concepto del tiempo es
ilusivo. Parece como una dimensión de la
existencia material como lo largo, lo ancho, y lo alto. Sin embargo, distinto de las extensiones del
espacio parece que el tiempo no permite que se retroceda. No obstante, en algunos sentidos el tiempo
deja sus huellas. Los geólogos ven lo
que ha pasado por las etapas de materias en las formaciones de roca. Asimismo, un abogado asegura que las
experiencias del pasado marcan la cara de modo que se pueda conocer la persona
por estudiar su faz. Según él, rayas en
la mandíbula significan que la persona ha sufrido y una frente alta indica la
inteligencia.
Por
supuesto cada humano tiene la memoria para recuperar el pasado. Aunque no permite que cambiemos los sucesos, al
menos nos facilita un mejor entendimiento de lo que ha tenido lugar. Más al caso, el alma nos lleva tanto al
pasado como al futuro. Pues, es el alma
que escoge hacer lo bueno o lo malo. Por
eso, algunos parecen acongojados porque soportan el peso de pecados pasados. Entretanto otros esperan el futuro con calma
porque siempre han tratado de complacer al Señor.
La
primera lectura y también el evangelio manifiestan los resultados de la
elección del alma. Describen el banquete
de Dios al final de los tiempos. En la
mesa se sientan todos los que han optado por Dios. Se ve
la confluencia de los tiempos por los antiguos presentes dialogando con los
modernos. Podemos imaginar
conversaciones entre tales personajes como Alberto Einstein y Tomás de Aquino. No son espíritus porque la resurrección de
los muertos habrá tenido lugar. Además,
necesitarán sus cuerpos para disfrutarse de los “vinos exquisitos y manjares
sustanciosos” de que escribe Isaías.
El
banquete no es exactamente un premio de ser bueno; más bien refleja la bondad
de Dios hacia Su familia. Por esta razón,
nos sorprendemos cuando se echa afuera un convidado por no llevar traje de
fiesta. Pero el vestido no es de lujo de
modo que los pobres no puedan comprarlo.
Realmente es algo que se pueda proveer en la puerta como en las iglesias
de Roma se dan a las turistas rebozos para cubrir sus hombros. El traje de fiesta representa una vida de obras
buenas que se esperan de los hijos de Dios.
No llevarlo es como haber desgastado la vida. Es decir – como Jesús advierte que no se haga
– “Señor, Señor” sin poner en práctica sus palabras.
Al final
de una película todos los personajes se
encuentran en iglesia recibiendo la Santa Comunión. Están allí tanto los que murieron en el drama
como los vivos, tanto los que estaban en la pantalla sólo un minuto como los
principales. “¿A dónde va el tiempo?” Según
esta película se va llevando a todos a alabar al Señor. El tiempo lleva a todos a la alabanza al
Señor.
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