El domingo, 15 de abril de 2018


EL TERCER DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 3:13-15.17-19; I Juan 2:1-5; Lucas 24:35-48)


Hace cincuenta años el hombre era seminarista.  Ya no asiste en la misa.  Según su esposa, no más cree en la resurrección de la muerte.  Su duda no es nada nueva.  Se la dirigió San Pablo en la Primera Carta a los Corintios.  Escribió: “…si los muertos no resucitan, tampoco Cristo pudo resucitar”.  Pero Pablo sabía bien que Cristo había resucitado desde que se le apareció.  Vemos otros testigos a la resurrección de Cristo en el evangelio hoy.

Jesús aparece entre sus apóstoles.  Es cierto que no es fantasma.  Pues tiene cuerpo.  Aun invita a sus discípulos que lo toquen.  El argumento decisivo viene cuando Jesús come en su presencia.  Sin embargo, su cuerpo se difiere de los cuerpos de nosotros.  Ello puede aparecerse y desaparecerse a voluntad.  Evidentemente aun pasa por puertas cerradas.  Otra diferencia es que no se identifica fácilmente.  Los discípulos que lo encontraron en el camino a Emaús no lo conocían al principio.  Sólo cuando partió el pan pudieron reconocerlo. 

Hay otra evidencia en este evangelio que Jesús ha resucitado.   Se muestra cómo él ha cumplido las escrituras hebreas, incluso la resurrección de la muerte.  Sobre todo Jesús cumple la profecía de Moisés lo cual escribió: “El Señor hará que un profeta como yo surja entre sus hermanos…El que no escuche a ese profeta será eliminado del pueblo” (Deuteronomio 18,18-19).  También refleja perfectamente al Siervo Doliente del profeta Isaías que sufrió por los demás.  Finalmente cumple el salmo que dice: “…no me abandonarás en el lugar de los muertos ni permitirás que tu Santo experimentará la corrupción” (Salmo 16,10).

Se ha notado que Jesús se aparece a los creyentes en los evangelios.  Encuentra a María Magdalena, Pedro, y otros discípulos después su resurrección.  El escéptico querrá preguntar: si Jesús quería ser reconocido como resucitado por todos, ¿no debería mostrarse a testigos neutrales?  La verdad es que ha hecho algo más determinante.  Aún hay un testigo de la resurrección que no sólo puede considerarse como neutral sino antipático a Jesús.  Pablo está persiguiendo a los cristianos cuando se le aparece Jesús.  Ciertamente el reverso completo de este hombre astuto da peso a la veracidad de las apariciones.

La conversión de Pablo sirve como modelo para la salvación.  En la primera lectura San Pedro está listo para exculpar a los judíos de la muerte de Cristo.  Dice que actuaron en la ignorancia de quién era.  Pero queda firme en la necesidad para el arrepentimiento.  Si quieren salvarse, los judíos tienen que arrepentirse en el nombre de Jesús.  En la lectura hoy de la Primera Carta de Juan, se extiende la oferta de la salvación al mundo entero.  Añade el autor que la salvación requiere que se cumplan los mandamientos de Jesús.  Jesús mismo ha resumido estos con la obligación de amar a Dios sobre todo y amar al prójimo como a sí mismo.

¿Puede ser salvado alguien que no crea en Jesucristo pero cumpla sus mandamientos de amor?  Es posible que sea ignorante de quién es por la mal conducta de los cristianos.  El gran humanitario Mahatma Gandhi escribió que él fue repulsado por el prejuicio de los cristianos que él conocía como joven.  Por eso, se puede decir posiblemente uno pueda ser salvado sin la creencia firme en Cristo.  Pero tenemos que añadir que la creencia en él nos provee el motivo más palpable para amar a todos: su promesa de la vida eterna.

El evangelio hoy termina con el mandato de predicar la salvación en Cristo a todas las naciones.  Es de nosotros cristianos hoy en día tanto como los apóstoles del primer siglo para llevarlo a cabo.  Nunca ha sido fácil.  Pues, nos escucha el mundo no tanto por lo que decimos sino por lo que hacemos.  Por eso, queremos arrepentirnos de cualquiera forma de prejuicio que tengamos para conformarnos a los mandamientos del amor.  Queremos conformarnos al amor de Cristo.

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