EL SEXTO DOMINGO DE PASCUA
(Hechos
10:25-26.34-35.44-48; I Juan 4:7-10; Juan 15:9-17)
La Hermana de
la Misericordia María Chin era persona cumplida. Tanto en obras como en palabras ella
sobresalió. Una vez describió esta experiencia
formativa de su carácter. Cuando todavía
era muchacha, una religiosa se la llevó a un leprosorio en su país nativo
Jamaica. Llegaron a la puerta de una leprosa
llamada Miss Lilian y la tocaron. Desde adentro contestó una voz alegre,
“Entren.” La jovencita saltó adentro con
mucha emoción, pero una vez allá quedó paralizada. Enfrentaba a una mujer con cara completamente
destrozada. La leprosa ofreció a María
su mano que era no más que un tocón sin dedos.
Le dijo a María, “Pon tu mano en la mía.” “No puedo; tengo miedo,” gimió la muchacha. “Sí, puedes,” respondió Miss Lilian, “…mira
las flores del campo. Dios no permite
que les llegue el daño.” Dijo la hermana
Chin que no sabía cómo le pasó, pero en un instante su mano quedó en la de la leprosa. Entonces, sintió una onda de poder llenando
su cuerpo hasta su propia alma.
En un instante
María Chin aprendió la esencia del amor.
El verdadero amor, que llamamos también la caridad, no es
simplemente desear lo bueno para el otro.
Más bien, es la unión del alma con la de otra persona. Esta unión va a costarnos mucho. Pues estamos comprometiéndonos al bien de él
o ella. Como enseña la segunda lectura,
el modelo de este amor es Dios enviando a Su Hijo al mundo para salvarlo. Tal vez la descripción del amor que hizo el gran
escritor ruso Fiador Dostoievski nos ayudará. En una novela escribe: “El amor en acción es una cosa áspera y espantosa
comparada con el amor de los sueños…”
El verdadero amor no es fácil. Por esta razón Jesús habla en el evangelio
hoy del mandamiento del amor. Si fuera algo fácil, ¿tendría que obligarnos
a cumplirlo? Vemos este amor en los
hijos que cuiden de su madre o padre con Alzheimer. Se privan de oportunidades de hacer
vacaciones aún de ir al cine para atender las necesidades del otro 24/7.
A veces el amor requiere que
estiremos nuestros límites para incluir al otro. En la primera lectura Pedro tiene que cambiar
su parecer acerca de quien sea su hermano.
Pensaba que sólo pudiera compartir la fraternidad de la mesa con los judíos
que guarden la ley. Sin embargo, la
presencia del Espíritu Santo a Cornelio le enseña la necesidad de abrir su
corazón par en par. Tiene que aceptar a
los gentiles que crean en Jesucristo como hermanos también. De igual modo es necesario que veamos a los
musulmanes, los testigos de Jehová, y los masones como al menos hermanos y
hermanas potenciales.
Tal vez nuestra época impida
el proyecto del amor. Vivimos en un
tiempo con invenciones que quiten la pena de muchos trabajos. La mayoría de las casas tienen lavadoras de
ropa si no de platos. Empezamos a pensar
que el amor debe cumplirse tan fácilmente.
Pero no es así. Más tarde o más
temprano el verdadero amor cuesta. Es
una búsqueda continua para el bien del otro que conlleva el compromiso. No es fácil pero es beneficioso. El amor no sólo ayuda al otro sino nos lleva a
nosotros más cerca a Dios. Él es nuestro
destino en la vida, lo que nos importa sobre todo. El amor nos lleva más cerca a Dios.
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