EL QUINTO DOMINGO DE PASCUA
(Hechos
9:26-31, I Juan 3:18-24; Juan 15:1-8)
Hace
poco hubo un espectáculo en el pueblo.
Por tres noches seguidas se presentó una obra dramática en el teatro
municipal. Según un reporte era
escandalosa. Tenía referencias al sexo obsceno
desde el principio hasta el fin. Una
pareja dijo que no hubo nada de valor artístico. A lo mejor han existido espectáculos
destacando la desnudez desde siempre y cines pornográficos desde la invención
de la cámara cinematográfica. Lo que es
relativamente nuevo es la introducción de estas cosas en los centros culturales. Es prueba de la verdad de la profecía que
hizo el papa San Pablo VI hace cincuenta años.
En el
año 1968 Pablo VI publicó su encíclica sobre la transmisión de la vida humana, Humanae Vitae. Él tenía que declararse en la cuestión social
más ardiente al tiempo: el uso de métodos artificiales para controlar el número
de hijos en un matrimonio. Muchos
querían que él cambiara la enseñanza de
la Iglesia condenando anticonceptivos. Pues había mucha preocupación sobre los
efectos de poblaciones crecientes en los países subdesarrollados. También surgían entonces nuevos métodos de
control la fertilidad más efectivos y, supuestamente, seguros.
Sin
embargo, el papa decidió en contra de la anticoncepción artificial. Dijo que Dios ha construido el acto conyugal como
ambos procreativo y unitivo. Por eso, si la persona humana intenta separar
estos dos significados en la realidad, estaría ofendiendo el plan del Creador. Tal ofensa tendría consecuencias negativas
que el papa predijo. Ahora, después de dos
generaciones se puede observar que el papa tenía toda razón.
Una
consecuencia lamentable del uso global de anticonceptivos ha sido el
crecimiento de abortos. Con las píldoras
anticonceptivas disponibles en todas partes el varón no más se siente a sí
mismo responsable para un embarazo inesperado.
Razona: es la culpa de ella por no usar la píldora. Entretanto, o por vergüenza o por razones
económicas la mujer muchas veces opta a abortar la creatura.
El uso
de anticonceptivos ha convertido la intimidad sexual de una expresión de amor a
un modo de placer. El resultado ha sido
la desvalorización de la mujer. Ya no es apreciada tanto como una pareja de
vida y una madre. Más bien, es mirada
como un objeto con lo cual se puede jugar.
Aunque este abuso siempre ha sido conocido, regularmente fue escondido
por razón de miedo. Sólo el año pasado cuando
una serie de mujeres declaró contra un cacique de Hollywood, se hizo creíble la
depredación sexual en escala grande. Ahora
mujeres en diferentes carreras están contando historias similares en el
movimiento “MeToo” (“YoTambién”.
Una
consecuencia trágica del uso de anticonceptivos que Pablo VI no previo es la
soledad. Ya en varias naciones del
occidente muchos mayores viven y mueren solos.
No es inaudito que se descubren sus cadáveres sólo cuando empiezan apestar. No queriendo tener a hijos, ellos encontraron
el método para realizar su deseo fácilmente disponible.
Estos
sucesos tristes dan testimonio a las lecturas hoy. En la segunda lectura San Juan pide a su
audiencia que amen no solamente de palabra sino “de verdad y con obras”. Se puede aplicar estas palabras a las parejas
que hablan de amor pero un amor defectivo.
Particularmente los no casados quieren sacar sentimientos de placer y
júbilo con el acto sexual. Sin embargo,
no quieren hacer el sacrificio por el bien del otro que constituye el amor de
verdad. En el evangelio Jesús llama a sí
mismo la vid y nosotros los sarmientos.
Quiere que pertenezcamos en él para que Dios Padre pueda podarnos de
errores. La Iglesia es el Cuerpo de
Cristo. Qué nos quedemos files a ella
para que sus enseñanzas nos quiten ideas erróneas.
El uso
global de anticonceptivos ha resultado en mucho sufrimiento. Es triste porque el mundo actual podría
haberlo evitado. Si hiciera caso al papa profético San Pablo VI, el amor
conyugal sería más plenamente “de verdad y con obras”. Es tiempo para nosotros católicos dar a la
encíclica Humanae Vitae otra lectura.
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