El domingo,16 de septiembre de 2018


EL VIGÉSIMO CUARTO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 50:5-9; Santiago 2:14-18; Marcos 8:27-35)


El monseñor Richard Sklba ha sido un don para la Iglesia Católica.  Entrenado como erudito bíblico, se hizo obispo auxiliar de Milwaukee.  A través de los años ocupaba varios puestos responsables en la Conferencia de los obispos estadunidenses y en la Asociación bíblica católica de América.  Vale la pena ponderar lo que el monseñor Sklba escribió sobre el evangelio de hoy. “…todos nosotros somos seguidores de Pedro – dijo -- pues nuestros testimonios de Cristo son muy inmaduros e imperfectos”.

En el evangelio Pedro nombra a Jesús correctamente como “el Mesías”.  Él reconoce bien que Jesús ha venido para salvar a Israel.  Sin embargo, Pedro equivoca cuando piensa que Jesús no vaya a sufrir en su obra de la salvación.  Nunca le ocurriría a Pedro en esta etapa de su vida que Jesús sea como el Siervo Doliente en la primera lectura.  Eso es, que aguantará golpes y tormentos, insultos y salivazos para cumplir su objetivo. 

Jesús es el primero para corregir el error de Pedro. Le dice que actúa como Satanás cuando piensa que no es del Mesías a sufrir.  En tiempo esta enseñanza, que ya le parece incomprensible, se hará más razonable.  Pedro atestiguará a la resurrección de Jesús después de su muerte en la cruz.  Verá cómo su sacrificio no resulta últimamente en su muerte sino en la vida de la gloria.

Los líderes de la Iglesia recientemente han experimentado el aprendizaje duro de Pedro en este evangelio.  Como Pedro no quiere pensar en un Mesías que sufra, algunos obispos no querían que la Iglesia fuera malpensada.  Por eso escondían los pecados de sacerdotes-abusadores.  En lugar de quitar a los culpables del ministerio los transferían a nuevos sitios.  Sí a veces lo hicieron con la asesoría de los psicólogos que los culpables eran conscientes y contritos de sus crímenes. Sin embargo, ignoraron las leyes que requerían el reportaje de tales crímenes a las autoridades. Más lamentable, preocupados por la reputación de la Iglesia, los obispos pasaron por alto las necesidades graves de las víctimas.  Les permitieron a sufrir a solas las memorias de violación y abuso.

Desgraciadamente la misma cosa tiene lugar con demasiada frecuencia en las familias.  Particularmente turbante es el hecho que las niñas están abusadas por familiares con impunidad.  Los abusadores no están corregidos por sus crímenes.  A veces los padres ni siquiera escuchan a sus hijas mencionar lo que les han hecho un tío o un primo.  Dicen que no quieren crear problemas en la familia.  Sin embargo, los problemas solamente crecen con el silencio.  Las víctimas se sienten cada vez peor acerca de sí mismas y los abusos continúan. 

En la segunda lectura Santiago pregunta: “¿De qué sirve a uno decir que tiene fe, si no lo demuestra con obras?”  Santiago tiene en cuenta el descuido de los pobres, pero se puede aplicar su interrogante al abuso sexual.  ¿De qué nos sirve creer en la salvación de Jesús si vamos a permitir el abuso de niños?  ¿No es que para probarnos como discípulos suyos tengamos que llevar a la justicia a los abusadores y socorrer a las víctimas?  Ciertamente estos interrogantes se aplican a las familias tanto como a la Iglesia.

Nos cuesta hablar del abuso sexual.  Es como el famoso elefante en el cuarto que nadie quiere mencionar por miedo de suscitar al animal.  Pero a no ser que queramos vivir continuamente con la amenaza, tenemos que hacer algo.  Dios nos ha enviado a Su Hijo para salvarnos del abuso sexual y otros pecados.  Contando con su justicia tenemos que corregir a los culpables y ayudar a las víctimas.   

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