El vigésimo sexto domingo ordinario, 30 de septiembre de 2018
(Números
11:25-29; Santiago 5:1-6; Marcos 9:38-43.45.47-48)
En un
cine el protagonista es predicador evangélico.
Se llama a sí mismo “el Apóstol”.
En una escena este predicador mira a un sacerdote bendiciendo una flota
de botes de pesca. No muestra ningún
enojo o envidia. Sólo comenta: “Ellos
hacen las cosas en su manera, y yo en mi manera. Ambos de nosotros cumplimos la tarea”. De una manera el Apóstol muestra la misma
apertura de Jesús en el evangelio hoy.
Juan
viene alterado a Jesús. Los discípulos
han encontrado a un exorcista trabajando en su nombre. Porque no era de los doce, buscan la
aprobación del Señor por haberlo prohibido.
Se quiere preguntar: ¿Qué es el problema al fondo? ¿Es que el exorcista tiene una doctrina
extraña? A través del Nuevo Testamento hay gran preocupación por enseñanzas
falsas. Pero el texto no dice nada de
doctrina, sólo que el exorcista hizo un servicio en el nombre de Jesús. A lo mejor los doce resienten que un no
conocido se atrevería a hacer el ministerio suyo. Recordamos cómo eran los doce que recibieron
la comisión de expulsar demonios. También
nos acordamos del pasaje del domingo pasado.
Los discípulos entonces discutían entre sí quién era el más
importante. Los discípulos todavía no están
purificados de sus tendencias a pecar.
Tienen tan gran orgullo que no quieren que nadie se meta en su campo de
ministerio. En contraste Jesús no tiene
una mente estrecha. Quiere que todos experimenten los frutos del Reino de
Dios. Rechaza la petición de Juan
firmemente: “’Todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor’”.
Se ha
dicho que el orgullo fue el primer pecado.
Adán y Eva comieron la fruta prohibida porque querían ser grande como
Dios. Se puede ver fácilmente cómo el
orgullo lleva a otros pecados en nuestras vidas. Por el orgullo caemos en la envidia cuando
nos entristecemos con el éxito del otro.
Por el orgullo mentimos para esconder nuestras faltas. En estos modos actuamos en contra de este
evangelio hoy. Jesús está pidiendo que
sus discípulos sean perfectos para que no causen escándalo a la “gente
sencilla”. Habla de manera exagerada para
enfatizar su posición: “’Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela…’”
Tenemos el ejemplo de San Francisco de Asís, cuyo día festivo vamos a celebrar
esta semana.
Francisco solía decir que él era un pecador desdichado. Cuando sus compañeros le dijeron que no era
posible, él les respondió que era la verdad.
Dijo que a pesar de que Dios le había dado tantos dones, él no se los
aprovechaba plenamente. Aunque nos
parece exagerado su reclamo, tenemos que decir que Francisco de ningún modo era
orgulloso. Al contrario, era muy
humilde. Lo admiramos por su sencillez y
por su compromiso completo a los modos de Jesús. Tanto como cualquier santo,
Francisco merece nuestra imitación.
Moisés
dice en la primera lectura: “’Ojalá que…descendiera sobre todos ellos el espíritu
del Señor". Es lo que ha pasado con
la resurrección de Jesucristo de la muerte.
Todos sus discípulos, incluyendo a nosotros por el Bautismo, son
purificados de los pecados. Ya podemos
desvestirnos del orgullo. Ya podemos hacer
lo bueno, evitar lo malo, y nunca causar escándalo. Ya podemos ser si no perfectos, al menos
mucho mejor que antes.
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