EL VIGÉSIMO CUARTO DOMINGO ORDINARIO
(Éxodo
32:7-11.13-14; Timoteo 1:12-17; Lucas 15:1-10)
Durante
la cuaresma escuchamos la bella parábola
del hijo pródigo. Ahora tratamos las dos
parábolas que la preceden. Las historias
de la oveja perdida y de la moneda perdida tienen el mismo tema que la del hijo
pródigo. Forman un testimonio del amor
de Dios para cada uno de nosotros.
Retratan a Dios como siempre listo para perdonar nuestros pecados. De hecho lo describen como buscándonos cuando
lo fallamos.
Sí,
pecamos aunque nos cuesta admitir el hecho a veces. La dificultad puede ser que
no vemos a nosotros mismos como entre los pecadores grandes. Pero la verdad es que como jóvenes hacemos
varios actos indiscretos. Tal vez decepcionemos a una persona querida. O
posiblemente nos aprovechemos de una persona ingenua. Aún como mayores nos encontramos a nosotros
mismos blasfemando después de beber mucho. O quizás miremos la pornografía en
un momento desesperado. Es posible
también que seamos culpables de pecados tan atroces que los hayamos ocultado de
nuestra consciencia. Tal vez hayamos
cometido el adulterio o aun tenido aborto.
De todos modos cada uno de nosotros hemos ofendido a Dios y lastimado a
los demás.
Cristo
nos ha venido para decirnos: “Está bien”.
No tenemos que preocuparnos de estos pecados. Dios los perdona una vez que nos los
arrepintamos. Él nos concede un nuevo
arranque de la vida de modo que los pecados ya no cuenten contra nosotros. Es como un equipo de fútbol. Su record del año pasado no lo retarda en la
nueva temporada. Comienza de nuevo con
cero victorias y cero derrotas.
Algunos
quieren preguntar: ¿por qué Dios es tan misericordioso con nosotros? Las primeras lecturas de la misa hoy nos
ofrecen respuestas posibles. En la
primera Moisés sugiere que Dios perdona los pecados del pueblo porque tiene que
cumplir sus promesas a Abraham. Pero no
es cierto que Dios tenga que perdonar desde que los Israelitas han abandonado
sus obligaciones de la alianza. En la
segunda lectura Pablo propone otra
posibilidad. Sugiere que Dios perdona los pecados para utilizar a los
perdonados como instrumentos en su plan para salvar al mundo. Esto es cierto pero deja con la pregunta:
¿por qué Dios quiere salvar al mundo?
Dios es
misericordioso con nosotros porque es tan perfecto que no quiera nada por sí
mismo. Sólo quiere compartir su bondad
con cada uno de sus creaturas. Es como
la persona tan rica que no tiene ningún interés en hacer más plata. Sólo desea usar sus millones por el bien de
los demás. Por eso, Dios se alegra con
el arrepentimiento de un pecador. Como
el pastor que halla su oveja, la mujer que encuentra su moneda, y el padre que
tiene a su hijo regresado, Dios quiere compartir su gozo con todo el mundo.
Algunos quedan
ofendidos por las muestras del amor de Dios para los pecadores. Se preguntan si la celebración de nuestro
retorno a Dios va a arruinarnos como grandes muestras de afecto pueden
consentir a niños. Por esta razón los
fariseos y escribas murmuran contra Jesús cuando lo ven comiendo con los
publicanos. Pero siempre tenemos que
reparar el daño que nuestras ofensas han causado. Si hemos estafado a alguien, tenemos que
recompensarles o al menos tratar de hacerlo. Además hacemos la penitencia para
corregir nuestras tendencias pecaminosas.
Si somos culpables de la gula, deberíamos ayunar para controlar nuestros
apetitos. Si hemos mirado la
pornografía, deberíamos meditar sobre el significado de la sexta
bienaventuranza: “Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”.
La
palabra misericordia proviene de dos palabras latinas: cor, que quiere decir corazón, y miseria. Dios, que superabunda en la misericordia, comparte el
corazón miserable del pecador. Por eso,
ha enviado a Jesús que nos dice: “Está bien”.
Jesús nos corrige de nuestras tendencias pecaminosas. Sólo tenemos que arrepentirnos de nuestros
errores.
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