El domingo 13 de octubre de 2019


El VIGÉSIMO OCTAVO DOMINGO ORDINARIO

(II Reyes 5:14-17; II Timoteo 2:8-13; Lucas 17:11-19)


¡La lepra!  La palabra sola nos llama la atención.  No sólo a nosotros sino a gentes en todas partes y a través los siglos.  Lo que se llama “la lepra” en las Escrituras no es la misma enfermedad que nos amenaza hoy en día.  Sin embargo, provoca la misma preocupación y temor.  Por eso, podemos entender la curación de Naamán en la primera lectura como reflejo de la buena nueva del evangelio.  Sí la historia tuvo lugar ocho cientos años antes de Cristo.  Sin embargo, tiene los elementos evangélicos principales.  Dios se compadece de un marginado y lo levanta de su miseria. 

Aunque sea general, Naamán sufre el rechazo de la gente por la lepra.  A lo mejor los niños corren de él cuando el general entra en su presencia.  Los adultos no van a reírse de su condición impura en frente de él.  Pero nada les impedirá de burlarse de él en secreto.  Por eso, Dios, siempre compasivo con los que sufren, lo sana. 

No deberíamos pensar que Dios ama solamente a los indigentes y los enfermos.  No, su afecto alcanza a todos porque todos nosotros andamos en la necesidad.  ¿Quién puede negar que algunos tengan más recursos que otros?  Pero al fin de cuentas todos somos súbditos al error, a la soledad, y a la muerte.  En otras palabras, la condición humana más tarde o más temprano nos causará el temor y la angustia.  Podemos contar con Dios para responder a nuestra necesidad con la compasión. 

Se ve el plan de Dios para todos los hombres y mujeres reflejado en la vida, muerte, y resurrección de Jesucristo.  Aunque él era Dios, se empobreció a sí mismo para hacerse hombre.  Se humilló a sí mismo aún más por aceptar la condenación a la muerte aunque no tuvo ningún pecado.  Pero Dios no lo dejó sin la vida.  Más bien lo levantó del sepulcro a una vida gloriosa.  El mismo Jesús prometió un destino semejante a todos que renuncian sus pecados para seguir sus modos. 

San Pablo afirma este mensaje evangélico en el trozo de su carta a Timoteo que escuchamos hoy.  No hay ninguna sombra de duda cuando dice: “’Si morimos con Cristo, viviremos con él; si mantenemos firmes, reinaremos con él’”.  Por decir “morir con Cristo” Pablo significa el sacrificio del yo por el amor a Dios y el prójimo.  La vida de Pablo da testimonio a este auto-sacrificio.  Sufre azotes, náufragos, y cadenas para servir al Señor como su apóstol. ¿Quién de nosotros duda que Pablo reine con Dios en la vida eterna?

El evangelio hoy también destaca la gran misericordia de Dios a los marginados.  Jesús cura a los diez leprosos cuando se le piden.  Pero sólo uno regresa a Jesús para mostrarle el agradecimiento.  A este Jesús le imparte una doble bendición.  Ya lo ha curado de la enfermedad aterrorizada.  Ahora le concede la salvación.  Es así en toda la historia.  Jesús ha sido una doble bendición al mundo entero.  Sus discípulos han curado y han educado a miles de millones en su nombre.  Aquellos de estos beneficiados que lo sigan reciben además la salvación en su nombre.

Hemos escuchado la buena nueva del evangelio.  También hemos experimentado los beneficios de Jesús en nuestras vidas.  Queremos ya agradecerlo y servirlo para que recibamos también la doble bendición de la salvación.  Queremos servirlo para que recibamos la salvación. 

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