EL CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO
(Isaías
7:10-14; Romanos 1:1-7; Mateo 1:18-24)
Todos
nosotros soñamos. Y nuestros sueños son
de diferentes tipos. En la noche
nuestros sueños rebosan de las emociones del día anterior. ¿Jamás has soñado de ser cazado por una
fuerza malvada? Probablemente fuiste
amenazado el día anterior. Otro tipo de
sueño ocurre más durante el día. Soñamos
de la realización de nuestras esperanzas más profundas. Este es cómo Martin Luther King podía decir:
“Tengo un sueño”. El Doctor King soñaba
de una nación libre de prejuicios. Estos sueños son partes de la experiencia
humana. Hoy en el evangelio encontramos
a un hombre que sueña. Pero su sueño no
es del origen humano.
José, el
esposo de María, sueña de un ángel con mensaje de Dios. El ángel le revela que María ha concebido por
obra del Espíritu Santo. También dice
que José tiene que ponerle al niño el nombre “Jesús” que quiere decir “el SEÑOR
salva”. Pues Jesús salvará al pueblo de
sus pecados por entregar a sí mismo a la cruz.
Siendo el Hijo de Dios, su sacrificio del yo en obediencia del Padre
redimirá a los hombres de sus pecados.
Aunque sean múltiples, el ofrecimiento de esta persona justa los
expiará. Dios no más será separado de
su pueblo. Ni siquiera la muerte podrá
terminar la relación entre los dos. Por
esta razón, se llama Jesús también “Emmanuel” -- "Dios con nosotros".
Jesús ha
morado entre todos los seres humanos hasta el día hoy. Nos acompaña por medio de la Iglesia, su
cuerpo. El papa y los obispos relatan su
voluntad. El año pasado el papa
Francisco nos dio una enseñanza sobre cómo celebrar la Navidad. Exhortó que no nos perdiéramos en las fiestas
y el consumismo de la temporada. Más
bien recomendó que repliquemos la primera Navidad por guardar espacio para el
silencio en el corazón. Allí nos
sobrecogeremos con la maravilla de Dios haciéndose hombre.
Una vez
dos misioneros subieron una montaña en Honduras el día después de la
Navidad. Querían compartir con los
campesinos de un pueblo la alegría navideña.
Cuando llegaron, encontraron el
grupo de adolescentes en la iglesia. Preguntaron
a los muchachos de sus regalos navideños.
Pero recibieron respuestas que les sonaron raras. Los adolescentes hablaron de sus promesas
para ser mejores hijos e hijas. Dijeron
que iban a rezar más a Jesús. Para ellos
los presentes navideños no eran lo que recibieron sino lo que dieron al niño
Jesús. Que cmparemos esta experiencia con
lo que pasa a menudo alrededor al árbol navideño en sociedades
consumistas. Los niños están buscando
ferozmente sus regalos. A menudo hay
muestras de disgusto si no lágrimas. No
es que no reciban nada sino no recibieron el iPhone u otro producto consumista
que querían. ¿Cuál de los dos grupos
piensan ustedes tiene la alegría verdadera de la Navidad – los campesinos o los
consumistas? Así Jesús nos viene para
compartir nuestra existencia. Es tenerlo
como amigo que nos alegra.
La
primera lectura cuenta del rey Ajaz de Judá muchos siglos antes de
Jesucristo. Dice que el rey rechazó la
oferta de Dios para darle una señal de su preocupación para el pueblo. Que no seamos tan tercos como este rey. Ser menos ocupados con regalos y más atentos
del drama del pastorcillo nos daremos cuenta del significado verdadero de la
Navidad. No es para darnos sueños de fiestas
grandes sino es para recordarnos que Jesús ha llegado. Jesús ha llegado para ser nuestro amigo.
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