EL TERCER DOMINGO DE ADVIENTO
(Isaías
35:1-6.10; Santiago 5:7-10; Mateo 11:2-11)
¿Conocen
el nombre “Babe Ruth”? Era el jugador de
béisbol más famoso en la primera mitad del siglo veinte. Dicen que no se miraba como un gran
atleta. Era gordo con piernas
delgadas. Pero podía pegar
jonrones. En una temporada pegó sesenta;
en otra, cincuenta y nueve. Su historia
es semejante con lo que pasa entre Juan Bautista y Jesús en el evangelio hoy.
Juan
manda a sus discípulos a Jesús. Quiere
saber si Jesús es el mesías; eso es, el que volvería la gloria a Israel. Según la historia Dios prometió a David que
estableciera un trono para siempre para su descendiente. Juan se enteró de Jesús. Sabe que ha hecho maravillas pero a la vez
recibe reportes inquietantes. Jesús no
denuncia a los malvados con palabras fogosas como esperaba Juan del “el que ha
de venir”. Ni coacciona a la gente para
que siempre se comporte rectamente. Más
bien, Jesús come con los pecadores y cura a los enfermos sólo por expresar fe
en él. Juan se pregunta: “¿’…tenemos que
esperar a otro’” para cumplir la promesa de Dios?
El problema
no es que Jesús haga algún mal. El
problema es que Juan se equivoca en su concepto del ungido de Dios. Desgraciadamente algunos entre nosotros
tenemos conceptos equivocados acerca de Jesús. Estos conceptos no son
completamente falsos. Sin embargo, pueden
crear dificultades para nuestro seguimiento del Señor. Vamos a describir tres de estos conceptos engañosos
ahora: Jesús, el hacedor de maravillas; Jesús, el ascético pasivo; y Jesús, el
revolucionario.
Algunos
piensan en Jesús como el que va aliviarlos de todos sus problemas. Piensan que si rezan, Jesús los sacará de
todos sus líos. Y ¿quién puede negar que
Jesús no le haya ayudado? Pero nuestros
rezos no garantizan que desaparezcan todos problemas. De hecho, Jesús promete que sus seguidores
serán perseguidos. Sin embargo, podemos
contar con Jesús para la fortaleza de enfrentar los desafíos de la vida.
Algunos
cristianos insisten en ver a Jesús como un ermitaño que ha abandonado toda
esperanza para el mundo. Lo retratan
como un “santo de Dios” que sólo espera el mundo que va a venir. Es cierto que Jesús es profeta con una
crítica profunda del mundo. Sin embargo,
por el amor al hombre Jesús es más empeñado a transformar la maldad del mundo que
maldecirla. Hay un proverbio: “Es mejor
encender una vela que maldecir las tinieblas”.
Jesús enciende mil velas. Y pide que
nosotros sus seguidores hagan lo mismo.
A veces
se ve Jesús como un revolucionario. Como
un Che Guevara Jesús supuestamente sólo busca el avance social de los
pobres. En esta perspectiva no le
importa a Jesús la rectitud personal: la fidelidad, la honradez, la
piedad. Sí es cierto que Jesús siempre
tiene en mente a los pobres. En el
evangelio hoy Jesús aun menciona la predicación a los pobres como marca de su
autoridad. Pero primero Jesús viene para
llamar a individuos al reino de Dios.
Para entrar en ello la persona tiene hacer dos cosas: dejarse ser amado por Dios y arrepentirse de sus pecados.
Pensamos
en Jesús como viniéndonos de modo especial en la misa navideña. El espíritu de bondad y la alegría entre la
gente nos conllevan el sentido que Jesús está muy cerca. Nos hace falta una perspectiva correcta de
quien viene. Jesús entra en nuestras vidas
como el que comparte nuestra carga. Él
va a enseñarnos gentil pero también firmemente como ser fiel, honrado, y
piadoso. Al seguirlo, vamos a formar una
sociedad que apoya a sus pobres y cuida a sus niños.
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