El domingo, 8 de diciembre de 2020


EL SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO 

(Isaías 11:1-10; Romanos 15:4-9; Mateo 3:1-12)


El padre Juan era encargado de la disciplina en un colegio para los muchachos.  De más de seis pies de estatura con manos grandes y huesudas, llamaba mucha atención.  Para añadir a su imagen fuerte el padre Juan nunca se vio sonriendo.  Si te viera corriendo en el pasillo o subiendo la escalera descendiente, te detendría.  Te diría a quitar los lentes. Y te daría una bofetada.  El golpe te lastimaría un poco, pero no te habría dejado herido.  Te sentirías no tanto ofendido como determinado no desobedecer ninguna regla en el futuro.  El padre Juan era temido sí pero aún más respetado.  Todo el mundo lo consideraba como hombre justo.  Era como Juan en el evangelio hoy.

Juan predica el arrepentimiento.  Quiere que la gente cambie su corazón.  En lugar de buscar el privilegio, que sirvan a los demás.  En lugar de pensar siempre en el placer, que traten de agradar al Señor.  Hombres vienen de todas partes para escuchar a Juan.  Aun los fariseos quieren someterse a su bautismo.  Pero Juan no acepta la virtud falsa.  “’Raza de víboras’” – llama a los hipócritas – “’… Hagan ver con obras de arrepentimiento y no se hagan ilusiones…’” 

Juan da el motivo de arrepentirse.  Dice: “’…el Reino de los cielos está cerca’”.  Eso es, el tiempo de la paz eterna está para irrumpir en la tierra.  Nadie describe el reino de Dios con mayor imaginación que el profeta Isaías en la primera lectura.  Cuando venga el reino, todos los enemigos serán reconciliados.  Los lobos vagarán entre los corderos sin molestarlos.  Las osas dormirán a la par de las vacas sin ningún problema.  Los muchachos marcharán en los campos de víboras sin causar la preocupación de sus padres. Según Isaías se inicia el reino con un líder nuevo de Israel.  Será no sólo justo sino perspicaz de modo que juzgue siempre de la verdad.  Tendrá la capacidad de guardar inactivos a los impíos con simplemente las palabras de su boca. 

San Pablo en la segunda lectura atestigua que se ha cumplido la profecía de Isaías.  Dice que con la predicación de Jesucristo ya “los paganos alaban a Dios”.  Exhorta la harmonía entre judíos y paganos en la comunidad romana como testimonio aún más grande.  Algo parecido se puede ver en nuestras comunidades constituidas de personas de diversos orígenes.  Particularmente entre los latinos personas de diferentes razas y naciones cooperan sin dificultad.

Si los fariseos podían fingir la virtud, ciertamente los cristianos pueden hacerlo también.  Tenemos que escuchar las advertencias de Juan dirigidas a nosotros. Aun si acudimos a la iglesia todos domingos, tenemos que decir la verdad y evitar la impureza.  Una cosa es llevar la imagen de la virgen en la procesión el doce de diciembre.  Pero es mucha mayor cosa llevar la Santa Comunión a los ancianos en el asilo cada domingo. 

En el evangelio Juan se viste de pelo de camello y come langostas, no del mar sino de la tierra.  Así Juan apenas parece como uno participando en una de nuestras fiestas navideñas.  Pero siempre deberíamos pensar en Juan entre nosotros en las fiestas.  Pues su mensaje de arrepentimiento nos ayudará moderar nuestros apetitos.  Juan nos recuerda que hemos de dar testimonio a Jesucristo.  Tanto por reconciliarnos con los enemigos como por evitar la impureza los demás reconocerán a Jesucristo.  Entonces el mundo sabrá que el reino está realmente cerca.  Sabrá que Jesucristo está para llegar.

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