EL SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO
(Isaías
11:1-10; Romanos 15:4-9; Mateo 3:1-12)
El padre
Juan era encargado de la disciplina en un colegio para los muchachos. De más de seis pies de estatura con manos
grandes y huesudas, llamaba mucha atención.
Para añadir a su imagen fuerte el padre Juan nunca se vio
sonriendo. Si te viera corriendo en el
pasillo o subiendo la escalera descendiente, te detendría. Te diría a quitar los lentes. Y te daría una
bofetada. El golpe te lastimaría un
poco, pero no te habría dejado herido.
Te sentirías no tanto ofendido como determinado no desobedecer ninguna
regla en el futuro. El padre Juan era
temido sí pero aún más respetado. Todo
el mundo lo consideraba como hombre justo.
Era como Juan en el evangelio hoy.
Juan
predica el arrepentimiento. Quiere que
la gente cambie su corazón. En lugar de
buscar el privilegio, que sirvan a los demás.
En lugar de pensar siempre en el placer, que traten de agradar al
Señor. Hombres vienen de todas partes
para escuchar a Juan. Aun los fariseos
quieren someterse a su bautismo. Pero
Juan no acepta la virtud falsa. “’Raza
de víboras’” – llama a los hipócritas – “’… Hagan ver con obras de
arrepentimiento y no se hagan ilusiones…’”
Juan da
el motivo de arrepentirse. Dice: “’…el
Reino de los cielos está cerca’”. Eso
es, el tiempo de la paz eterna está para irrumpir en la tierra. Nadie describe el reino de Dios con mayor
imaginación que el profeta Isaías en la primera lectura. Cuando venga el reino, todos los enemigos
serán reconciliados. Los lobos vagarán
entre los corderos sin molestarlos. Las
osas dormirán a la par de las vacas sin ningún problema. Los muchachos marcharán en los campos de
víboras sin causar la preocupación de sus padres. Según Isaías se inicia el
reino con un líder nuevo de Israel. Será
no sólo justo sino perspicaz de modo que juzgue siempre de la verdad. Tendrá la capacidad de guardar inactivos a
los impíos con simplemente las palabras de su boca.
San
Pablo en la segunda lectura atestigua que se ha cumplido la profecía de
Isaías. Dice que con la predicación de
Jesucristo ya “los paganos alaban a Dios”.
Exhorta la harmonía entre judíos y paganos en la comunidad romana como
testimonio aún más grande. Algo parecido
se puede ver en nuestras comunidades constituidas de personas de diversos
orígenes. Particularmente entre los
latinos personas de diferentes razas y naciones cooperan sin dificultad.
Si los
fariseos podían fingir la virtud, ciertamente los cristianos pueden hacerlo
también. Tenemos que escuchar las
advertencias de Juan dirigidas a nosotros. Aun si acudimos a la iglesia todos
domingos, tenemos que decir la verdad y evitar la impureza. Una cosa es llevar la imagen de la virgen en
la procesión el doce de diciembre. Pero
es mucha mayor cosa llevar la Santa Comunión a los ancianos en el asilo cada
domingo.
En el
evangelio Juan se viste de pelo de camello y come langostas, no del mar sino de
la tierra. Así Juan apenas parece como
uno participando en una de nuestras fiestas navideñas. Pero siempre deberíamos pensar en Juan entre
nosotros en las fiestas. Pues su mensaje
de arrepentimiento nos ayudará moderar nuestros apetitos. Juan nos recuerda que hemos de dar testimonio
a Jesucristo. Tanto por reconciliarnos
con los enemigos como por evitar la impureza los demás reconocerán a
Jesucristo. Entonces el mundo sabrá que
el reino está realmente cerca. Sabrá que
Jesucristo está para llegar.
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