EL TRIGÉSIMO PRIMER DOMINGO, 31 de octubre de 2021
(Deuteronomio
6:2-6; Hebreos 7:23-28; Marcos 12:28-34)
Mis amigos
me quieren. ¡Gracias a Dios! Desean que
tenga una vida larga. Me regalan
diferentes comidas para extender mis años.
Una amiga me ha dado agave que, dice, tiene muchas propiedades
sanas. Otra me ha regalado una botella
de vinagre de sidra de manzana. Dice ella
que un cucharón diariamente resiste la mayoría de las enfermedades. Estoy agradecido a estas personas por su cuidado. No dudo que sus remedios me ayuden. Pero prefiero fiar en el consejo de Moisés en
la primera lectura para asegurarme de muchos años.
Dice Moisés
que el pueblo Israel puede prolongar su vida si teme al Señor con el guardar de
sus mandatos. Sobre todo, el pueblo
tiene que reconocer que existe un solo Dios, que es el Señor. No debe adorar a ningún otro, sea planeta,
objeto artesano, emperador, o una ideología como la primacía del dinero. Estas cosas son solo creaturas de segunda
importancia.
Entonces
Moisés proclama el mandamiento supremo.
La gente ha de amar a Dios con todo su ser. Este mandamiento nos deja con preguntas:
¿Cómo se puede mandar el amor? ¿No es el
amor una pasión que nos sentimos o no? Y
¿cómo se puede amar a una entidad que parece tan remoto como Dios en los
cielos? Las respuestas a estas
inquietudes exigen la meditación.
La segunda
lectura nos da la clave para responder a la última pregunta. Llama a Jesús el Hijo de Dios que posee su
naturaleza divina. También Jesús
comparte nuestra vida humana. Por eso,
lo conocemos como un hermano igual con nosotros en todo menos el pecado. Dios no debe ser considerado como más allá
que las nubes sino más cerca de nosotros que aún nuestros vecinos. Los israelitas tenían un sentido de la
presencia de Dios en el templo. Sin
embargo, esta presencia era completamente espiritual. No reclaman como nosotros que han podido
palparlo con sus manos.
Al
referirse a la primera lectura, Jesús nos instruye cómo amarlo en el evangelio. Tenemos que amarlo con todo el corazón, con
toda el alma, con toda la mente, y con las fuerzas. Es un pedido grande. De alguna manera tenemos
que encontrar modos para cumplir lo que dice.
El corazón es la sede de las emociones, entre las cuales es el
anhelo. Anhelamos a Jesucristo cuando
pensemos en cuan maravillosa persona es.
Se atrevió a tocar leprosos para curarlos. Podía, como dice una canción famosa, caminar
sobre el agua y calmar el mar tempestuoso.
Sabía todo de la samaritana sin haberla conocido. ¿Quién no lo anhelaría?
El alma
sirve como la fuente de la animación por la persona humana. Al amar a Jesús con toda el alma significa
que vivamos por él. Cumpliremos esta
tarea cuando lo hagamos tanto el modelo como el propósito de nuestra vida. Es lo que hizo San Martín de Porres. Este santo negro de las Américas tenía gran
devoción a Cristo crucificado.
Testimonios de su vida incluyen historias de él postrado ante el
crucificado con brazos extendidos imitando la forma de la cruz. Más al caso, como Jesús Martín siempre tuvo
misericordia en los pobres, los enfermos, y en los hambrientos.
La mente
nos hace posible el pensar. Amarlo con toda la mente requiere que estudiemos
para conocer a Jesús mejor.
Principalmente, esto es una “lectio divina”, la meditación sobre
el evangelio. Abarca también la
literatura vasta sobre la Biblia y la Iglesia.
Con muchas personas grandes, el más que conozcamos de ellos, el menos
los apreciamos. Las revelaciones de las
vidas privadas de John Kennedy y Martin Luther King, por ejemplo, han manchado su
carácter. Pero no es así con Jesús. Lo más que conozcamos a él, lo más lo
amaremos.
Amamos a
Jesús con todas las fuerzas cuando nos agotemos trabajando por él. Esto no significa tanto que gastemos nuestra
energía haciendo peregrinajes, aunque es buen ejercicio. Como todo el mundo sabe, Jesús se identifica
en el evangelio con “los menos de sus hermanos”. Por eso, amamos a Jesús cuando atendamos a
los necesitados. En Dallas hay una
pareja de México que ha desarrollado un ministerio carcelero. Toda semana visitan a los encarcelados
compartiendo el amor de Cristo.
Dice un poema famoso: "¿Cómo te amo? Déjame contar las formas". Entonces la poeta describe su amor para su marido como alto y profundo, puro y apasionado. Aunque sean muy bellas sus palabras, no dicen más que Jesús prescribe para nuestro amor para Dios. ¡Qué lo amemos con todo el corazón, toda el alma, toda la mente, y con todas las fuerzas!
PARA
REFLEXIÓN: Nombra los “dioses” que competen con Dios, el Señor, en tu
vida. Nombra también los modos por los
cuales amas a Dios con todas las fuerzas.
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