EL VIGÉSIMO NOVENO DOMINGO ORDINARIO
(Isaías
53:10-11; Hebreos 4:14-16; Marcos 10:35-45)
Las noticias
recientes acerca de la Iglesia han sido penosas. En Roma un cardinal está siendo juzgado por
la estafa de cientos de millones de dólares.
Más devastador es el reporte de Francia sobre el abuso de niños por los
sacerdotes. Los investigadores han notado
más que tres ciento miles de casos.
Evidentemente, como los hijos de Zebedeo en el evangelio hoy, algunos
líderes de la Iglesia actual desconocen las enseñanzas de Jesús.
En el
pasaje Jesús advierte a los hermanos de la precaria de pensarse como grande. Santiago y Juan le han pedido que les
otorgara los puestos más altos en su reino.
No le habían caso antes cuando hablaba de la necesidad de humillarse a
sí como un niño. El impulso para el orgullo es tan fuerte dentro del hombre que
le mueva a traicionar este principio básico de Jesús. No es inaudito que un político busque un
oficio público o un joven busque el sacerdocio para considerarse a sí mismo como
cumplido. Pero una vez que aceda al
cargo, no sabe que hacer ni le interesan mucho sus responsabilidades.
Nos
sentimos que a nuestras vidas les falta algo valioso si otras personas no nos
reconocen como importante. En un sentido
somos como los dirigidos de la Carta a los Hebreos en la segunda lectura. A lo mejor “los hebreos” son cristianos judíos
del primer siglo que pensaban dejar la fe.
Porque tenían que sufrir un poco sin realizar la promesa del Señor,
quieren dejar la fe. El escritor tiene
que recordarles que Jesús conoce tanto sus ansiedades como su sufrimiento. Más al caso, el objetivo de la espera para
Jesús es compartir su gloria por haber participado en su sacrificio.
La primera
lectura cuenta del “sirviente doliente”.
Se encuentra este personaje en cuatro pasajes de la segunda parte del
Libro del Profeta Isaías. Nunca se da
nombre a este santo, pero los judíos lo han visto como el pueblo entero de
Israel que ha sufrido tanto por la historia.
Sin embargo, nosotros cristianos lo hemos interpretado de manera
diferente. Encontramos en sus
sufrimientos el perfil del sacrificio de Jesucristo. Entregó su vida para aliviar nuestras
penas. Se fatigó a sí para que veamos la
luz de la sabiduría divina. Se contó
como un criminal para que fuéramos libres del pecado. A sus modos, no a las de los grandes del
mundo, tenemos que conformar nuestras vidas.
Todavía a
veces nos sentimos ansiosos en el seguimiento de cerca de Cristo. Nos cuesta interiorizar la esperanza que
Jesús vendrá con la gloria para sus seguidores.
Viendo a otras personas jactándose de sus logros, nos preguntamos si vale
servir como Jesús. Querríamos la
atención que la gente les dan a ellas.
En estos momentos deberíamos fijar en la paciencia que Jesús tiene
primero con Santiago y Juan, entonces con todos los doce. No los critica, mucho menos los maldice por
no entender sus palabras. Como un
hermano les explica amorosamente la voluntad del Padre. También es nuestro hermano. Nos ama y nos habla en nuestras conciencias
de su apoyo. ¿Cómo podríamos dejar tan
excelente persona?
Se dice que
el comandante de compañía es uno de los cargos más fundamentales en tiempos de
guerra. Está con las tropas en medio de
la pelea, pero tiene que pensar estratégicamente también. Además, tiene responsabilidad de cientos de
soldados. En una memoria un teniente
escribe con la admiración de su comandante.
Dice que su comandante saldría con las patrullas diarias si lo habrían
permitido. No obstante, fue tan atento a
todo que parecía que nunca durmiera. Era justo, ni demasiado severo con los
flojos, ni demasiado amistosos con los diligentes. En un sentido, se puede ver
a Jesús como este tipo de hombre: decisivo, servicial, efectivo. Con Jesús no nos importa la importancia. Con Jesús solo importa que nos quedemos cerca
de él.
PARA REFLEXIÓN: ¿Cómo siervo yo? Está bien si otras personas no se dan cuenta de mi servicio?
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