El domingo, 17 de octubre de 2021

 EL VIGÉSIMO NOVENO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 53:10-11; Hebreos 4:14-16; Marcos 10:35-45)

Las noticias recientes acerca de la Iglesia han sido penosas.  En Roma un cardinal está siendo juzgado por la estafa de cientos de millones de dólares.  Más devastador es el reporte de Francia sobre el abuso de niños por los sacerdotes.  Los investigadores han notado más que tres ciento miles de casos.  Evidentemente, como los hijos de Zebedeo en el evangelio hoy, algunos líderes de la Iglesia actual desconocen las enseñanzas de Jesús. 

En el pasaje Jesús advierte a los hermanos de la precaria de pensarse como grande.  Santiago y Juan le han pedido que les otorgara los puestos más altos en su reino.  No le habían caso antes cuando hablaba de la necesidad de humillarse a sí como un niño. El impulso para el orgullo es tan fuerte dentro del hombre que le mueva a traicionar este principio básico de Jesús.  No es inaudito que un político busque un oficio público o un joven busque el sacerdocio para considerarse a sí mismo como cumplido.  Pero una vez que aceda al cargo, no sabe que hacer ni le interesan mucho sus responsabilidades. 

Nos sentimos que a nuestras vidas les falta algo valioso si otras personas no nos reconocen como importante.  En un sentido somos como los dirigidos de la Carta a los Hebreos en la segunda lectura.  A lo mejor “los hebreos” son cristianos judíos del primer siglo que pensaban dejar la fe.  Porque tenían que sufrir un poco sin realizar la promesa del Señor, quieren dejar la fe.  El escritor tiene que recordarles que Jesús conoce tanto sus ansiedades como su sufrimiento.  Más al caso, el objetivo de la espera para Jesús es compartir su gloria por haber participado en su sacrificio.

La primera lectura cuenta del “sirviente doliente”.  Se encuentra este personaje en cuatro pasajes de la segunda parte del Libro del Profeta Isaías.  Nunca se da nombre a este santo, pero los judíos lo han visto como el pueblo entero de Israel que ha sufrido tanto por la historia.  Sin embargo, nosotros cristianos lo hemos interpretado de manera diferente.  Encontramos en sus sufrimientos el perfil del sacrificio de Jesucristo.  Entregó su vida para aliviar nuestras penas.  Se fatigó a sí para que veamos la luz de la sabiduría divina.  Se contó como un criminal para que fuéramos libres del pecado.  A sus modos, no a las de los grandes del mundo, tenemos que conformar nuestras vidas.

Todavía a veces nos sentimos ansiosos en el seguimiento de cerca de Cristo.  Nos cuesta interiorizar la esperanza que Jesús vendrá con la gloria para sus seguidores.  Viendo a otras personas jactándose de sus logros, nos preguntamos si vale servir como Jesús.  Querríamos la atención que la gente les dan a ellas.  En estos momentos deberíamos fijar en la paciencia que Jesús tiene primero con Santiago y Juan, entonces con todos los doce.  No los critica, mucho menos los maldice por no entender sus palabras.  Como un hermano les explica amorosamente la voluntad del Padre.  También es nuestro hermano.  Nos ama y nos habla en nuestras conciencias de su apoyo.  ¿Cómo podríamos dejar tan excelente persona?

Se dice que el comandante de compañía es uno de los cargos más fundamentales en tiempos de guerra.  Está con las tropas en medio de la pelea, pero tiene que pensar estratégicamente también.  Además, tiene responsabilidad de cientos de soldados.  En una memoria un teniente escribe con la admiración de su comandante.  Dice que su comandante saldría con las patrullas diarias si lo habrían permitido.  No obstante, fue tan atento a todo que parecía que nunca durmiera. Era justo, ni demasiado severo con los flojos, ni demasiado amistosos con los diligentes. En un sentido, se puede ver a Jesús como este tipo de hombre: decisivo, servicial, efectivo.  Con Jesús no nos importa la importancia.  Con Jesús solo importa que nos quedemos cerca de él. 

PARA REFLEXIÓN: ¿Cómo siervo yo?   Está bien si otras personas no se dan cuenta de mi servicio?

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