El domingo, 30 de enero de 2022

 EL CUARTO DOMINGO ORDINARIO

(Jeremías 1:4-5.17-19; I Corintios 12:31-13:13; Lucas 4:21-30)

Hace sesenta y un años el presidente John Kennedy entregó su famoso discurso inaugural.  Terminó con retos primero para los ciudadanos de los Estados Unidos, entonces para los ciudadanos del mundo entero.  Dijo: “…compatriotas, no pregunten qué puede hacer su país por ustedes, pregunten qué pueden hacer ustedes por su país.  Conciudadanos del mundo, no pregunten qué puede hacer Estados Unidos por ustedes, sino qué podemos hacer juntos por la libertad del ser humano”.  Sus palabras resuenen con el eco de Jesús en el evangelio hoy.

El pasaje deviene del principio del ministerio de Jesús.  El domingo pasado hemos escuchado cómo comenzó su discurso en la sinagoga de Nazaret.  Leyó la parte del profeta Isaías que dice que se unge el profeta para aliviar a los pobres y consolar a los apurados.  Ahora Jesús afirma que esto es su misión.  “Hoy mismo – dice – se ha cumplido (esta) Escritura…” Al primero, recibe la aprobación de sus conciudadanos. 

Entonces Jesús les recuerda que no está allí principalmente para beneficiar a sus parientes y paisanos.  Más bien ha venido para solicitar su apoyo.  Si es posible, ellos han de seguirlo en la misión.  Si no pueden acompañarlo, posiblemente puedan contribuir algo para los gastos.  Al menos pueden rezar a Dios por su éxito.  Es semejante a la solicitud que hace la Iglesia hoy.  Pide el compromiso de la gente.  Los jóvenes deberían considerar una vocación religiosa o sacerdotal.  Todo el mundo debería ofrecer si no tiempo al menos algún dinero a las caridades.  También hemos de prestar una mano para ayudar a un vecino en necesidad. 

Increíblemente no es raro que algunos rechacen estas peticiones.  Asisten en la misa el domingo para que no pierdan la oportunidad de la vida eterna.  Pero del lunes al sábado buscan sus propios intereses.  No más visitarían un asilo de ancianos que pondrían su brazo en un hoyo de culebra.  Se puede ver el mismo rechazo en el evangelio.  La gente reacciona a las implicaciones del discurso de Jesús con la ira.  Esperaban que Jesús fuera su boleto a una vida más cómoda.  La lectura no especifica cómo Jesús les ayude.  Tal vez, además de curar a los enfermos, pudiera aumentar la economía del pueblo.  Si él se quedara en Nazaret, hombres y mujeres de todo Israel vendría para verlo.  Entonces sus conciudadanos podrían vender comida y hospedaje.

La gente se pone tan enojada con Jesús que quieran apedrearlo.  Pues se puede apedrear o por lanzar rocas contra la persona o por lanzar a la persona contra la roca.  Es como si por sugerir que se sacrifiquen a sí mismos, Jesús hubiera cometido un crimen capital.  La gente que rechaza los mandatos de Jesús hoy no quiera matarlo sino ignorarse de él.

En la segunda lectura hoy escuchamos la bella reflexión de San Pablo sobre el amor.  Por decir “el amor” no tiene en mente el amor codicioso como mucha gente piensa.  No, el amor de este pasaje es caritativo.  Es el sacrificio del yo por el bien del otro porque el otro es imagen de Dios.  Es ponerse como segundo porque Dios es primero.  Este amor, como dice la lectura, es comprensivo y servicial.  Es colaborar con una parroquia en Honduras de modo que los campesinos reciban la educación segundaria.  Es preparar sándwiches para los desamparados.  Es ayudar en un millón de formas posibles.

Hemos aguantado el virus Covid por casi dos años.  Todos nosotros hemos conocido a un fallecido del malestar.  Sin embargo, ahora no sentimos derrotados.  Más bien nos sentimos que podemos vivir con la enfermedad.  Ya es tiempo para reanudar el programa de Jesús.  Es tiempo para aliviar a los pobres y consolar a los apurados.

PARA LA REFLEXIÓN: ¿Jamás he querido yo aprovecharme materialmente por asociarme con Jesús?


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