EL CUARTO DOMINGO ORDINARIO
(Jeremías
1:4-5.17-19; I Corintios 12:31-13:13; Lucas 4:21-30)
Hace
sesenta y un años el presidente John Kennedy entregó su famoso discurso
inaugural. Terminó con retos primero
para los ciudadanos de los Estados Unidos, entonces para los ciudadanos del
mundo entero. Dijo: “…compatriotas,
no pregunten qué puede hacer su país por ustedes, pregunten qué pueden hacer
ustedes por su país. Conciudadanos del
mundo, no pregunten qué puede hacer Estados Unidos por ustedes, sino qué
podemos hacer juntos por la libertad del ser humano”. Sus palabras resuenen con el eco de Jesús en
el evangelio hoy.
El pasaje deviene del
principio del ministerio de Jesús. El
domingo pasado hemos escuchado cómo comenzó su discurso en la sinagoga de
Nazaret. Leyó la parte del profeta
Isaías que dice que se unge el profeta para aliviar a los pobres y consolar a
los apurados. Ahora Jesús afirma que
esto es su misión. “Hoy mismo – dice – se
ha cumplido (esta) Escritura…” Al primero, recibe la aprobación de sus
conciudadanos.
Entonces Jesús les
recuerda que no está allí principalmente para beneficiar a sus parientes y paisanos. Más bien ha venido para solicitar su
apoyo. Si es posible, ellos han de
seguirlo en la misión. Si no pueden acompañarlo,
posiblemente puedan contribuir algo para los gastos. Al menos pueden rezar a Dios por su éxito. Es semejante a la solicitud que hace la
Iglesia hoy. Pide el compromiso de la
gente. Los jóvenes deberían considerar
una vocación religiosa o sacerdotal. Todo
el mundo debería ofrecer si no tiempo al menos algún dinero a las caridades. También hemos de prestar una mano para ayudar
a un vecino en necesidad.
Increíblemente no es
raro que algunos rechacen estas peticiones.
Asisten en la misa el domingo para que no pierdan la oportunidad de la vida
eterna. Pero del lunes al sábado buscan sus
propios intereses. No más visitarían un
asilo de ancianos que pondrían su brazo en un hoyo de culebra. Se puede ver el mismo rechazo en el
evangelio. La gente reacciona a las
implicaciones del discurso de Jesús con la ira.
Esperaban que Jesús fuera su boleto a una vida más cómoda. La lectura no especifica cómo Jesús les ayude. Tal vez, además de curar a los enfermos,
pudiera aumentar la economía del pueblo.
Si él se quedara en Nazaret, hombres y mujeres de todo Israel vendría
para verlo. Entonces sus conciudadanos
podrían vender comida y hospedaje.
La gente se pone tan
enojada con Jesús que quieran apedrearlo.
Pues se puede apedrear o por lanzar rocas contra la persona o por lanzar
a la persona contra la roca. Es como si
por sugerir que se sacrifiquen a sí mismos, Jesús hubiera cometido un crimen capital. La gente que rechaza los mandatos de Jesús hoy
no quiera matarlo sino ignorarse de él.
En la segunda lectura
hoy escuchamos la bella reflexión de San Pablo sobre el amor. Por decir “el amor” no tiene en mente el amor
codicioso como mucha gente piensa. No,
el amor de este pasaje es caritativo. Es
el sacrificio del yo por el bien del otro porque el otro es imagen de
Dios. Es ponerse como segundo porque
Dios es primero. Este amor, como dice la
lectura, es comprensivo y servicial. Es colaborar
con una parroquia en Honduras de modo que los campesinos reciban la educación
segundaria. Es preparar sándwiches para
los desamparados. Es ayudar en un millón
de formas posibles.
Hemos aguantado el
virus Covid por casi dos años. Todos
nosotros hemos conocido a un fallecido del malestar. Sin embargo, ahora no sentimos
derrotados. Más bien nos sentimos que
podemos vivir con la enfermedad. Ya es
tiempo para reanudar el programa de Jesús.
Es tiempo para aliviar a los pobres y consolar a los apurados.
PARA LA REFLEXIÓN: ¿Jamás he querido yo aprovecharme materialmente por asociarme con Jesús?
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