DECIMOCTAVO DOMINGO ORDINARIO
(Eclesiastés
1:2.2:21-23; Colosenses 3:1-5.9-11; Lucas 12:13-21)
A veces nos molestan personas con una interpretación radical
de cómo vivir como cristianos. Reclaman
que debemos compartir todo como hacía la comunidad primitiva de los Hechos de
los Apóstoles. Es cierto que los Hechos
dice que los miembros de la comunidad ponían todo su dinero a la disposición de
los apóstoles para el repartido según necesidades individuales. Sin embargo, también reporta cómo hubo
problemas con el sistema desde casi el principio. San Pablo nunca recomienda este tipo de compartir
comunal en sus cartas, ni habla de ello Santiago, quien es fuerte con su
exhortación de ayudar a los pobres.
No es que los discípulos de Jesús no fueran conscientes de
problemas causados por el dinero. En la
segunda lectura hoy Pablo condena la avaricia, que significa el amor del
dinero. De hecho, la llama un ídolo; eso
es, cosa que ponemos ante toda otra cosa.
Por la avaricia los millonarios quieren ser billonarios. ¡Por la avaricia los traficantes de personas
humanas causaron la muerte de cincuenta y tres inmigrantes en Tejas el mes
pasado! En el evangelio Jesús nos da una
enseñanza sobre el tema.
Un hombre pide la ayuda de Jesús con su herencia. Reconoce a
Jesús como persona ambos sabio y justo.
De hecho, Jesús es tan sabio que no quiera involucrarse en asuntos
familiares que siempre son llenos de complexidades. Sin embargo, se aprovecha de la petición para
advertir a la multitud acerca de la avaricia como vicio que descarría a muchos
del camino de Dios.
Jesús cuenta la historia del rico que quiere construir
graneros nuevos para almacenar su grande cosecha. No dice Jesús que esta
persona hace lo malo. No lo describe
como asesino, ladrón, o estafador. Por la mayor parte lo retrata como hombre trabajador
que planea y dirige las operaciones de su granja. Pero tiene una falta fatal. Dice Jesús que este granjero es “insensato”
en el sentido de que no piensa en otras personas. El hombre siembra y cosecha, guarda su
producto y planea todo solamente por sí mismo.
Ni siquiera susurra una palabra acerca de los demás. ¡Aun habla solo a sí mismo acerca de sí
mismo! Por esta razón Dios le elimina el
futuro.
Luego Jesús exhorta a sus escuchadores que sean ricos de “’lo
que vale ante Dios’”. El papa San Juan
Pablo II describió esta virtud como “la búsqueda de la verdad, de la belleza y
del bien, así como la comunión con los demás hombres para un crecimiento
común”. El santo no condenó ni el
consumo ni ahorros con tal que no se olvide el bien de los demás,
particularmente de los pobres. No
privaría de la persona oportunidades de la educación, del viaje, y del recreo si se hacen con la moderación.
Hoy se encuentran programas de escuela y de ministerio que
combinan el servicio con el viaje internacional. Parecen como buen ejemplo de gastar dinero
para experiencias constructivas mientras huir de la avaricia. Los jóvenes que participan en los programas
viajan a lugares como la África o América Latina para ayudar a los
necesitados. Entretanto ven un ambiente nuevo
y conocen una cultura diferente.
Regresan a sus casas enriquecidos y conscientes de otros tipos de gentes. Realmente no hay que ir al extranjero para
tener tales experiencias edificantes.
Pero sí hay que pensar en “lo que vale ante Dios”.
Para la reflexión: ¿Cómo podría yo vivir más completamente
en lo que vale ante Dios?
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