El domingo, 31 de julio de 2022

 DECIMOCTAVO DOMINGO ORDINARIO

(Eclesiastés 1:2.2:21-23; Colosenses 3:1-5.9-11; Lucas 12:13-21)

A veces nos molestan personas con una interpretación radical de cómo vivir como cristianos.  Reclaman que debemos compartir todo como hacía la comunidad primitiva de los Hechos de los Apóstoles.  Es cierto que los Hechos dice que los miembros de la comunidad ponían todo su dinero a la disposición de los apóstoles para el repartido según necesidades individuales.  Sin embargo, también reporta cómo hubo problemas con el sistema desde casi el principio.  San Pablo nunca recomienda este tipo de compartir comunal en sus cartas, ni habla de ello Santiago, quien es fuerte con su exhortación de ayudar a los pobres. 

No es que los discípulos de Jesús no fueran conscientes de problemas causados por el dinero.  En la segunda lectura hoy Pablo condena la avaricia, que significa el amor del dinero.  De hecho, la llama un ídolo; eso es, cosa que ponemos ante toda otra cosa.  Por la avaricia los millonarios quieren ser billonarios.  ¡Por la avaricia los traficantes de personas humanas causaron la muerte de cincuenta y tres inmigrantes en Tejas el mes pasado!  En el evangelio Jesús nos da una enseñanza sobre el tema. 

Un hombre pide la ayuda de Jesús con su herencia. Reconoce a Jesús como persona ambos sabio y justo.  De hecho, Jesús es tan sabio que no quiera involucrarse en asuntos familiares que siempre son llenos de complexidades.  Sin embargo, se aprovecha de la petición para advertir a la multitud acerca de la avaricia como vicio que descarría a muchos del camino de Dios.

Jesús cuenta la historia del rico que quiere construir graneros nuevos para almacenar su grande cosecha. No dice Jesús que esta persona hace lo malo.  No lo describe como asesino, ladrón, o estafador. Por la mayor parte lo retrata como hombre trabajador que planea y dirige las operaciones de su granja.  Pero tiene una falta fatal.  Dice Jesús que este granjero es “insensato” en el sentido de que no piensa en otras personas.  El hombre siembra y cosecha, guarda su producto y planea todo solamente por sí mismo.  Ni siquiera susurra una palabra acerca de los demás.  ¡Aun habla solo a sí mismo acerca de sí mismo!  Por esta razón Dios le elimina el futuro.

Luego Jesús exhorta a sus escuchadores que sean ricos de “’lo que vale ante Dios’”.  El papa San Juan Pablo II describió esta virtud como “la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien, así como la comunión con los demás hombres para un crecimiento común”.  El santo no condenó ni el consumo ni ahorros con tal que no se olvide el bien de los demás, particularmente de los pobres.  No privaría de la persona oportunidades de la educación, del viaje, y del recreo si se hacen con la moderación. 

Hoy se encuentran programas de escuela y de ministerio que combinan el servicio con el viaje internacional.  Parecen como buen ejemplo de gastar dinero para experiencias constructivas mientras huir de la avaricia.  Los jóvenes que participan en los programas viajan a lugares como la África o América Latina para ayudar a los necesitados.  Entretanto ven un ambiente nuevo y conocen una cultura diferente.  Regresan a sus casas enriquecidos y conscientes de otros tipos de gentes.  Realmente no hay que ir al extranjero para tener tales experiencias edificantes.  Pero sí hay que pensar en “lo que vale ante Dios”.

 

Para la reflexión: ¿Cómo podría yo vivir más completamente en lo que vale ante Dios?

No hay comentarios.: