DECIMOTERCER DOMINGO ORDINARIO
(II Reyes
4:8-11.14-16; Romanos 6:3-4.8-11; Mateo 10:37-42)
Se ha dicho
de algunos santos que consolaron a los atribulados y atribularon a los
cómodos. Puede ser. No obstante, en el evangelio hoy Jesús tiene
palabras que ambos consuelan y atribulan tanto a aquellos en puestos altos como a los campesinos. Examinémonos este
evangelio con sus retos y apoyos para todo el mundo.
Primero los
retos. Jesús nos parece extremo cuando dice
a sus apóstoles que le deben a él más amor que a cualquiera otra persona. Queramos preguntar: “¿Quién piensa que sea
que tenemos que amarlo más que nuestros propios hijos?” Nuestra respuesta justifica el reclamo de
Jesús a nuestro amor. Lo conocemos como el
Cristo, el Hijo único de Dios. Cuando el
mártir San Tomás Moro ascendió la guillotina por no afirmar al rey Enrique VIII
como el líder de la Iglesia en Inglaterra, dijo: “Soy el buen siervo del rey,
pero primero el siervo de Dios”. Como
Tomás Moro reconoció que su lealtad pertenece primero a Dios, así reconocemos a
Jesús, el Hijo unigénito de Dios, como él con primer reclamo en nuestro amor. Al
dárselo, podremos amar a nuestros seres queridos más, no menos. No seremos tentados a rendirnos a sus deseos
desmesurados.
Entonces
Jesús nos confronta con un reto comprensivo.
Nos cuenta a tomar nuestra cruz y seguirlo. Cada persona tiene su cruz personal. A veces nos sentimos que la nuestra es
demasiado pesada, que constituye una injusticia. Pero no comparemos nuestra cruz con las de
otras personas, sino con la de Jesús. Su
cruz fue la más pesada, la más injusta.
A pesar de ser completamente inocente, sufrió una muerte horrible movido
por amor a nosotros.
Ahora los
consuelos. Jesús promete la vida eterna
a todos que lo sigan cargando su propia cruz.
Vemos al papa Francisco haciéndolo.
Aunque ya tiene ochenta y seis años y sufre varias dolencias, parece que
no va a retirarse hasta que se realice la esperanza que la Iglesia sea más
compasiva. Quiere que las voces de los
pobres, de las mujeres, y de los indígenas sean escuchadas tanto como las de
los varones blancos.
En lugar de
nombrar recompensas para los varios oficiales de la Iglesia, Jesús reconoce a
aquellos que los apoyan. La gente que
abrirá sus puertas a sus apóstoles recibirá a él.
Esto no es premio de consolación porque conocer a Jesús es experimentar la
vida eterna. También aquellos que
reciben a un profeta, serán bien recompensados.
La primera lectura cuenta a la pareja pagana que dio morada al profeta
Eliseo. La mujer y su marido también
reciben vida de criatura que han deseado por mucho.
El justo es
la persona bien reconocida por haber seguido la ley. San Mateo dice que San José es un tal hombre
justo. Su recompensa corresponde a la de
la cuarta bienaventuranza, “Dichosos son los que tienen hambre y sed para la
justicia”. José y todos los otros justos
reciben un asiento en el banquete de la vida eterna donde se saciará el
hambre.
“Estos
pequeños”, no son niños sino las muchas personas sencillas que procuran seguir
la voluntad de Dios. Son personas como
la mayoría de nosotros aquí. Las
personas de otras religiones que les ayudan también serán recompensadas. En años pasados los judíos que trabajaban en
varios servicios necesarios a veces tomaron el lugar de sus compañeros de
trabajo cristianos en la Navidad. Aunque
su servicio era voluntario, evidentemente recibieron el favor de Dios como
Jesús promete en este evangelio.
Hemos
entrado el mes de julio. Seamos en medio
del verano o en medio del invierno, julio lleva sus retos. En este evangelio Jesús quiere asegurarnos
que va a cuidar a nosotros cuando lo ponemos primero en nuestras vidas. A pesar del calor o del frío, no es necesario
que nos preocupemos cuando amamos a él.
Él es como nuestro mejor amigo que nunca nos dejará faltando lo necesario
para una vida digna.
PARA LA
REFLEXIÓN: ¿De qué consiste tu propia cruz?
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