El domingo, 2 de julio de 2023

DECIMOTERCER DOMINGO ORDINARIO

(II Reyes 4:8-11.14-16; Romanos 6:3-4.8-11; Mateo 10:37-42)

Se ha dicho de algunos santos que consolaron a los atribulados y atribularon a los cómodos.  Puede ser.  No obstante, en el evangelio hoy Jesús tiene palabras que ambos consuelan y atribulan tanto a aquellos en puestos altos como a los campesinos.  Examinémonos este evangelio con sus retos y apoyos para todo el mundo.

Primero los retos.  Jesús nos parece extremo cuando dice a sus apóstoles que le deben a él más amor que a cualquiera otra persona.  Queramos preguntar: “¿Quién piensa que sea que tenemos que amarlo más que nuestros propios hijos?”  Nuestra respuesta justifica el reclamo de Jesús a nuestro amor.  Lo conocemos como el Cristo, el Hijo único de Dios.  Cuando el mártir San Tomás Moro ascendió la guillotina por no afirmar al rey Enrique VIII como el líder de la Iglesia en Inglaterra, dijo: “Soy el buen siervo del rey, pero primero el siervo de Dios”.  Como Tomás Moro reconoció que su lealtad pertenece primero a Dios, así reconocemos a Jesús, el Hijo unigénito de Dios, como él con primer reclamo en nuestro amor. Al dárselo, podremos amar a nuestros seres queridos más, no menos.  No seremos tentados a rendirnos a sus deseos desmesurados.

Entonces Jesús nos confronta con un reto comprensivo.  Nos cuenta a tomar nuestra cruz y seguirlo.  Cada persona tiene su cruz personal.  A veces nos sentimos que la nuestra es demasiado pesada, que constituye una injusticia.  Pero no comparemos nuestra cruz con las de otras personas, sino con la de Jesús.  Su cruz fue la más pesada, la más injusta.  A pesar de ser completamente inocente, sufrió una muerte horrible movido por amor a nosotros.

Ahora los consuelos.  Jesús promete la vida eterna a todos que lo sigan cargando su propia cruz.  Vemos al papa Francisco haciéndolo.  Aunque ya tiene ochenta y seis años y sufre varias dolencias, parece que no va a retirarse hasta que se realice la esperanza que la Iglesia sea más compasiva.  Quiere que las voces de los pobres, de las mujeres, y de los indígenas sean escuchadas tanto como las de los varones blancos.

En lugar de nombrar recompensas para los varios oficiales de la Iglesia, Jesús reconoce a aquellos que los apoyan.  La gente que abrirá sus puertas a sus apóstoles recibirá a él.  Esto no es premio de consolación porque conocer a Jesús es experimentar la vida eterna.  También aquellos que reciben a un profeta, serán bien recompensados.  La primera lectura cuenta a la pareja pagana que dio morada al profeta Eliseo.  La mujer y su marido también reciben vida de criatura que han deseado por mucho.

El justo es la persona bien reconocida por haber seguido la ley.  San Mateo dice que San José es un tal hombre justo.  Su recompensa corresponde a la de la cuarta bienaventuranza, “Dichosos son los que tienen hambre y sed para la justicia”.  José y todos los otros justos reciben un asiento en el banquete de la vida eterna donde se saciará el hambre. 

“Estos pequeños”, no son niños sino las muchas personas sencillas que procuran seguir la voluntad de Dios.  Son personas como la mayoría de nosotros aquí.  Las personas de otras religiones que les ayudan también serán recompensadas.  En años pasados los judíos que trabajaban en varios servicios necesarios a veces tomaron el lugar de sus compañeros de trabajo cristianos en la Navidad.  Aunque su servicio era voluntario, evidentemente recibieron el favor de Dios como Jesús promete en este evangelio.

Hemos entrado el mes de julio.  Seamos en medio del verano o en medio del invierno, julio lleva sus retos.  En este evangelio Jesús quiere asegurarnos que va a cuidar a nosotros cuando lo ponemos primero en nuestras vidas.  A pesar del calor o del frío, no es necesario que nos preocupemos cuando amamos a él.  Él es como nuestro mejor amigo que nunca nos dejará faltando lo necesario para una vida digna.

 

PARA LA REFLEXIÓN: ¿De qué consiste tu propia cruz?  

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