EL DECIMOSÉPTIMO DOMINGO ORDINARIO
(I Reyes
3:5-13; Romanos 8:28-30; Mateo 13:44-46)
Se dice a
menudo que San Pablo ha tenido más impacto al cristianismo que cualquiera otra
persona excepto Jesús. Un experto ha
escrito que su Carta a los Romanos “ha afectado la teología más que cualquier
otro libro del Nuevo Testamento”. Hemos
estado leyendo de esta carta desde el domingo después de Corpus Christi y vamos
a continuar hasta el Adviento. Vale la
pena que dediquemos al menos una homilía a esta obra maestro.
La Carta a
los Romanos probablemente es el último documento escrito por Pablo que
tenemos. Fue redactado en Corintio
aproximadamente siete años antes su muerte.
Pablo había predicado a los griegos en la parte oriental del Mediterráneo
con gran éxito. Entonces consideraba un
viaje misionero al occidente. Escribió
la carta para presentarse a los cristianos en Roma. Una vez allá podría pedirles apoyo para su
proyecto nuevo. Probablemente, quería
impresionar a los romanos con su entendimiento balanceado de la fe.
La carta
comienza con el reconocimiento que los judíos tanto como los paganos se han
extraviado. Los paganos no han llegado
al conocimiento de Dios a pesar de la revelación natural. Eso es, no han podido deducir de la asombra y
belleza de la naturaleza que exista un único Dios que creó el universo. Además, han caído en delitos ruinosos por
someterse a sus pasiones. Los judíos han
tenido la ventaja de conocer la voluntad de Dios por la Ley. Sin embargo, en lugar de permitirle hacerles
santos, ellos han reducido la ley a prácticas y ritos externos. Ambos pueblos – dice – merecen la muerte.
Sin
embargo, la carta ve a Dios ofreciendo a ellos la oportunidad para la
justificación. Dice que mandó a su Hijo Jesucristo para que aquellos que tengan
fe en él y sean bautizados vivieran. La
justificación es liberación de la situación pecaminosa, sea las pasiones
desordenadas o la ley que condena. Los
justificados reciben el Espíritu de Jesús en el Bautismo quien dirige sus
vidas. Este Espíritu les permite a
llamar a Dios “Abba” o “Padre” y amarlo así.
En el
pasaje breve de la carta que leemos hoy Pablo asegura que todo contribuye para
el bien a aquellos que aman a Dios. No
es solo por casualidad ni porque Dios es todopoderoso que no tienen que
preocuparse. No, las cosas resultarán
bien según el plan que Dios ha tenido desde el principio. Él ha predestinado a algunos para llevar la
imagen de su Hijo. Asemejados a Jesús,
ellos practican el amor para Dios y prójimo.
A estos Dios dará la gloria que recibió Cristo con su resurrección de
entre los muertos.
Se puede
ver manifestaciones del plan de Dios en las vidas de los santos. Una vez San Ignacio de Loyola era soldado que
probablemente pensaba en la fama y la fortuna, la gloria del mundo. Cuando se hirió, tuvo la oportunidad de reflexionar
sobre Cristo. Entonces decidió a
conformar su vida a la del Señor. Como
resultado no solo fundó la Compañía de Jesús sino dejó una espiritualidad
conocida a través del mundo. Una vez,
cuando el éxito de sus aspiraciones no estaba seguro, Ignacio escuchó la voz
del Señor. Como Pablo asegura que todo
resultará bien para aquellos que aman a Dios, la voz le dijo a Ignacio: “Estaré
favorable a ti en Roma”.
Cualquiera
dificultad que enfrentemos no debe alterarnos indebidamente. Conformados a Cristo, Dios estará favorable a
nosotros.
Para la Reflexión:
¿Cómo podría yo conformar mi vida más a la de Jesucristo?
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