El domingo, 10 de septiembre de 2023

 EL VIGÉSIMO TERCER DOMINGO ORDINARIO

(Ezequiel 33:7-9; Romanos 13:8-10; Mateo 18:15-20)

Hemos observado que hay cinco grandes discursos en el Evangelio según San Mateo.  Comienzan con el Sermón en el Monte al principio del ministerio de Jesús.  Terminarán con el discurso sobre las últimas cosas cuando Jesús llega a Jerusalén para entregar su vida.  En el evangelio hoy escuchamos parte del cuarto discurso que trata de la iglesia.

Se piense que Jesús comience su discurso sobre la iglesia con una descripción de los varios oficios.  Sin embargo, con la excepción de nombrar a los doce como los pilares y a Simón Pedro como su segundo, a Jesús no le interesa la estructura de la iglesia.  Todo el cuarto discurso tiene que ver con el comportamiento de los miembros entre sí.  Ellos han de ser como niños apoyándose en Dios Padre.  Nunca deben dar escandalo a los débiles en su medio.  La sección hoy trata de manejar la situación delicada cuando un hermano o hermana cae en pecado.

Antes de que podemos proceder, es necesario aclarar la cuestión de juzgar.  Algunos piensan que no es del cristiano decir que otra persona ha pecado.  Proponen como prueba la frase de Jesús: “No juzguen, para que no sean juzgados” (Mateo 7,1).  Pero siempre estamos juzgando.  Si decimos “la hierba es verde”, hemos hecho un juicio.  Según los expertos lo que la frase “No juzguen…” significa es que no condenemos a nadie.  Sólo Dios tiene la autoridad de mandar a una persona al infierno.

En la lectura Jesús manda que nos acerquemos a la persona que juzgamos estar en pecado grave y pedirle que se arrepienta.  Deberíamos hacer esto en el espíritu de acompañamiento de que el papa Francisco habla a menudo.  El acompañamiento nunca rechaza ni mira al otro con desdén por haber hecho mal.  Más bien nos mueve que nos hagamos amigos al pecador para ayudar a él o ella volver a la justicia.  Muchos jóvenes están cohabitando.  Ciertamente es un pecado grave que sus familias y amistades no deben pasar por alto.  Además de transmitir la preocupación por su bien, el acompañamiento asegura a la persona de nuestro amor y trata de crear un diálogo en que la persona puede hablar de la relación.  Particularmente los padres de la pareja que cohabitan deberían acompañar a sus hijos sin promover el pecado.  

La presencia de una o dos otras personas reforzará la gravedad de la situación mientras guarda la privacidad.  Lo importante es preservar la relación del pecador con la comunidad de la fe.  La persona en pecado grave no debe recibir la Santa Comunión, pero debería sentir invitada a participar en la misa.  De hecho, la obligación de asistir en la misa dominical aplica a él o ella a pesar del pecado.

Jesús da a su Iglesia el derecho de excluir a pecadores notorios.  Tal acción tiene al menos dos motivos.  Se espera que el pecador, consciente de la gravedad de su estado, se reforme pronto.  De todos modos, los demás se darán cuenta de que tienen que evitar el pecado.  Puede ser paradójico, pero es cierto que la exclusión no es para ser exclusiva sino para conseguir y mantener la inclusión de todos.

Una otra cosa del discurso llama la atención.  Jesús incluye la oración en su enseñanza sobre cómo tratar a pecadores.  Deberíamos rezar que nuestro juicio del pecado sea atinado.  También queremos pedir al Señor la actitud y las palabras apropiadas para ganar la confianza del pecador.  Sobre todo, pedimos por el pecador que él o ella se reforme.  Confrontar a otra persona acerca de pecado siempre es cosa delicada.  Puede ser aun contraproducente.  Por eso, también queremos pedir al Señor que nos ayude aguantar las repercutiones. 

Para la reflexión: ¿Jamás has sido acusado del mal?  ¿Cómo reaccionaste?  ¿Te ayudó reformarte?

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