EL VIGÉSIMO TERCER DOMINGO ORDINARIO
(Ezequiel 33:7-9; Romanos 13:8-10; Mateo
18:15-20)
Hemos
observado que hay cinco grandes discursos en el Evangelio según San Mateo. Comienzan con el Sermón en el Monte al
principio del ministerio de Jesús.
Terminarán con el discurso sobre las últimas cosas cuando Jesús llega a
Jerusalén para entregar su vida. En el
evangelio hoy escuchamos parte del cuarto discurso que trata de la iglesia.
Se piense
que Jesús comience su discurso sobre la iglesia con una descripción de los
varios oficios. Sin embargo, con la
excepción de nombrar a los doce como los pilares y a Simón Pedro como su
segundo, a Jesús no le interesa la estructura de la iglesia. Todo el cuarto discurso tiene que ver con el
comportamiento de los miembros entre sí.
Ellos han de ser como niños apoyándose en Dios Padre. Nunca deben dar escandalo a los débiles en su
medio. La sección hoy trata de manejar
la situación delicada cuando un hermano o hermana cae en pecado.
Antes de
que podemos proceder, es necesario aclarar la cuestión de juzgar. Algunos piensan que no es del cristiano
decir que otra persona ha pecado. Proponen
como prueba la frase de Jesús: “No juzguen, para que no sean juzgados” (Mateo
7,1). Pero siempre estamos
juzgando. Si decimos “la hierba es
verde”, hemos hecho un juicio. Según los
expertos lo que la frase “No juzguen…” significa es que no condenemos a
nadie. Sólo Dios tiene la autoridad de
mandar a una persona al infierno.
En la
lectura Jesús manda que nos acerquemos a la persona que juzgamos estar en
pecado grave y pedirle que se arrepienta.
Deberíamos hacer esto en el espíritu de acompañamiento de que el papa
Francisco habla a menudo. El
acompañamiento nunca rechaza ni mira al otro con desdén por haber hecho
mal. Más bien nos mueve que nos hagamos
amigos al pecador para ayudar a él o ella volver a la justicia. Muchos jóvenes están cohabitando. Ciertamente es un pecado grave que sus
familias y amistades no deben pasar por alto.
Además de transmitir la preocupación por su bien, el acompañamiento
asegura a la persona de nuestro amor y trata de crear un diálogo en que la
persona puede hablar de la relación.
Particularmente los padres de la pareja que cohabitan deberían acompañar
a sus hijos sin promover el pecado.
La
presencia de una o dos otras personas reforzará la gravedad de la situación
mientras guarda la privacidad. Lo
importante es preservar la relación del pecador con la comunidad de la fe. La persona en pecado grave no debe recibir la
Santa Comunión, pero debería sentir invitada a participar en la misa. De hecho, la obligación de asistir en la misa
dominical aplica a él o ella a pesar del pecado.
Jesús da a
su Iglesia el derecho de excluir a pecadores notorios. Tal acción tiene al menos dos motivos. Se espera que el pecador, consciente de la
gravedad de su estado, se reforme pronto.
De todos modos, los demás se darán cuenta de que tienen que evitar el
pecado.
Una otra
cosa del discurso llama la atención.
Jesús incluye la oración en su enseñanza sobre cómo tratar a pecadores. Deberíamos rezar que nuestro
juicio del pecado sea atinado. También
queremos pedir al Señor la actitud y las palabras apropiadas para ganar la
confianza del pecador. Sobre todo,
pedimos por el pecador que él o ella se reforme. Confrontar a otra persona acerca de pecado
siempre es cosa delicada. Puede ser aun contraproducente. Por eso, también queremos pedir
al Señor que nos ayude aguantar las repercutiones.
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