EL VIGÉSIMO CUARTO DOMINGO ORDINARIO
(Eclesiástico
27:33-28:9; Romanos 14:7-9; Mateo 18:21-35)
Volvámonos
una vez más a la carta magnífica de Pablo a los romanos. La hemos sido leyendo desde junio. Pero hoy
es el último domingo de este año litúrgico que la veremos.
La lectura se toma de la última parte de la carta, que provee la respuesta apropiada a
la salvación en Cristo. Pablo ha dicho
que los cristianos deben conducirse en modos santos. No deben conformarse al mundo presente. Más bien tienen que ser transformados para que piensen y actúen según la voluntad de Dios.
Como guía, Pablo les proporciona la ley del amor: “Amarás a tu prójimo
como a ti mismo”.
Ahora Pablo
quiere abarcar un problema que evidentemente ha surgido en la comunidad. Algunos comen toda la comida puesta en la
mesa sin preguntarse si la comida fue ofrecida a los
ídolos. La cuestión no les importa.
Entretanto otros sienten que, si fuera ofrecida a los ídolos, sería contaminada e inaceptable comerse. Aunque Pablo
mismo no tiene dificultad tomar tal comida, recomienda que cada persona sea respetuosa
de las demás.
Vemos la
sensibilidad que Pablo quiere fomentar cuando un anfitrión hoy en día da a sus
huéspedes una selección sin carne al viernes.
Sabe y respeta que algunos católicos mantienen la tradición de
abstenerse en este día por el año entero como en la cuaresma.
Junto con
el requisito del amor Pablo está haciendo hincapié en otro gran valor cristiano:
la unidad en Cristo. El Bautismo nos ha unido
a Cristo como nuestra primera referencia de existencia. (Esto puede ser difícil para algunos. Pere por favor, háganme caso.) Más que somos
negros, blancos, o de otra raza; más que somos puertorriqueños, americanos, o
chinos; más que somos Rodríguez, Figueroa, o Biden; somos de Jesucristo. Nunca deberíamos permitir que nos separemos
de él o de uno y otro en él. Por eso, Pablo
dice: “Ninguno de nosotros vive para sí mismo, ni muere para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si
morimos, para el Señor morimos”.
Como
siempre, se puede ver el vivir de la palabra de Dios en los santos. El monseñor Pierre Claverie era obispo de
Oran, una región de Argelia azotada por el terrorismo islámico en los
1990s. Mons. Claverie sabía del peligro quedarse en el país, que fue su tierra nativa, pero rechazó la posibilidad de
huirse. Expresó su perspectiva a las
monjas de una clausura en Francia: “Estamos aquí por este Mesías crucificado.
¡Por nada más y nadie más! … Estamos aquí como aquel que está al costado de la
cama de un amigo…enfermo, en silencio apretándole la mano y secando el sudor de
su frente”. Evidentemente él podía ver a
Cristo en los musulmanes que lo rodean y que también fueron victimizados por el
terrorismo. Como vivía por Cristo, el
Monseñor Claverie murió por Cristo. Fue
martirizado en agosto de 1996. En sus
exequias los musulmanes llenaron la catedral diciendo: “Era nuestro obispo
también”.
No es
solo por razón de estar en solidaridad con los sufrientes que adherimos a
Cristo. Dice Pablo que Cristo es Señor
de vivos y muertos. Los muertos no son
exterminados sino viven en Cristo.
Además, como él resucitó de la muerte, aquellos que adhieran a él
resucitarán. No nos importa que muchos
no reconozcan esta esperanza. Dos
realidades la atestiguan: el testimonio de la Biblia y nuestra propia experiencia de
la bondad de Dios. Venga lo que venga,
viviremos por Cristo hasta que se realice su promesa de la vida eterna.
PARA LA
REFLEXIÓN: ¿Dónde has encontrado dificultad sentirse conectado a otros
cristianos/ ¿Qué se puede hacer en tal
situación?
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