LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
(Hechos
1:1-11; Efesios 1:17-23; Marcos 16:15-20)
Hoy
celebramos la solemnidad de la Ascensión del Señor. Es una de las fiestas más importantes del
calendario litúrgico. Pero es posible que
algunos no lo piensen así desde que la Iglesia cambió el día de la celebración. Donde estuvo en jueves, el cuarenta día
después de la resurrección, ahora se celebra la Ascensión mayormente en el
domingo después. Pero se hizo el cambio
precisamente para facilitar la asistencia en la misa donde la gente podría
reflexionar en su significado.
El
significado es más que el Señor subiendo al cielo dejó sus discípulos en la
tierra. Tiene que ver con su exaltación
y la nuestra junto con el Padre. Un ser humano ha alcanzado a la cima de toda
la existencia. Porque el Hijo de Dios
tiene una naturaleza humana, todo ser humano unido con él está exaltado junto
con él. Así, la Ascensión forma una
parte íntegra de la salvación ganada para nosotros por Jesucristo.
Si tienen
dificultad entender lo que estoy tratando de explicar, consideren esta
comparación. El efecto de la exaltación de Jesús es como la aceptación del
primer negro en las ligas mayores. Una
vez que Jackie Robinson fue aceptado por los Dodgers de Brooklyn, muchos otros
negros podían jugar beisbol en los estadios colosos y con contratos ricos. Sin embargo, para jugar en las ligas mayores,
uno debe tener mucho talento. Para estar
con Jesucristo en el cielo, uno solo tiene que ser fiel a él.
San Pablo
nos ayuda entender la dinámica de este gran paso adelante para la
humanidad. En la Carta a los Romanos
dice que Cristo es el nuevo Adán. Como
los hombres heredaron el pecado y la muerte del primer Adán, de Cristo heredan
la gloria de ser hijos de Dios y la vida con él para siempre.
El
Evangelio según San Juan nos muestra otra faceta de la Ascensión. Recordamos cómo en la última cena Jesús dijo
que es mejor que él vaya al Padre. Es así
porque después de ser glorificado tendrá su lugar a la diestra del Padre de
donde podría enviar al Espíritu Santo a sus discípulos. Jesús tiene en cuenta en este pasaje no solo
los doce sino el mundo entero. Como
hombre limitado en su alcance, Jesús no podía llegar a todos pueblos. Pero el Espíritu no tiene límites del
cuerpo. Como espíritu puede llegar a
todos continentes para guiar a toda persona.
Con tan
gran auxilio nos preguntamos ¿por qué los hombres maltratan a uno a otro? Esta guerra patética entre los Israelís y los
palestinos es solo la instancia más reciente de odio social. También es alarmante la casualidad con la que
muchas mujeres abortan a sus bebés.
Dicen que en algunas partes la mitad de todos los embarazos terminan en
abortos.
Tal vez la
razón detrás tantas atrocidades es que los deseos del yo son fuertes particularmente
cuando son amplificados por la tiranía de los muchos. Gracias a Dios tenemos los santos para
mostrar que es posible resistirlos.
Porque hoy es Día de las Madres, podemos mencionar a varias madres de
familia que han vivido el compromiso a Cristo hasta el término. Probablemente la madre más famosa en este
sentido además de María es San Mónica, la madre de San Agustín. No quería más de la vida que ver a su hijo
bautizado como cristiano y rezó por esto continuamente. Santa Perpetua era una madre cristiana joven
de la África norte en el tercer siglo.
Sufrió el martirio en vez de dar culto a los dioses romanos. Más cerca de nuestro tiempo, la americana
Santa Elizabeth Seton era madre de cinco hijos.
Cuando murió su marido, Elizabeth convirtió primero en católica y luego
en religiosa. Fundó una congregación de
mujeres y muchas escuelas y obras de caridad.
Estas
mujeres amaron a Dios más que a sí mismas y amaron a sus prójimos como a sí
mismas. A lo mejor nuestras madres en
sus propios modos hicieron cosas semejantes.
Al menos en muchos casos eran ellas que nos criaron en la fe. Solo esto es motivo suficiente para honrarlas
hoy.
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