DECIMOTERCER DOMINGO ORDINARIO
(Sabiduría 1:13-15.2:23-24; II
Corintios 8:7.7.9.13-15; Marcos 5:21-23)
Queridos amigos, tenemos para consideración
hoy dos de las historias más llamativas de los evangelios. Estas
historias agregan a los evangelios de los domingos pasados para mejorar nuestro
entendimiento de quién es Jesús. Cuentan de dos personas que creen
en él como profeta de Dios. Este nos sirve como el
principio. Poco a poco el evangelista nos conducirá a la conclusión
que Jesús es el mesías; eso es, el Hijo enviado por el Padre, para salvarnos
del pecado y la muerte.
Cuando Jesús llega a la orilla del
lago de su viaje en la barca, un líder judío se lo acerca. Este
hombre, llamado Jairo, muestra su fe en Jesús como hombre de
Dios. No es como los escribas de Jerusalén hace poco que lo acusaron
de ser socio del diablo. Echándose a sus pies, Jairo le pide a Jesús
que venga a su casa para curar a su hija moribunda.
En el camino una mujer se acude al
Señor con la timidez. Tiene un flujo de sangre continuo que le deja
abatida. El derroche de sangre le causa a la mujer varias
dificultades. Físicamente queda anémica, sin la energía, medio
muerta. También, se considera impura de modo que no pueda tener
relaciones con su esposa o casarse si no tiene esposo. Tampoco pueda
dar culto al Señor en el Templo. Además, el pasaje la describe como
victimizada por los médicos que toman su dinero sin sanarle la
enfermedad.
La mujer toca el vestido de Jesús
con la esperanza de ser curada de la enfermedad. No queda
decepcionada. Segura que Jesús ha actuado por ella, recoge la valentía para
presentarse a él. Con el mismo gesto de homenaje que hizo el jefe
judío, le muestra su gratitud. Recibe la bendición de Jesús, quien
afirma que es su fe en él que le ha curado.
Cuando Jesús llega a la casa de
Jairo, la gente dice que se ha muerto su hija. Jesús responde como
haría Dios diciendo que para él la muerte es un tipo de sueño. Le
toma de mano y le dice: “’Óyeme, niña, levántate’”. La muchacha se
pone de pie y camina para mostrar que realmente ha sido curada.
Como en el caso de Lázaro en el
Evangelio de Juan y el hijo de la viuda en el Evangelio de Lucas, este
despertar de entre los muertos sirve como signo anticipatorio de la
resurrección de Jesús después de su crucifixión. Sin embargo, hay
gran diferencia entre los dos tipos de la resucitación. En el caso
de la resurrección de Jesús, él vivirá para siempre. En los otros
casos aquellos que el resucita morirán de nuevo. Por ser levantado
por Dios sin la intervención de ningún hombre y porque su resurrección es
definitiva, se puede llamar a Jesús “el único Hijo de Dios”.
En tiempo y con mucha reflexión
sobre tanto el poder de Cristo como su resurrección, la Iglesia determinará que
Jesús no solo es “el Hijo único” sino también el “verdadero
Dios”. Podemos confiar en él totalmente cuando nos sentimos
desesperados, abandonados, o exhaustos.
Una cosa más, la cura que Jesús
hizo para la mujer con el flujo de sangre no debe causarnos desconfiar en los
médicos. Usualmente Dios ocupa a los médicos para trabajar sus
curas. San Martín de Porres, que trató a muchos enfermos con su
conocimiento de hierbas y plantas, solía decir que él solo cuida a los
enfermos; es Dios que los sana. Que nos aprovechemos de la ciencia
de los doctores mientras rezamos a Dios. Él no solo puede
concedernos la sanación del cuerpo, sino en tiempo nos resucitará de entre los
muertos como hizo con Jesús.
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