El domingo, 30 de junio de 2024

DECIMOTERCER DOMINGO ORDINARIO

(Sabiduría 1:13-15.2:23-24; II Corintios 8:7.7.9.13-15; Marcos 5:21-23)

Queridos amigos, tenemos para consideración hoy dos de las historias más llamativas de los evangelios.  Estas historias agregan a los evangelios de los domingos pasados para mejorar nuestro entendimiento de quién es Jesús.  Cuentan de dos personas que creen en él como profeta de Dios.  Este nos sirve como el principio.  Poco a poco el evangelista nos conducirá a la conclusión que Jesús es el mesías; eso es, el Hijo enviado por el Padre, para salvarnos del pecado y la muerte.

Cuando Jesús llega a la orilla del lago de su viaje en la barca, un líder judío se lo acerca.  Este hombre, llamado Jairo, muestra su fe en Jesús como hombre de Dios.  No es como los escribas de Jerusalén hace poco que lo acusaron de ser socio del diablo.  Echándose a sus pies, Jairo le pide a Jesús que venga a su casa para curar a su hija moribunda.

En el camino una mujer se acude al Señor con la timidez.  Tiene un flujo de sangre continuo que le deja abatida.  El derroche de sangre le causa a la mujer varias dificultades.  Físicamente queda anémica, sin la energía, medio muerta.  También, se considera impura de modo que no pueda tener relaciones con su esposa o casarse si no tiene esposo.  Tampoco pueda dar culto al Señor en el Templo.  Además, el pasaje la describe como victimizada por los médicos que toman su dinero sin sanarle la enfermedad. 

La mujer toca el vestido de Jesús con la esperanza de ser curada de la enfermedad.  No queda decepcionada. Segura que Jesús ha actuado por ella, recoge la valentía para presentarse a él.  Con el mismo gesto de homenaje que hizo el jefe judío, le muestra su gratitud.  Recibe la bendición de Jesús, quien afirma que es su fe en él que le ha curado.

Cuando Jesús llega a la casa de Jairo, la gente dice que se ha muerto su hija.  Jesús responde como haría Dios diciendo que para él la muerte es un tipo de sueño.  Le toma de mano y le dice: “’Óyeme, niña, levántate’”.  La muchacha se pone de pie y camina para mostrar que realmente ha sido curada. 

Como en el caso de Lázaro en el Evangelio de Juan y el hijo de la viuda en el Evangelio de Lucas, este despertar de entre los muertos sirve como signo anticipatorio de la resurrección de Jesús después de su crucifixión.  Sin embargo, hay gran diferencia entre los dos tipos de la resucitación.  En el caso de la resurrección de Jesús, él vivirá para siempre.  En los otros casos aquellos que el resucita morirán de nuevo.  Por ser levantado por Dios sin la intervención de ningún hombre y porque su resurrección es definitiva, se puede llamar a Jesús “el único Hijo de Dios”.

En tiempo y con mucha reflexión sobre tanto el poder de Cristo como su resurrección, la Iglesia determinará que Jesús no solo es “el Hijo único” sino también el “verdadero Dios”.  Podemos confiar en él totalmente cuando nos sentimos desesperados, abandonados, o exhaustos.

Una cosa más, la cura que Jesús hizo para la mujer con el flujo de sangre no debe causarnos desconfiar en los médicos.  Usualmente Dios ocupa a los médicos para trabajar sus curas.  San Martín de Porres, que trató a muchos enfermos con su conocimiento de hierbas y plantas, solía decir que él solo cuida a los enfermos; es Dios que los sana.  Que nos aprovechemos de la ciencia de los doctores mientras rezamos a Dios.  Él no solo puede concedernos la sanación del cuerpo, sino en tiempo nos resucitará de entre los muertos como hizo con Jesús.

 

 

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