El domingo, 4 de agosto de 2024

DECIMOCTAVO DOMINGO ORDINARIO

(Éxodo 16:2-4.12-15; Efesios 4:17.20-24; Juan 6:24-35)

Los obispos están preocupados que la mayoría de los católicos no creen que Jesús sea realmente presente en la Eucaristía.  Es una inquietud tan grave como es acertada.  Pero una cuestión aún más importante es ¿quién es Jesús?  Muchos, cristianos tanto como no cristianos, lo piensan como gran sabio como Sofócales o líder prudente como Lincoln.  La semana pasada vimos a Jesús dando signos que él es Dios.  Como Dios dio a los israelitas el maná para alimentarse físicamente, Jesús les dio a los que lo buscaban el pan que les nutrió tanto espiritual como físicamente.

En el evangelio hoy Jesús revela que él es el Pan de la Vida eterna, pero primero discute con los judíos sus valores.  Les acusa de buscar a él no por el pan espiritual que imparte sino por el pan que les ha satisfecho sin haber trabajado.  Dice que esta empresa es fútil porque el pan físico va a acabarse.  Más tarde o más temprano este pan va a agriarse como el maná que quedaba en el suelo del desierto.  En su lugar Jesús les ofrece a sí mismo, “el Pan de la Vida” que dura para siempre.  Dice que, si lo aceptan como Hijo de Dios con fe, él seguirá saciándoles sin fin.

Muchos en el mundo hoy andan como estos judíos con ganas de saciarse con cosas que pierden su valor.  Piensan que ellas les darán la felicidad.  Son muchos estos sustitutos para la felicidad verdadera, pero se puede resumirlos a cuatro que comienzan con la letra “p”. El poder, la plata, el prestigio y el placer atraen a muchos, pero en fin son como el pan que perece.  Los atletas de la Olimpiadas que procuran ser el corredor más rápido o el boxeador más fuerte van a ver en tiempo corto a otro más rápido o fuerte.  Los ricos van a ver sus millones menguan en valor cuando se dan cuenta de que no pueden comprar ni la salud ni el amor.  Los famosos hoy no tienen que esperar muchos mañanas para ver a otros recibir más atención que ellos.  Y el placer a menudo se prueba una maldición por sus efectos deletéreos como ha pasado con muchos fumadores.

Pero los judíos resisten la oferta de Jesús. Piden comprobación de su relación con Dios. Evidentemente han olvidado la multiplicación de panes.  De todos modos, quieren otro signo antes de que crean en él.  Sugieren que sea algo del género del maná que sus antepasados comieron en el desierto.  Jesús responde que ese “pan del cielo” fue regalo de Dios, su Padre, y ahora les regala el verdadero pan del cielo, que es él mismo.  Añade que aceptar a él como el Hijo enviado de Dios, se equivale hacer la obra de Dios o, mejor, cumplir su voluntad.

Hasta ahora no hemos tenido que pensar en el Santísimo Sacramento para explicar cómo él es Pan de la Vida.  Sus palabras y acciones pueden ser consideradas como la alimentación espiritual para consumirse.  Sin embargo, es necesario que guardemos un sentido de Jesús adecuado para que sea la sustancia que sacia el hambre del mundo. No es simplemente que posee el nombre más reconocido de la historia.  Más bien, puede saciar al mundo porque es Dios.  Eso es, Jesús es el creador espiritual que permite la existencia de todo ser por participación en Él.  Podemos compararlo con el sol.  Como los rayos del sol crean la vida en la tierra, la acción metafísica de Dios da existencia al universo físico.  Jesucristo nos ha venido para revelar la voluntad de Dios por sus palabras y aún más por su entrega en la cruz y su resurrección de entre los muertos.  En él confiamos y a él seguimos.

El domingo, 28 de julio de 2024

EL DECIMOSÉPTIMO DOMINGO ORDINARIO

(II Reyes 4:42-44; Efesios 4:1-6; Juan 6:1-15)

Queridos hermanos y hermanas, hoy comenzamos un anomalía en la liturgia.  Por cinco domingos interrompamos nuestra lectura del Evangelio según San Marcos para reflexionar sobre el “Discurso de Pan de Vida” en el Evangelio según San Juan.  El discurso nos ayuda entender la Eucaristía que el Vaticano II llamó “la fuente y cumbre de la vida cristiana”. 

Se puede ver la lectura hoy como la materia sobre que Jesús reflexiona en el discurso.  Su pretensión es levantar la cuestión: “¿Quién es Jesús?” No podemos entender la Eucaristía si primero no tenemos un concepto correcto de Jesús.

La lectura emprende con mucha gente siguiendo a Jesús al otro lado del mar de Galilea.  Lo han visto haciendo curas milagrosas, y quieren ver más de ellas.  No es que tengan la fe en Jesús todavía; son simplemente asombrados de su poder.  Comprenden una muchedumbre inmensa de cinco mil hombres y ¿quién sabe cuántas mujeres y niños?

Jesús asume el papel de anfitrión bondadoso cuando pregunta a Felipe: ”¿Cómo compraremos pan para que coman éstos?” Quiere que todos se nutran, pero tiene en cuenta más que proteínas .  Va a proveer la nutrición espiritual para que tengan la vida en plenitud.  Esto es el motivo para el interrogante.  Quiere saber si Felipe ha penetrado su humanidad para reconocer motivo divino.

Como si fuera una misa, Jesús toma el pan, da gracias a Dios por ello, y lo reparte entre la gente.  Porque es buen anfitrión sirve el pescado de la misma manera.  Pues el pan y pescado comprendía los alimentos básicos para el almuerzo entre los palestinos hace dos mil años.  Eran como la arroz y habichuelas o tortillas y frijoles para varios pueblos hoy en día.

Después del reparto de comida, Jesús pide a sus discípulos que recojan las sobras.  Porque recogen solo el pan, se puede decir que ello, y no el pescado, es el alimento enfatizado aquí.  Los doce canastos de sobras indican no solo la enormidad del milagro sino algo más profundo.  Cada canasto representa una de los doce tribus de Israel.  Como Dios alimentó a los israelitas con el maná en el desierto, Jesús alimenta a la muchedumbre a la orilla del mar de Galilea.  La implicación es clara.  Jesús es como Dios en su preocupación y su acción por el bien del pueblo.  El libro de Éxodo explica que por saciarse con el maná los israelitas sabrían que el Señor era su Dios.  Así los galileos deberían reconocer a Jesús como Dios por la multiplicación de los panes.

Sin embargo, la gente no alcanza a esta conclusión todavía.  Llaman a Jesús solo “el profeta” de quien Moisés habla en el libro de Deuteronomio.  También intentan proclamarlo rey.  Estas descripciones palidecen cuando se comparan con la realidad.  El profeta sería semejante a Moisés, no a Dios.  También cada rey humano sirve por un tiempo limitado y con poder sujeto a ser superado por lo del otro rey.  Solo Dios reina para siempre con poder absoluto. 

Pero ¿qué tipo de pan tiene Jesús que se multiplica para nutrir a pueblos enteros?  Y ¿qué es la nutrición espiritual que rinde la vida en plenitud?  Finalmente ¿exactamente cómo deberíamos entender la vida en plenitud?  Para responder a estas inquietudes tenemos que reflexionar profundamente en el Discurso de Pan de Vida en los próximos domingos.

El domingo, 21 de julio de 2024

Decimosexto domingo “durante el año” – b24 

(Jeremías 23:1-6; Efesios 2:13-18; Marcos 6:30-34)

En lugar de enfocar en el evangelio, hoy querría comentar acerca de la segunda lectura.  Saben ustedes que la segunda lectura de la misa dominical es casi siempre tomada de una carta apostólica.  La carta en cuestión ahora es la a los Efesios, el pueblo de una gran ciudad del Asia occidental. 

Estamos acostumbrados a oír que Pablo escribió la Carta a los Efesios.  Es verdad que la carta comienza con su nombre.  Sin embargo, los eruditos de la Biblia hoy en día dicen que el autor era un discípulo de Pablo que usó su nombre para llamar la atención de los lectores. (Sí nos parece extraña esta práctica, pero evidentemente no era mal vista en la antigüedad.) Aparentemente la carta fue escrita después de la muerte de Pablo porque indica una situación diferente del tiempo de su martirio.  No obstante, la Carta a los Efesios es considerada obra clave del Nuevo Testamento.

La lectura hoy hace hincapié en que Jesucristo vino para reconciliar a los pueblos judío y gentil en sí mismo.  Se expresa este concepto con una de las frases más bellas en todas las Escrituras: “… él es nuestra paz”.  Eso es, la muerte de Jesús en la cruz produjo la reconciliación con Dios en beneficio tanto de los gentiles como de los judíos.  Además, su muerte reconcilió a los dos pueblos entre sí. 

La reconciliación con Dios fue resultado del sacrificio del Dios-hombre.  Como hombre, Jesús representa toda la humanidad.  Por ser Dios, su entrega de su vida tiene ramificaciones universales.  Ya la pena acumulada por los pecados del mundo entero es cancelada.  Todas mujeres y hombres son justificados cuando se adhieren a Cristo.

Jesús logró la reconciliación entre los pueblos por su muerte sangrienta.  Cuando los dos pueblos ven a su Salvador, inocente de crimen pero colgado despiadadamente por los pecados de ellos, se comparten la miseria.  Es como la escena final del drama Romeo y Julieta.  Cuando las familias de los protagonistas reconocen que su hostilidad mutua causó la muerte de sus jóvenes amados, se prometen vivir siempre en paz.

Además, la resurrección y ascensión de Jesús ha suelto el Espíritu Santo para llamar a todos a la Iglesia.  Iniciados por el Bautismo y fortalecidos con la Eucaristía, nos vemos a uno a otro como un hermano o una hermana convocados a la unidad en la verdad y el amor.

Jesucristo se queda como la paz entre individuos y pueblos en nuestro mundo turbulento.  Las noticias están llenas de las diferencias significativas entre los progresistas y los tradicionales por toda la tierra.  Los progresistas quieren las fronteras abiertas a los inmigrantes mientras los tradicionales quieren construir muros para asegurar la patria.  Los progresistas quieren proclamar el aborto como derecho humano mientras los tradicionales desean hacer el aborto un crimen.  Los progresistas quieren prohibir la lectura de los libros sagrados en las escuelas mientras los tradicionales quieren garantizar la lectura de pasajes de sabiduría como los Diez Mandamientos.  La lista de discrepancias es larga, y las cuestiones son complicadas.  Pero lo más lamentable es que los dos lados están dispuestos a provocar motines si no logran sus objetivos.

Jesús nos produce la paz por ser un modelo del respeto a la autoridad.  Nunca pretendió que él fuera más grande que la ley civil.  Los progresistas y los tradicionales deben aceptar la voluntad de la mayoría en cuestiones civiles.  También Jesús es causa de la paz cuando apelamos a él que sane una situación deteriorada.  Tiene un infinito número de maneras para intervenir en las actividades humanas.  Siempre debe ser nuestro primer y último recurso en apuro.  Finalmente, Jesús es nuestra paz cuando tomamos a pecho su mandamiento del amor a los enemigos.  Haciendo pequeñas obras de bondad por aquellos que ven la vida de modo diferente seremos considerados como sinceros en nuestra preocupación por el bien común. 

De todos modos, no tenemos que preocuparnos indebidamente.  Jesús ha conquistado el mal, aunque esto no se vea siempre.  Su victoria puede tomar el resto de tiempo para hacerse evidente a todos.

El domingo, 14 de julio de 2024

DECIMOQUINTO DOMINGO ORDINARIO

(Amós 7:12-15; Efesios 1:3-14; Marcos 6:7-13)

Queridos amigos, el evangelio hoy nos presenta un giro curioso.  Se espera que Jesús enviará a los apóstoles para predicar el Reino de Dios como está haciendo él.  Sin embargo, el pasaje no menciona el Reino.  Dice que los Doce predicaron solo el arrepentimiento de pecados.  Además, especifica que expulsaron demonios y curaron a los enfermos.  Estas tres acciones – el arrepentimiento, la expulsión de demonios, y la cura de enfermedades– tienen el mismo fin.  Preparan a la gente aceptar el mensaje del Reino que Jesús va a entregar después. 

Solemos pensar en la expulsión de demonios y la cura de los enfermos como actividades extraordinarias.  Pero esto no es la intención aquí.  Más bien, han de entenderse echar demonios y curar a enfermos como referencias a nuestra vida espiritual.  Juntos son requisitos para vivir en paz con Dios y con los demás.  Los demonios son los errores de nuestro pensamiento que distorsionan nuestro juicio.  Las curaciones pueden ser físicas o espirituales, pero siempre nos causan dar gracias a Dios.  Voy a describir algunos de estos demonios y explicar las curas que buscamos.

Los monjes en los primeros siglos del cristianismo se quejaban del “diablo del medio día”.  Este demonio trató de convencer al monje que no podía ganar la lucha para vivir sin pecado de modo que sea mejor que le dé por vencido ahora.  Se asociaba con el medio día porque en ese hora el monje sentía ambos el calor y el hambre opresivos.  Estaba inclinado a desesperar de su vocación y meterse en los asuntos de otras personas.  Este demonio del medio día nos afecta a nosotros cuando sentimos aburridos con nuestras responsabilidades, sea en nuestro trabajo, en nuestra familia, o hacia Dios.  Se expulsa este demonio por recordar los beneficios que hemos recibido y darle gracias a Dios.  También una mirada al crucifijo nos recordará de que Cristo sufrió para nosotros mucho más que sufrimos por él.

Otro demonio que afecta a muchos puede nombrarse como “el demonio de ´yo no importo’”.  Es decir, que el demonio trata de convencer a nosotros que ni nosotros y mucho menos nuestras acciones importen mucho al fin de cuentas. Por esta razón, según este demonio, estamos libres de hacer lo que nos dé la gana.   Influenciado por este demonio el joven y ahora la joven miran la pornografía. Se dicen a sí mismos, “La pornografía no lastima a nadie; por eso no es mala”. Otro ejemplo de este demonio es la persona que se defiende a sí mismo de hablar mal de otra persona por decir que todo el mundo lo hace.  Sin embargo, estos pecados, como todos, corrompen las almas de aquellos que los cometen.  Nos rinden más deseosas de dominar a los demás y menos inclinados a buscar su bienestar.  Y ¿quién dice que estas acciones no hacen daño?  Hay hasta la esclavitud en el comercio del sexo, y muchas reputaciones son perjudicadas por los chismes.

El último tipo de demonio que vamos a tratar es, en un respeto, el opuesto del demonio de “yo no importa”.  Este demonio intenta levantar al que lo tiene a nuevas alturas por decirle que maravilloso es.  Se puede llamar este como “el demonio de la pretensión”.  Este nos impulsa a pensar en nosotros como mejores de las personas que nos rodean.  Nos inclina a jactarnos en lugar de reconocer lo bueno de los demás.  Uno de los mejores científicos trabajando por NASA, la agencia del gobierno federal para la exploración del espacio era una mujer negra.  Cuando dejó su casa para Houston, su padre le dijo: “Acuérdate, mi hija, de que no eres peor que cualquiera otra persona, y no mejor tampoco”.  Este es la mejor manera de derrotar este demonio: que reconozcamos que todos tienen sus propios talentos de modo que puedan hacer cosas que nosotros no podemos hacer.

Además de tener expulsados nuestros demonios, queremos que nuestras enfermedades se sanen.  Ocurren estas curas, aunque no sean tan maravillosas como hubiéramos pensado.  Las curas son como tratadas en una película llamado “The Miracle Club” que estrenó hace dos años.  Mostró un grupo de peregrinas de Irlanda destinado a Lourdes.  Todas tenían un deseo de ser curada de una condición física, aunque su párroco les advirtió: “No se va a Lourdes para un milagro sino para la fuerza de seguir adelante cuando no hay milagro”.  Cuando regresaron a Irlanda todas eran de una manera curadas.  Todas sentían más que nunca el amor de sus familiares.  Todas estaban más convencidas que nunca que el amor de Dios va a curar las heridas que llevaban por los pecados de ambas otras personas y de sí mismas. 

Es fantasía pensar que Dios va a curar todas nuestras enfermedades.  Todos tenemos que morir un día a pesar de nuestros rezos que sigamos viviendo.  Sin embargo, el Señor nos ofrece el valor de sufrir el dolor y la muerte para el bien de los demás.  De esta manera somos preparados para participar en su Reino cuando venga Jesús.  Que no tengamos que esperar eso mucho más.