Homilía para el 9 de marzo de 2008

El Quinto Domingo de Cuaresma

(Juan 11:1-45)

El viejo estaba hablando con el joven sacerdote. Le preguntó: “Padre Hickey, ¿Cuál es el versículo más corto en la Biblia?” “No sé, papi,” dijo el sacerdote, “¿qué lo es?” Entonces el anciano reprochó al sacerdote chistosamente diciendo: “¡Qué tipo de predicador eres tú si no conoces el versículo más corto en la Biblia! Es Juan 11:35, ‘Jesús se puso a llorar.’”

No importa que sea el versículo más corto, pero, sí, es importante, “Jesús se puso a llorar.” Nos muestra cómo Jesús tiene la nobleza del espíritu a sentir pésame con la muerte de otro ser humano. El muerto Lázaro no más puede compartir con sus amigos alrededor de la mesa de comida las alegrías y esperanzas de la vida. Marta y María, las hermanas de Lázaro, no más pueden contar con su apoyo económico y moral en la casa de sus padres. Dice un proverbio, “El viejo que no puede llorar es tonto.” Aquí Jesús se comprueba sabio aunque tiene sólo treinta y tres años.

Recordamos la bienaventuranza de Jesús en el Sermón del Monte: “Dichosos los que lloran porque ellos serán consolados.” Esta bienaventuranza nos asegura que nuestras lágrimas, emitidas en solidaridad con los sufridos, valen como tantos gramos de oro. Pues, producen por nosotros un premio inestimable. Queremos saber: ¿de qué consistirá la consolación prometida y cómo, exactamente, podemos realizarlo? Como el caso de todas las bienaventuranzas, Jesús es la primera referencia para los que lloran. No sólo llora aquí sino también en Getsemaní donde sufre la traición atroz de un confidente y la espera terrible de una crucifixión injusta. Tenemos que llorar con él.

En el evangelio hoy Jesús restaura la vida a Lázaro. Tan maravilloso que sea este hecho, no es lo que esperamos cuando decimos “los que lloran…serán consolados.” No, es sólo una “señal” – una indicación – de lo que vamos a experimentar si lloramos con Jesús. Pues, Lázaro sale del sepulcro con los lienzos de muerto intactos porque tendrá uso de ellos de nuevo. Pero cuando Jesús resucita de la muerte los lienzos están doblados adentro porque no morirá más. Esto – la vida eterna -- es el destino que nos espera llorando con Jesús.

Y ¿cómo lloramos con Jesús? Lloramos con Jesús por tener compasión a los sufridos. Cuando un conocido fallece o cuando fallece un familiar de un conocido es compasivo exponer nuestro pésame a la familia. Tal vez le traigamos una olla de frijoles desde que su miseria le prohíba de preparar la comida. Lloramos con Jesús por recordar a los muertos de nuestra propia familia – asistiendo a misa o visitando sus fosas en el aniversario de sus muertas. Lloramos con Jesús por actuar con bondad cuando reportan las grandes catástrofes en el mundo. Cuando hay un terremoto en Sur América, un tsunami en la Asia, o una guerra en la África, que recemos por las víctimas. Y, si es posible, que mandemos un aporte por su alivio. Con estos y un millón de otros actos de compasión lloramos con Jesús y esperamos la vida eterna. Con Jesús esperamos la vida eterna.

No hay comentarios.: