El domingo, 16 de junio de 2013


UNDÉCIMO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

(II Samuel 12:7-10.13; Gálatas 2:16.19-21; Lucas 7:36-50)


San Pablo tiene un carácter curioso.  Es judío y orgulloso de su herencia nacional.  Sin embargo, la describe en sus cartas como si fuera un anillo de papel, al menos en comparación con el conocimiento de Cristo.  Aun la ley judía, considerada en los salmos como el deleite y deseo del corazón, para Pablo tiene el valor de un bastón.  Según él, la ley ha ayudado al pecador apoyarse por un tiempo.  Pero ya que ha venido Jesucristo, el médico que sana debilidades, ella ha perdido su importancia.  No se ve el planteamiento de Pablo hacia el judaísmo con más radicalismo que en la Carta a los Gálatas de la cual estamos leyendo por cinco domingos seguidos en la segunda lectura.

Pablo escribe que la ley judía no puede salvar al hombre o la mujer.  No es que quiera vituperarla; sólo está recalcando lo que Jesús ha apuntado a los fariseos.  Eso es, los intentos del hombre de aprovecharse de la ley para vivir justos están en vano.  Según Pablo, la ley no puede salvar porque su propósito es limitado a recordarnos del pecado.  Por ejemplo, nos informa que es injusto descuidar a nuestros padres en su ancianidad, pero no nos capacita a superar el deseo de tener una vida muy aparte de ellos.

Hace cien años nuestras familias por la mayor parte vivían en el mismo pueblo si no el mismo edificio. Era sólo esperado que los hijos cuidaran a sus padres en su vejez.  A menudo la tarea no causó gran dificultad.  Pues, usualmente los padres no vivían tantos años ni con tantas enfermedades como hoy en día.  En contraste, ahora muchas veces vivimos lejos de nuestros padres, en diferentes ciudades si no diferentes países.  Cuidar a los padres se complican, no sólo por la distancia y la duración de la vida sino también porque existen un montón de diversiones consumiendo el tiempo.  Al cuidar bien a nuestros padres se necesita un motivo más grande que el sentimiento natural por aquellos que nos criaron.  Es preciso un espíritu de servicio generado por el amor abnegado.  Precisamente esto es el legado de Jesucristo.  Él nos ofrece su amistad que nos proporciona una nueva manera de vivir.  Tomarlo como amigo quiere decir que nos reconfiguramos a él en su entrega en la cruz.  En las palabras de Pablo, es estar “crucificado con Cristo”. 

Parece difícil, tal vez aun loco: ¿por qué querríamos sufrir como él?  Sin embargo, tener a Jesús como amigo también significa que podemos confiar en su apoyo en toda clase de lío.  Es saber que él va a ayudarnos cuidar a los demás, sean  nuestros padres en los traumas de la vejez o sean nuestros hijos en los trastornos de la juventud.  Una vez una muchacha estaba asistiendo a una universidad en Washington, D.C., casi dos millas de su casa en Texas oeste.  Tenía tanta dificultad ajustarse al nuevo ambiente que se desesperó.  Ella llamó a su familia diciéndole que no podía continuar.  Inmediatamente su padre condujo a Washington para recogerla.  Tener fe en Jesús significa llamarlo con la seguridad que vaya a actuar por nosotros con aún más preocupación.     

Por eso podemos decir con Pablo que ya no vivimos sino Cristo vive en nosotros.  No más seguimos las inclinaciones de nuestra carne.  Más bien, somos dirigidos por su espíritu del amor abnegado que ha tomado posesión de nuestro corazón.  Sin duda fue este espíritu, que es el Espíritu Santo, que movió a un padre de familia a declarar que quiere ser una carga a sus hijos.  El hombre sólo quería que sus hijos fueran completamente conformados a Jesucristo, el colmo de la humanidad.  Escribe el hombre, que es moralista, que la familia es el ambiente donde aprendemos la justicia porque en ella estamos obligados a olvidarnos de nuestros deseos para atender las necesidades de uno y otro.  Manejando las dificultades considerables de cuidar a los ancianos – sean llevarlos a los médicos o sean alimentarlos por mano en sus últimos días – nos hacemos hombres y mujeres libres de la tiranía de las pasiones y entregados al sumo bien que es Dios.

Hoy se celebra el Día del Padre en diferentes naciones.  Según los anuncios deberíamos estar buscando los IPad y botellas de whiskey añejo para complacer a nuestros padres.  Sin embargo, los padres más dignos del nombre querrán algo que no se puede comprar en Best Buy o Wal-Mart.  Querrán que siempre actuemos como mujeres y hombres entregados al bien del otro.  Sí, pueden estar pensando que los cuidemos a ellos mismos cuando se hagan viejos.  Pero con igual preocupación están pensando en nuestros propios hijos y nuestros vecinos: que les tratemos a ellos también con el amor abnegado.  Querrán que tratemos a todos con el amor abnegado.

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