(I Reyes
19:16.19-21; Gálatas 5:1.13-18; Lucas 9:51-62)
Para
mantener la lucha por los derechos civiles los negros de los Estados Unidos
tuvieron un dicho. Les decían a uno y otro: “Guarden tus ojos en el premio”. El
premio fue la dignidad de participar plenamente en la sociedad norteamericana.
Era preciso que se fijaran en la meta porque había distracciones en todos
lados, particularmente los rechazos que continuamente experimentaban. En el
evangelio hoy encontramos a Jesús fijando sus ojos en la ciudad de Jerusalén.
Una vez que hace la determinación de llegar allá, nada va a impedirle.
Jesús ha discernido que es
el mesías enviado por Dios Padre para establecer Su reino. Emprende el camino a
Jerusalén porque allí reside el santuario santo a lo cual todas las naciones de
la tierra acudirán para aprender la justicia. Así nosotros como ciudadanos del
mundo hemos puesto nuestros ojos en una meta semejante. Vemos una sociedad
basada en la dignidad de cada ser humano desde la concepción hasta la muerte
natural. En este tiempo antes del Día de su Independencia particularmente los
estadounidenses se dan a la reflexión en cómo realizarla.
Desgraciadamente encontramos a gentes que no comparten la visión. Algunos dirán que el derecho para la vida de los no nacidos depende de la voluntad de sus madres. Otros piensan que los pobres deben conseguir el cuidado médico por sus propios medios. Nos cuesta aguantar estos planteamientos que tratarían a los seres humanos más vulnerables como si fueran desechables. Tal vez quisiéramos reaccionar a gentes llevando estas ideas con gritos e insultos. Santiago y Juan se comportan con aun más reivindicación en el evangelio. Cuando se dan cuenta que una aldea de samaritanos no quiere aceptar a Jesús, piden el permiso de Jesús a ponerla fuego.
Por supuesto, Jesús no tolera tal indignación. Sabe que Dios ha creado a todos con una conciencia donde resuena su voz. De hecho, en tiempo los samaritanos serán entre los primeros no judíos para aceptar a él como Señor. Así debería ser nuestro talante hacia aquellos que se opongan al concepto amplio de la dignidad humana. Aunque algunos pueden ser gente mezquina aun cruda, muchos de ellos tienen preocupaciones legítimas. Las mujeres saben qué difícil es llevar aun bebitos sanos al nacimiento. Asimismo, un servicio médico que proveerá tratamiento de primera clase a todos los habitantes de la nación va a volver tenso el sistema económico. En cuanto que se puede, nos falta dialogar con ellos de la obligación de cuidar las vidas de los más vulnerables, no destruirlas ni pasar por alto su bienestar.
Siempre vamos a tener a compañeros que quieren hacer excepciones del principio de la dignidad humana. Dirán que hay casos extremos como el embarazo amenazando la vida de la mujer donde sea permisible el aborto. Sí, nos tocan el corazón estos casos como nos parece razonables las peticiones de aquellos en el evangelio que quieren despedirse de sus familias antes de seguir a Jesús. Sin embargo, Jesús insiste que pongamos el Reino de Dios primero. Pero no es que piense que la familia tenga poca importancia. Al contrario, Jesús sabe que cuando cuidamos el orden propio con las exigencias de Dios como nuestra mayor preocupación, vamos a servir a todos mejor. Es lo que ha pasado con muchas religiosas en los últimos cincuenta años. Ellas dejaron a sus familias en su juventud pero han podido volver a sus padres ancianos dándoles toda la ayuda necesaria. De igual manera tendremos que buscar el mejor cuidado médico posible para asegurar que las mujeres con problemas de salud den a luz a sus bebitos sin perjudicar a sí mismas.
A través del país, los norteamericanos están esperando los cuetes del cuatro de julio. Cada ciudad va a dar un espectáculo de fuego para celebrar el nacimiento de la nación. Es sólo justo por un pueblo basado en los principios del derecho de la vida y de la justicia para todos. Es nuestra obligación como discípulos de Jesús de recordarles a todos que no se olviden estos principios en los casos de los no nacidos y los más pobres. Como sus discípulos debemos recordarles que no olviden a los no nacidos y los pobres.
Desgraciadamente encontramos a gentes que no comparten la visión. Algunos dirán que el derecho para la vida de los no nacidos depende de la voluntad de sus madres. Otros piensan que los pobres deben conseguir el cuidado médico por sus propios medios. Nos cuesta aguantar estos planteamientos que tratarían a los seres humanos más vulnerables como si fueran desechables. Tal vez quisiéramos reaccionar a gentes llevando estas ideas con gritos e insultos. Santiago y Juan se comportan con aun más reivindicación en el evangelio. Cuando se dan cuenta que una aldea de samaritanos no quiere aceptar a Jesús, piden el permiso de Jesús a ponerla fuego.
Por supuesto, Jesús no tolera tal indignación. Sabe que Dios ha creado a todos con una conciencia donde resuena su voz. De hecho, en tiempo los samaritanos serán entre los primeros no judíos para aceptar a él como Señor. Así debería ser nuestro talante hacia aquellos que se opongan al concepto amplio de la dignidad humana. Aunque algunos pueden ser gente mezquina aun cruda, muchos de ellos tienen preocupaciones legítimas. Las mujeres saben qué difícil es llevar aun bebitos sanos al nacimiento. Asimismo, un servicio médico que proveerá tratamiento de primera clase a todos los habitantes de la nación va a volver tenso el sistema económico. En cuanto que se puede, nos falta dialogar con ellos de la obligación de cuidar las vidas de los más vulnerables, no destruirlas ni pasar por alto su bienestar.
Siempre vamos a tener a compañeros que quieren hacer excepciones del principio de la dignidad humana. Dirán que hay casos extremos como el embarazo amenazando la vida de la mujer donde sea permisible el aborto. Sí, nos tocan el corazón estos casos como nos parece razonables las peticiones de aquellos en el evangelio que quieren despedirse de sus familias antes de seguir a Jesús. Sin embargo, Jesús insiste que pongamos el Reino de Dios primero. Pero no es que piense que la familia tenga poca importancia. Al contrario, Jesús sabe que cuando cuidamos el orden propio con las exigencias de Dios como nuestra mayor preocupación, vamos a servir a todos mejor. Es lo que ha pasado con muchas religiosas en los últimos cincuenta años. Ellas dejaron a sus familias en su juventud pero han podido volver a sus padres ancianos dándoles toda la ayuda necesaria. De igual manera tendremos que buscar el mejor cuidado médico posible para asegurar que las mujeres con problemas de salud den a luz a sus bebitos sin perjudicar a sí mismas.
A través del país, los norteamericanos están esperando los cuetes del cuatro de julio. Cada ciudad va a dar un espectáculo de fuego para celebrar el nacimiento de la nación. Es sólo justo por un pueblo basado en los principios del derecho de la vida y de la justicia para todos. Es nuestra obligación como discípulos de Jesús de recordarles a todos que no se olviden estos principios en los casos de los no nacidos y los más pobres. Como sus discípulos debemos recordarles que no olviden a los no nacidos y los pobres.
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