El domingo, 13 de julio de 2014

EL DECIMOQUINTO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 55:10-11; Romanos 8:18-23; Mateo 13:1-23)

El papa Francisco tiene toda la popularidad de un Juan Gabriel.  Dicen que sus audiencias tienen cuatro veces el número que tenía el papa Benedicto.  Si fuera a venir a nuestra ciudad, muchos irían a verlo.  No sólo católicos sino protestantes, musulmanes, y a lo mejor ateos también.  La gente busca lo famoso aun si no sean aficionados de él.  Por esta razón muchos se aglomeran alrededor de Jesús en el evangelio hoy.

Jesús les habla con parábolas, eso es, con cuentos que parecen llamativos a la imaginación pero desafiante al entendimiento.  “¿Quién es este sembrador?” la audiencia debería estar preguntando y “¿qué tiene que ver conmigo esta historia?”  Sin embargo, en vez de cuestionar sus propias vidas como receptores de la palabra de Dios, la muchedumbre escucha los cuentos como niños miran las caricaturas.  Pues, para ellos escuchando las parábolas es no más que un pasatiempo.  Porque la mayoría no ve a Jesús como el enviado de Dios más que a un Leonel Messi, no vale a Jesús que les explique las parábolas.

Es posible que algunos de nosotros vengamos a la iglesia con los mismos motivos de la muchedumbre en frente de Jesús.  Faltando la conversión, podemos estar aquí más por un motivo egoísta que por la devoción sincera a Dios.  No seríamos los primeros a acudir la misa para buscar más clientes por el negocio o simplemente para ver a las chicas.  Con este planteamiento la palabra de Dios, como la semilla de la parábola caída en el camino, no fructifica nada en nosotros.

Otros de nosotros asistimos en la misa dominical haciendo caso a las palabras de Jesús con el deseo a ponerlas en práctica.  Queremos ser más atentos a nuestras familias y más generosos hacia los necesitados.  Pero nos olvidamos a pedir a Dios Padre diariamente la gracia para seguir a Su Hijo Jesús.  Como la tierra pedregosa de la parábola, nos mostramos como faltando la profundidad de dar crecimiento a la palabra.  Resulta que quedamos con muchas intenciones buenas y pocos logros cumplidos.

Todavía otros de nosotros comenzamos a actuar en la palabra visitando a los enfermos y sirviendo como lector en la misa.  Pero como la planta creciendo entre espinos más tarde o más temprano nos hacemos sobrecogidos por las aventuras de la vida.  Puede ser algo tan necesario como ganar la vida que gradualmente transforma en la búsqueda de riqueza o algo nefario como la pornografía que nos desvíe del servicio al Señor.

Pero no a todos nosotros nos faltan los medios para dar crecimiento a la palabra de Dios.  Varios de nosotros la apreciamos como la fuente de la vida espiritual.  Como tierra buena que nutre la semilla, nosotros atendemos la palabra por vivir como ella nos mande.  Una mujer, tomando a pecho lo que dice el Señor sobre encontrándolo en los prisioneros, va a la prisión dos veces cada semana.  El domingo asiste en la misa con los detenidos, y el lunes por la tarde les catequiza.  Ha estado sirviendo así por más que seis años con el resultado que muchos hombres salen del encarcelamiento con una fe más firme que jamás habrían tenido si fueran libres.

En la segunda lectura san Pablo escribe a los romanos de la tierra gimiendo con la esperanza.  Es la tierra buena dando crecimiento a la palabra de Dios.  Es nosotros atendiendo a nuestras familias y visitando a los enfermos.  Gemimos porque nos cuesta pasar por alto las aventuras de la vida. Pero no vamos a fallar a servir a los necesitados. No vamos a fallar a servir. 

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