El domingo, 24 de agosto de 2014




EL VIGÉSIMO PRIMERO DOMINGO ORDINARIO, 24 de agosto de 2014

(Isaías 22:19-23; Romanos 11:33-36; Mateo 16:13-20)

En el año 1956 un programa concurso era el programa más popular en la televisión norteamericana.  Llamado “The $64,000 Question” (la pregunta que vale $64,000), el programa atrajo la atención de todos. Desde el Presidente de la Republica hasta el criminal en la calle la gente se sentó ante sus televisores la noche del martes para verlo.  La trama fue sencilla: se le preguntó al concursante una pregunta inicial cuya respuesta valió un dólar y cada vez que respondió correctamente se le duplicó ambos el valor y la dificultad de la próxima pregunta.  Por supuesto, cuando llegaron a la pregunta que valió el máximo de $64,000, el suspenso fue palpable.  Todo el mundo se maravilló de los genios que podrían identificar detalles menores como la firma de Shakespeare.  Bueno, en el evangelio hoy Jesús tiene una pregunta que vale aún más que $64,000.

Jesús pregunta a sus discípulos quien piensa la gente es él.  Sus respuestas son previsibles. La gente ve a Jesús como un profeta como el fogoso Elías o el sufrido Jeremías.  Es como muchos en la sociedad hoy respondería al mismo interrogante.  Según la opinión de muchos Jesús es no más que un gran líder religioso como Mohamed o un reformador venerable como Mahatma Gandhi.  Como en el caso de la gente en el evangelio, llamar a Jesús como un santo o un reformador hace algún sentido. Sin embargo, estas descripciones apenas captan toda la realidad que es Jesús.

Después de buscar la opinión de la gente, Jesús dirige la misma pregunta a sus discípulos: “’Y ustedes ¿quién dicen que soy yo?’”  Quiere una respuesta más acertada, más indicativa de su acompañamiento cercano de él.  Parece que Simón no demora nada para contestarle: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.  Eso es, Jesús es de la misma naturaleza de Dios como un padre y un hijo llevan características comunes.  Ni siquiera Simón todavía tiene un concepto adecuado de esta naturaleza, pero lo importante es que le reconoce a Jesús como hombre divino.  En tiempo Pedro y los demás discípulos aprenderán que la característica más destacada del Padre Dios tanto como el Hijo es el amor.  Eso es, el Creador del universo no domina a la humanidad – el pináculo de su creación -- para dar a sí mismo el homenaje sino la ama para que compartan su gloria.

¿Reconocemos nosotros a Jesús como Dios?  Sí, muchos asienten con la cabeza, pero si es la verdad cumplimos su voluntad.  Como él viene no para dominar sino para servir, nosotros dejaremos los modos bruscos que caracterizan nuestro tiempo para ayudar a uno y otro.  En lugar de comportarnos bien sólo cuando nos miran otras personas, vamos a ser conscientes en todo momento.  En lugar de quejarnos de aquellos que nos dan dificultad, vamos a buscar mejor comprensión entre ellos y nosotros.  En lugar de pensar mal de personas de otras razas y religiones, vamos a rezar por el bien de todos.  Así les invitamos a todos a compartir un mundo mejor.  Si aceptan nuestra oferta, van a ser aceptado por Dios en la vida eterna.  Y si se nos rechazan, bueno, es para Dios a decidir lo que pasará a ellos.  De todos modos, se puede decir que los actos de amor comprenden las llaves del Reino que Jesús encomienda a Simón Pedro en el evangelio.  Sí, son los actos de amor que comprenden las llaves del Reino.

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