VIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO
(Jeremías
20:7-9; Romanos 12:1-2; Mateo 16:21-27)
Una vez
San Francisco de Asís fue a Egipto con los cruzados. El santo no quería matar a los
musulmanes. No, tenía dos objetos
contrarios. O convertiría a los
musulmanes al cristianismo o moriría él mismo como mártir. De una manera u otra habría sido
contento. Resultó que Francisco encontró
al gran califa de Egipto Málico al-Kamil.
El califa retó a Francisco a caminar sobre una cruz y, por eso, cometer
la apostasía. El santo lo hizo
recordando al califa que había tres cruces en Gólgota el día que murió Jesús y
Francisco pisoteó aquella del ladrón malvado.
Entonces Francisco retó a Málico a convertirse al cristianismo. El califa se negó diciendo que si él se convertiría,
sus paisanos matarían tanto a Francisco como a él.
El
encuentro con el califa evidentemente cambió el planteamiento de
Francisco. Cuando se hicieron las normas
para misioneros franciscanos, se estipuló que los frailes no habían de hacer a
conversos con la espada ni habían de provocar a los no cristianos a martirizar
a ellos. Más bien, ellos tendrían que
someterse a los musulmanes como ejemplo de la paciencia de Cristo o que
proclamar a Cristo sin ninguna muestra de fuerza. En la segunda lectura hoy San Pablo les pide
a los romanos algo semejante.
En su
entusiasmo para la fe a veces la gente quiere hacer sacrificios
extraordinarios. Puede ser caminar cien
millas a un santuario o posiblemente ofrecer el pago de un mes de trabajo a una
caridad. Aunque no se burla de estos
ofrecimientos, Pablo en la lectura recomienda otro tipo de sacrificio. Les dice que se ofrezcan a sí mismos. Tiene en cuenta obras de caridad que reflejan
el amor de Jesús a los demás. Por
ejemplo, hay voluntarios de una parroquia que va a la prisión federal cada
quince días para compartir la fe con los encerrados. Otro ejemplo es la gente de otra parroquia que
sirve comida a los indigentes cada ocho días.
“No
tengo tiempo para visitar la prisión”, dirán algunos. Otros agregarán, “No puedo imaginarme en la
calle con los alcohólicos y adictos”.
Está bien; hay cien mil maneras
de ofrecer nuestro tiempo y esfuerzo al Señor.
No es aun necesario que ayudemos con nuestras manos. Si nos toca a orar por los demás, esto
también vale porque nos quita del televisor para pensar en otras personas. Las palabras de Jesús en el evangelio deben
formar nuestro pensar: “’Él que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo,
que tome su cruz y me siga….’”
Vivimos
en un mundo donde casi todos se preocupan de hacerse ricos, de tener a una
persona sexy como pareja, o simplemente de pasar tanto tiempo como posible relejando
ante el televisor. Simplemente por
fuerza de esta deriva contraria no es fácil poner el seguimiento de Jesús como la
prioridad principal en la vida. Sin
embargo, tratamos a hacer exactamente eso porque, como dijo el médico que se recobró
del viro Ebola la semana pasada, Dios ha sido tan bueno con nosotros. También, a lo mejor con el mismo doctor, sabremos
que colaborando con Jesús podremos hacer nuestro mundo – al menos nuestra
comunidad – más sano. Finalmente, no nos
cabe duda que siguiendo a él, llegaremos a un mundo mejor donde no hay ni
matanza ni indigentes. Siguiendo a Jesús
llagaremos a un mundo mejor.
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