El domingo, 28 de junio de 2015



Decimotercero domingo ordinario

(Sabiduría 1:13-15.2:23-24; II Corintios 8:7.9.13-15; Marcos 5:21-43)

Debajo del desierto en el oeste de Texas queda un inmenso depósito de agua llamado el Bolsón Hueco.  Mucha de esta agua es dulce, pero mucha más es salada.  Por un tiempo largo las ciudades de El Paso y Juárez han estado usando el agua dulce de modo que ya su cantidad es limitada.  Entretanto el agua salada ha quedado como el sueño que se puede ver pero de que no se puede aprovecharse.  Sólo en los últimos años se han construido plantas que quitanla sal del agua.  Con este desarrollo el Bolsón Hueco puede suplir las necesidades del área para  agua por décadas si no por siglos.  El evangelio que acabamos de escuchar cuenta de encuentros con Jesús que similarmente dejan a los involucrados más fértiles que jamás se imaginaron.

El pasaje es famoso como ejemplo de la técnica del evangelista Marcos de intercalar historias.  Eso es pone una historia dentro de otra.  Comienza con la petición del jefe de sinagoga que Jesús venga a curar a su hija de doce años agonizando.  Sigue con el relato del encuentro de la mujer que ha sufrido hemorragias por doce años.  Sintiendo desesperada, la pobre mujer se le acerca a Jesús para tocar su vestido.  Maravillosamente queda seca de sangre.  Sin embargo, Jesús no deja a la mujer con una simple curación.  Aunque está en marcha para ver a la niña en peligro de muerte, toma tiempo para sanar a la mujer tanto espiritual como físicamente.  Cuando la mujer se presenta a sí misma a él en respuesta a su exigencia, Jesús la pronuncia “salvada”.  Llegando a la casa del jefe de la sinagoga, Jesús encuentra a la niña muerta.  Los dolientes se burlan de él por pensar que pueda ayudarla, pero no le importa.  Jesús toma a la niña por mano y la levanta del sueño de la muerte. 

La intercalación de las historias sirve primero para intensificar el drama.  Podemos imaginar al padre de la niña angustiado cuando Jesús se detiene para hablar con la mujer.  Diría algo como: “Por favor, Jesús, mi hija está muriendo”.  Pero más importante aún es la manera en que las dos historias subrayan el poder de Jesús sobre la vida.  Esto tiene que ver con el número doce que las dos mujeres afectadas por Jesús tienen en común.  La niña tiene doce años, casi la edad en tiempos bíblicos para casarse y dar a luz a hijos.  Su muerte le quitará este rol tan valorado.  Similarmente las hemorragias le han quitado la posibilidad de la mujer para dar a luz a hijos.  Ya con la intervención de Jesús las dos pueden dar vida.  Sin embargo, tan maravillosa que sea dar a luz a hijos físicamente, no sobrepasa el valor de dar la vida espiritual por el testimonio de la fe.  Ya que las dos mujeres han encontrado la salvación del Señor de la vida, ¿cómo no pueden contárselo a todos?


Todos no son privilegiados a tener a hijos.  Varias parejas tienen debilidades físicas.  Otras personas, por una razón u otra, nunca se han casado ni han tenido relaciones íntimas.  Algunas otras se han dedicado a la castidad para servir al Señor.  Esta condición de no tener a hijos no es triste si aquellos que la viven se dedican a fomentar la vida por la proclamación del amor de Dios a través de Jesucristo.  Puede ser por palabras pero más eficaz aún es el testimonio por obras de caridad.  También las madres y los padres pueden multiplicar la maravilla de dar a luz a hijos por criarlos cerca del Señor Jesús.  Como las aguas saladas del Bolsón Hueco convertidas en agua de beber, estos esfuerzos sirven para siglos.  Realmente sirven para la vida eterna.

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