EL VIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO
(Jeremías
20:7-9; Romanos 12:1-2; Mateo 16:21-27)
En la
década de la “revolución sexual” entre 1960 y 1970 una congregación religiosa
hizo algo inaudito. Para atraer a
jóvenes al sacerdocio la congregación puso una publicidad en la revista Playboy.
En ese tiempo Playboy
pretendía ser intelectual aunque la gran mayoría de los jóvenes la veían por las
fotos pornográficas. La publicidad preguntó:
“¿Puede ser un sacerdote un hombre moderno?”
No creo que
la congregación quisiera sugerir que los sacerdotes deberían leer Playboy.
Sin embargo, evidentemente pensó que sus sacerdotes sean hombres
modernos. De todos modos la publicidad no funcionó
bien. La congregación no ganó muchas
vocaciones y ahora lucha para sobrevivir.
Parece que la realidad respondió al interrogante. Un sacerdote no puede ser hombre moderno si eso
significa conformarse a las modas del tiempo.
San Pablo dice tanto en la segunda lectura hoy.
Desde
junio hemos estado leyendo de la Carta de Pablo a los Romanos. Todas estas lecturas han expuesto la teología
de la salvación. Ya hemos llegado a los
últimos capítulos de la carta donde Pablo explica cómo poner en práctica la
teología. La lectura hoy describe algunos
principios fundamentales. Pablo recomienda
a sus lectores que vivan como se fueran sacrificios emanando aromas agradables
a Dios. Eso es, que se entreguen a Dios
por vivir con el verdadero amor de Cristo.
También les exhorta que no se dejen a sí mismos ser transformados por
los criterios de este mundo. Eso es que
no deben procurar ser personas modernas sino personas rectas.
¿Qué son
los criterios del mundo actual que Pablo nos habría de evitar? No creo que tengan que ver con el uso de los instrumentos
del tiempo como computadoras y celulares.
Tampoco involucrarían los estudios modernos como la genética. Estas cosas nos ayudan ser conscientes de lo
que pasa alrededor de nosotros. A lo
mejor se puede resumir los criterios del mundo hoy en día con tres “-ismos”: el
materialismo, el relativismo, y el individualismo. El materialismo es vivir por la acumulación
de cosas. San Juan Pablo II una vez escribió:
“No es malo el deseo de vivir mejor pero es equivocado el estilo de vida que se presume
como mejor, cuando está orientado a tener y no a ser”.
El relativismo
rehúsa reconocer criterios absolutos para juzgar lo bueno y lo malo. Dicen los relativistas que todo depende de los
valores del pueblo y aun de la persona en un momento dado. Con el relativismo el aborto no es malo
porque muchos lo aceptan. Asimismo el
matrimonio gay está bien porque las parejas del mismo sexo quieren vivir en una
relación comprometida. El relativismo no
toma en cuenta la naturaleza humana. No
le importa que el aborto es tomar la vida de un inocente y el matrimonio gay desafía
el propósito del matrimonio.
El individualismo
casi siempre considera el bien de la persona como más importante que la
comunidad. Por el individualismo los
padres piensan más del éxito en sus carreras que en la crianza de sus niños. Los hijos prefieren poner a sus padres en asilos
que cuidarles en sus propias casas. El
individualismo pregunta primero en toda situación: “¿Qué está aquí por mí?”
En el
evangelio Jesús dice a sus discípulos que tienen que tomar sus cruces y
seguirlo si quieren salvar sus vidas.
Quiere decir que para tener la vida eterna, tenemos que conformarnos a
él no al mundo contemporáneo. Tenemos
que valorar más nuestro crecimiento en la bondad que el aumento en el tamaño de
nuestra casa. Tenemos que reconocer que
algunos actos son malos, diga lo que diga el pueblo. Sobre todo tendremos que sacrificarnos a
veces por el bien de los demás.