DECIMONOVENO DOMINGO ORDINARIO
(Sabiduría 18:6-9; Hebreos 11:1-2.8-19; Lucas 12:32-48)
A menudo al principio de la lectura evangélica escuchamos:
“Jesús dijo a sus discípulos”. Estos
discípulos no eran la muchedumbre que rodeaba a Jesús. Más bien eran la gente que lo seguían de
lugar a lugar. Este grupo se comprendía
de más que los doce apóstoles. Eran
hombres y mujeres de diferentes tipos de clases y oficios. Si fueran viviendo hoy, incluirán ustedes
tanto como yo.
Por razón de que todos bautizados son discípulos, el
Vaticano II hizo hincapié en el llamado a la santidad a todas personas. Todo hombre y mujer deben esforzarse para
vivir como hijo e hija de Dios.
Desgraciadamente muchos, incluso a veces sacerdotes, rechazan el
llamado. Prefieren el placer, el
prestigio, o el poder a ser miembro de la familia de Dios.
En el evangelio hoy Jesús emite el llamado a ser santo en
forma de un reto. Cuenta a la gente que
vendan sus bienes para dar las ganancias a los pobres. Dice que con tal generosidad acumularán un
tesoro en el cielo donde cuenta el máximo.
Conociendo el temor que tienen con tal propósito, les exhorta: “’No
teman’”. Asegura que Dios les proveerá
con los bienes del Reino.
“¿Podemos vivir sin las comodidades terrenas?” nos
preguntamos. Sí podemos, al menos sin
muchos de estas cosas. Me recuerdo de un
reporte de los sordos que forman comunidades entre sí. A veces algunos se enteran de que se les
puede proveer el oír. Pero rechazan la
oferta. Evidentemente están tan satisfechos
con sus amistades que no quieran entrar la compañía a menudo tosca de
oyentes. Si ellos pueden seguir adelante
sin el oír, nosotros podemos seguir adelante sin algunas cosas que consideramos
ahora como necesarias.
Jesús no nos pide que rindamos todas nuestras
pertenencias. No es necesaria que nos
empobrezcamos. Solo quiere que hagamos
sacrificios por el bien de aquellos que no tienen las necesidades verdaderas de
la vida. No es que tengamos que
sacrificar nuestras vacaciones. Pero ¿es
necesario que hagamos un crucero cada año?
No es que tengamos que vender nuestra casa. Pero ¿es necesario que tenemos una en la
ciudad y otra en la playa? Tal vez que sí. Cada uno tiene que decidir por sí mismo lo
importante. Pero nadie puede esquivar el
mandato de socorrer a los pobres.
En lugar de vivir anticipando los paquetes de Amazón, Jesús
nos tendría vivir esperando a él. Hace
aquí una comparación increíble. Hemos
de vigilar para él como un amo de casa vigilaría para un robador. No somos para esperar hasta el final de los
tiempos para su venida. Pues nos viene continuamente. Viene Jesús con los pobres que están
dispuestos a compartir el poco que tienen.
Viene con los trabajadores que se esfuerzan para rendir su mejor
servicio aun cuando nadie los observa.
Vienen en las religiosas que siempre parecen gozosas a pesar de tener un
régimen disciplinado por el bien de sus estudiantes.
En este evangelio Jesús alienta a la gente de no preocuparse
por aceptar los retos de hijos de Dios.
Sin embargo, todas sus palabras no son afirmativas. Advierte a los líderes del pueblo que sean
siempre honrados en su servicio. Por
esta razón santo Domingo insistió que sus frailes no vivieran en lugares
cómodos sino en conventos austeros. El
santo, cuya fiesta celebramos mañana, dio a sus frailes el ejemplo de animar a
la gente con reflexiones profundas sobre la palabra de Dios.
Hemos hablado del evangelio sin decir nada de las otras
lecturas. La segunda lectura es
particularmente relevante. La Carta a
los Hebreos elogia a Abraham y Sara por su fe en las promesas de Dios. La fe es
el principio de la santidad que buscamos.
Pero porque somos humanos, hechos de cuerpo y alma, la fe es más que una
aceptación intelectual de realidades no visibles. Creemos con nuestros cuerpos cuando hacemos
algo en conforme al Dios invisible.
Creemos por hacer sacrificios por el bien de los pobres.