QUINTO DOMINGO ORDINARIO
(Isaías
58:7-10; I Corintios 2:1-5; Matthew 5:13-16)
Un grupo de
jóvenes solían ir a la cárcel cada domingo.
No eran criminales sino universitarios.
Visitaban a los encarcelados para ofrecerles el apoyo. Cuando los vio viniendo, uno de los guardias
siempre hizo un comentario sarcástico.
Dijo a sus compañeros: “Aquí están los bienhechores ingenuos” de nuevo. Los jóvenes no le hicieron caso a su
detractor. Sabían que estaban allí
cumpliendo el plan de Jesús en el Sermón en el Monte. El domingo pasado escuchamos las
bienaventuranzas trazado al comienzo del discurso contando de los fines de la
vida. Hoy oímos lo que sigue, una descripción
con imágenes poderosas de lo que los cristianos hay de ser.
Primero,
Jesús llama a sus discípulos “la sal de la tierra”. La sal no es nada si no es útil. Aun hoy en día usamos cloruro de sodio en
varias maneras. Entre otras, lo ponemos
en comidas para acrecentar su sabor.
Además, en climas fríos se usa para derretir el hielo en los
caminos. En tiempos pasados la sal era
aún más ventajosa. Los antiguos la
usaban para preservar sus productos perecederos, para sanar sus heridas, aun
para sellar sus compactos. Por ocupar el
término en su Sermón, Jesús está indicando que sus discípulos deben ser
serviciales a otras personas. Además de demostrar
el amor, él sabe que ayudando a los demás, van a atraer a los muchos a la
comunidad de fe.
La sal
puede tener cien usos, pero el uso principal de la luz es diez veces más
valioso que cualquier uso de la sal. La
luz facilita la vista y, por eso, al menos metafóricamente el entendimiento y
la sabiduría. Siendo la luz del mundo,
los discípulos mostrarán cómo Jesucristo nos lleva a una vida más cumplidora. Es vivir de tal manera que todo el mundo
quiera imitar nuestros modos, incluso, como indica Jesús, dando alabanza a Dios
Padre.
Una vez una
mujer telefoneó el obispado de su diócesis.
Pidió hablar con un sacerdote. Conectada a uno, le dijo que quería
hacerse católica. Cuando se le preguntó
por qué, ella contó de una católica que trabajaba con ella. Dijo que la compañera era persona tan buena
que quería ser como ella. Ciertamente la
compañera sirvió como una luz en nuestro mundo que a veces parece lleno de
tinieblas.
San Pablo
en la segunda lectura hoy indica lo que nos impide ser sal y luz. Dice que llegó a Corinto sintiendo débil y
temblando de miedo. Asimismo, nosotros
sentimos temeroso cuando pensamos en ayudar a otras personas, al menos a los no
conocidas. Tememos que vayamos a
terminar engañados o, al menos, privados de nuestra rutina que nos provee un `poco
de tranquilidad. Si Pablo describe
nuestro dilema, también prescribe su remedio.
Tenemos que poner nuestra confianza no en nuestras habilidades sino en
el poder de Jesucristo. Rezando a él, no
vamos a fallar. Al contrario, vamos a
traer a otros a él mientras asegurar nuestro destino.
Existe una
organización que literalmente se identifica con la apelación de Jesús en este
evangelio. Llamada "Luz de
Amor", la organización ayuda a los ciegos.
Los miembros transportan a los que han perdido vista a cumplir sus
tareas. También enseñan a los ciegos cómo vivir felizmente con su discapacidad. No sorprende que la organización recibe el
apoyo de una comunidad cristiana. Debe
aspirar todo cristiano ser una "luz de amor".
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