SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
(Éxodo
34:4-6.8-9; II Corintios 13:11-13; Juan 3:16-18)
La mayoría
de los predicadores temen la Solemnidad de la Santísima Trinidad. No saben cómo explicar un misterio tan
profundo que muchos dicen que no hace sentido.
Sin embargo, la doctrina de la Trinidad es la base de la fe
cristiana. De alguna manera tenemos que
decir algo que hace razonable nuestra creencia que Dios es ambos uno y, a la
vez, tres. En el proceso esperamos que
la explicación aumente nuestra fe.
Vamos a
comenzar con la segunda lectura. A lo
mejor fue escogido este pasaje para la misa de hoy porque refiere a la
Trinidad. Como la conclusión de su carta
a los corintios, San Pablo bendice a sus lectores en el nombre de Dios Padre,
Hijo, y Espíritu Santo. Pero otra parte
del pasaje también llama la atención.
Pablo dice,
“Salúdense los unos a los otros con el saludo de la paz”. Lo que quiere decir, y cómo lo han traducido
la mayoría de las Biblias, es “beso santo”. El beso puede ser señal de la paz
entre personas, pero es aún más expresión de amor. Por esta razón la gente extrañaba este acto
simbólico durante las restricciones de Covid.
De hecho, en muchas partes el día hoy la gente todavía no comparte este
gesto de fraternidad antes de la Comunión.
Tal como el aprendizaje de distancia no reemplaza el aula y tal como las
videollamadas no sustituyen la presencia de seres queridos en la Navidad, no se
puede equivaler el blandir de mano con un beso casto.
El beso indica
una relación de amistad entre personas.
No besamos a extranjeros sino a conocidos queridos. También expresa
ambos la alegría de ver al otro y la voluntad para perdonar cualquiera ofensa
que ha cometido. Recordamos cómo el
padre lo “besó efusamente” cuando su hijo pródigo regresó a casa. Con un beso uno alienta sobre el otro
indicando el deseo de compartir su vida con él o ella. Por supuesto, el beso en la misa puede ser
abusado o malentendido. Sin embargo,
desde los primeros siglos del cristianismo se ha usado para expresar el amor y
la unidad.
“Dios es el
amor” – dice la Primera Carta de Juan.
No se podría ser el amor si Dios fuera solo. El amor verdadero siempre tiene un objeto
aparte del yo. Amor a si mismo es realmente
una parodia porque divide la persona en dos.
Es realmente solo el orgullo o, mejor, el egoísmo. Cuando Jesús nos
instruye que amemos al otro como a nosotros mismo, solo quiere decir que
atendamos a las necesidades de los demás como atendemos nosotras
propias.
El amor, que es Dios, ha existido por toda la eternidad. Dios Padre y Dios Hijo siempre han
amado a uno a otro con el Espíritu Santo sirviendo como un tipo de beso entre ambos. Por la enormidad de este amor, se
deseaba que fuera compartido con otros.
Así Dios creó el universo para ser destinarios de su amor. Reservó su afecto más elevado para
los seres humanos, quienes creó en su imagen.
Ellos, eso es nosotros, no solo recebimos su amor sino también hemos de
imitarlo.
El
evangelio nos indica lo extenso del amor de Dios para nosotros. Dice que es tanto que dio a su Hijo único
para que compartamos en su vida divina.
Dios no recibe nada para sí mismo en esta muestra enorme de amor. Pero como cualquier Padre quiere que todos
sus hijos compartan lo que tiene. Si
queremos agradarlo, que hagamos lo mismo.
Eso es que amemos no solo a nuestros familiares y amistades, sino a
todos.
Existe una
palabra hebrea para el amor de Dios que todos los estudiantes de la Biblia
aprenden. Aparece en la lista de
adjetivos que se presenta en la primera lectura. Hesed es amor fiel, generoso, e
inmerecido. En este Solemnidad de la
Santísima Trinidad queremos declarar que el Padre es hesed, que el Hijo es hesed,
y que el Espíritu Santo también es hesed.