DECIMOCUARTO DOMINGO ORDINARIO
(Ezequiel
2:2-5; II Corintios 12:7b-10; Marcos 6:1-6)
Queridos
amigos, continuamos la lectura del Evangelio según San Marcos hoy. Dentro de poco vamos a interromper la
secuencia para considerar el importante tema de la Eucaristía como presentada
en el Evangelio según San Juan. Hay
oportunidad hacer esto y acabar la mayor parte de Marcos porque este evangelio
no es tan largo que los demás. Pero este
no disminuye su importancia. Con su
estilo descriptivo y sus enfoques en Cristo y el discipulado Marcos nos
presenta un programa válido para le vida cristiana.
La primera
lectura tiene Babilonia como su trasfondo.
Varios ciudadanos de Jerusalén, incluyendo el sacerdote Ezequiel, han
estado deportados allá por el rey Nabucodonosor. El Señor Dios ahora llama a Ezequiel ser su
profeta o portavoz entre los exiliados.
Dios dice que los exiliados han sido “testarudos y obstinados” en su
lealtad a Él. Pues, en los años
anteriores ellos desconocían la ley y los profetas hasta que el Señor envió a
los babilonios para humillarlos.
Ezequiel
será un profeta extraordinario. Sus
palabras y sus gestos van a abrir los ojos de la gente a la voluntad del
Señor. Nos dan a nosotros una prevista
del otro profeta mucho mayor seis siglos en adelante. Jesús de Nazaret tendrá profecías y obras que
llaman la atención de todos. Sin
embargo, como en el caso de Ezequiel no es que todos lo seguirán. Pero para aquellos que se humillan para
hacerlo caso, no les cabe duda de que habla por Dios.
El
evangelio hoy nos recuerda del pasaje de hace varios domingo cuando los
familiares de Jesús vinieron a su casa en Cafarnaún. Pensaban que fuera loco y trataron de
llevárselo. Aquí sus paisanos en Nazaret
tampoco piensan bien en él. Ciertamente
no lo consideran un profeta de Dios. A
pesar de que ha explicado bien las Escrituras y que ha curado a enfermos, se
quedan con sospechas. No están
entusiasmados por haber escuchado la voluntad de Dios u orgullosos por tener a
uno entre ellos hablando con gran sabiduría.
Más bien están asombrados como si Jesús fuera un fraude o un fanfarrón
que no sabe tanto como piense él mismo.
Piensan que no es mayor que su madre o sus hermanos que conocen como
personas ordinarias.
Mucha gente
hoy da motivos similares para no aceptar a Jesús como profeta de Dios. Dicen que no han cumplido su promesa de
regresar para llevarnos al cielo.
Además, explican que el mensaje de Jesús no conforma a su manera de
entender la vida. Lo piensan como un
sabio de la historia cuya sabiduría ha sido superada. No quieren seguir su exhortación continua de dar
su vida en el amor abnegado para tenerla para siempre. Más bien, quieren ser gratificados ahora con
el amor erótico.
Sabemos
mejor. Sabemos que la resurrección de
Jesús de entre los muertos ha demostrado la validez de su enseñanza. Aún más importante, la resurrección nos ha
hecho capaces de ser sus verdaderos hermanos y hermanas, herederos de su vida
inmortal. Unidos a Jesucristo en el Bautismo, vivimos como familia tratando a
uno y otro con el amor que no se aprovecha del otro, sino que lo apoya. De
ningún modo es, como dicen los paisanos de Nazaret, que Jesús no sea mejor que
los demás. Es completamente el
contrario. (Por favor, escuchen bien
ahora) Nosotros somos mejores personas por ser sus hermanos y hermanas. Siguiendo en el camino de Jesús, sabemos que
él nos va a encontrar cuando llegue al final del tiempo.