El domingo, 28 de junio de 2020


EL TREDÉCIMO DOMINGO ORDINARIO

(II Reyes 4:8-11.14-16; Romanos 6:3-4.8-11; Mateo 10:37-42)


En una película, basada en la vida verdadera, un muchacho está viviendo en la calle.  No puede volver a la casa de su mamá porque ella es drogadicta.  El muchacho tiene habilidad atlética pero parece que ello va a desperdiciarse.  Entonces encuentra una familia que le ofrece hogar, y su vida cambia.  Se inscribe en una escuela privada donde se destaca como jugador de futbol.  En tiempo se hace la estrella de su equipo universitario y recibe contrato para jugar profesionalmente.  En la segunda lectura San Pablo describe una trayectoria semejante para todo cristiano.

Pablo describe el efecto del bautismo en nosotros.  El sacramento nos incorpora en la muerte y la resurrección de Cristo como si fueran una familia nueva.  Nos volvemos de ser pecadores a ser como santos.  Es tener una vida nueva con Jesucristo como nuestro patrón.  Él nos enseña, nos capacita, y nos acompaña a la felicidad eterna. 

La familia de Jesús no reemplaza la familia natural pero la transciende. Por eso, Jesús exige en el evangelio hoy que sus discípulos amen a él más que a sus padres y madres, más que aun a sus hijos.  No es muy difícil pensar en casos en los cuales la persona deja a sus padres en favor de Jesús.  Nos recordamos cómo San Francisco de Asís se desvistió en público para renunciar los modos de su padre, el comerciante de tela.  Pero ¿cómo se muestra el amor para Jesús más que para un hijo o hija?

Puede ser que la hija de ustedes quiere casarse fuera de la iglesia.  Se ha enamorado con un divorciado y vienen a ustedes para pedir su bendición.  También quieren que financien la boda.  Les da gran dolor a ustedes no sólo porque ella va a estar viviendo en pecado sino también porque va a dar mal ejemplo a sus hermanos.  ¿Qué deberían ustedes hacer en este caso?  ¿Deberían ustedes no asistir en la ceremonia?

Ojalá que no digan que no importa si casan por la iglesia o no.  Sólo el matrimonio sacramental recibe el apoyo de la gracia del Espíritu Santo.  Sólo el matrimonio sacramental puede dar testimonio al amor de Cristo para la Iglesia.  Además Jesús ha prohibido el divorcio de modo que si se junta con un divorciado, esté cometiendo adulterio.

Sería una traición del amor a Cristo apoyar el matrimonio.  No deberían pagar por la fiesta ni entregar a la joven a su novio.  ¿Podrían ustedes asistir en la ceremonia?  No, porque sería reconocimiento de un matrimonio que no creen verdaderamente existe.  Tal vez puedan asistir en la fiesta después para saludar a los huéspedes.  Si lo hacen, deberían expresar su desaprobación del asunto.

Sin embargo, no querrían romper su relación con su hija.  Querrían asegurarla de su amor aunque tienen que decir cómo aman a Cristo sobre todo.  También querrían tratar al hombre con respeto.  Sería difícil para la pareja aceptar su decisión, pero ustedes esperan que en tiempo vean la sabiduría de su postura.  Sería su menester también rezar particularmente que ella un día regrese a los sacramentos.

A veces parece tan duro ser cristiano que nos preguntemos si vale la pena.  Por supuesto que sí.  No es sólo porque tenemos la vida eterna como nuestro destino.  También, incorporados en su familia, conocemos el amor de Cristo todos los días de nuestra vida. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Su mensaje no me ayuda realmente a experimentar el Dios que ama con misericordia sino uno que juzga sin compasión; y eso, no es el Dios que yo sigo.
La gente necesita hoy un mensaje que los haga sentir hijos amados De Dios, y no pecadores sin esperanza de cielo.