El domingo, 12 de septiembre de 2021

 VIGÉSIMO CUARTO DOMINGO ORDINARIO, 12 de septiembre de 2021

 (Isaías 50:5-9; Santiago 2:14-18; Marcos 8:27-35)

 El monseñor Richard Sklba ha sido un don para la Iglesia Católica.  Entrenado como erudito bíblico, se hizo obispo auxiliar de Milwaukee.  A través de los años ocupaba varios puestos responsables en la conferencia episcopal estadunidenses y en la Asociación católica bíblica de América.  Vale la pena ponderar lo que el monseñor Sklba escribió sobre el evangelio de hoy. “…todos nosotros somos seguidores de Pedro – dijo -- pues nuestros testimonios de Cristo son muy inmaduros e imperfectos”.

 En el evangelio Pedro nombra a Jesús correctamente como “el Mesías”.  Él reconoce bien que Jesús ha venido para salvar a Israel.  Sin embargo, Pedro equivoca cuando piensa que Jesús no vaya a sufrir en la obra de la salvación.  Nunca le ocurriría a Pedro en esta etapa de su vida que Jesús sea como el Siervo Doliente en la primera lectura.  Eso es, que aguantará golpes y tormentos, insultos y salivazos para cumplir su misión. 

 Jesús no es gentil en corregir el error de Pedro. Le dice que habla como Satanás cuando dice que no es del Mesías a sufrir.  En tiempo esta enseñanza, que ya le parece incomprensible, hará más sentido.  Pedro atestiguará a la resurrección de Jesús después de su muerte en la cruz.  Habrá visto cómo el sacrificio de Jesús no terminó en la desgracia de la cruz sino en la gloria de la resurrección.

 Los líderes de la Iglesia han experimentado algo del aprendizaje duro de Pedro en este evangelio.  Como Pedro no quiere pensar en un Mesías que sufra, algunos obispos no querían que la Iglesia fuera considerada como mala.  Por eso, trataban de esconder los pecados de sacerdotes-abusadores.  En lugar de quitar a los culpables del ministerio, a veces les daban asignaciones nuevas.  Sí a menudo lo hicieron con la aseguranza de los psicólogos que los culpables fueran reformados. Sin embargo, ignoraban las leyes que requerían el reportaje de tales crímenes a las autoridades. Más lamentable, preocupados por la reputación de la Iglesia, los obispos pasaron por alto las necesidades graves de las víctimas.  Les permitieron a sufrir a solas la trauma de haber sido sexualmente abusados.

 Desgraciadamente la misma cosa tiene lugar con demasiada frecuencia en las familias.  Particularmente perturbador es el hecho que las niñas están abusadas por familiares con impunidad.  Los abusadores no están corregidos por sus crímenes.  A veces los padres ni siquiera quieren escuchar a sus hijas mencionar lo que les han hecho un tío o un primo.  Dicen que no quieren problemas en la familia.  Sin embargo, los problemas solamente crecen con el silencio.  Las víctimas se sienten cada vez peor acerca de sí mismas y los abusos continúan. 

En la segunda lectura Santiago pregunta: “¿De qué sirve a uno decir que tiene fe, si no lo demuestra con obras?”  Santiago tiene en mente el descuido de los pobres, pero se puede aplicar su interrogante al abuso sexual.  ¿De qué nos sirve creer en la salvación de Jesús si vamos a permitir el abuso de niños?  ¿No es que para probarnos como discípulos suyos tengamos que llevar a la justicia a los abusadores y socorrer a las víctimas?  Ciertamente estos interrogantes se aplican a las familias tanto como a la Iglesia en general.

Nos cuesta hablar del abuso sexual.  Es como el famoso elefante en el cuarto cuya presencia nadie quiere reconocer por miedo de suscitar al animal.  Pero a no ser que queramos vivir continuamente con la amenaza, tenemos que hacer algo.  Dios nos ha enviado a Su Hijo para salvarnos de todos pecados incluso el abuso sexual.  Contando con su justicia tenemos que corregir a los culpables y ayudar a las víctimas.   

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