CUARTO
DOMINGO DE CUARESMA
(Josué
5:9.10-12; II Corintios 5:17-21; Lucas 15:1-3.11-32)
El
hombre contaba de su recién nacido. Dijo
que él había empezado a gatear. De
repente el hombre mostró la preocupación.
Añadió que tuvo que conseguir tapadas para las tomas de corriente para
prevenir que su hijo sea electrocutado.
En la parábola del hijo pródigo o, mejor, del padre bueno, encontramos a
una persona bordeando un peligro tan grave como lo del bebito.
El joven
viene a su padre pidiendo su herencia. Harto
con la vida familiar, quiere escapar a otras partes. Se quiere preguntar si se da cuenta de que
está, en efecto, deseando la muerte de su papá.
De todos modos el padre enfrenta ambos cuernos del toro. Pues no quiere que su hijo se marche pero
tampoco desea interferir con su decisión.
Algunos padres de hoy enfrentan situaciones semejantes. Sus hijos dejan la práctica de la religión
que les promete la vida eterna. A la vez
se meten en problemas graves.
Rechazando
su fe, el hombre contemporáneo busca otro motivo de vivir. Particularmente los jóvenes están atraídos
por las aguas de la sensualidad. Quieren
beber, comer, y tener sexo ahora como si no hubiera mañana. Hay que decir que la fe no se opone al sabor
de una salsa, al refrescamiento de una cerveza, ni al placer de la intimidad
matrimonial. Sin embargo, precisa que estos
objetos no son fines dignos del hombre.
Más bien, son productos segundarios que resultan de la búsqueda de las
necesidades de la vida. En la parábola
el hijo menor se pierde en este sensualismo.
Derrocha su fortuna tratando de satisfacer los apetitos materiales.
Pero la
vida con manjares y mujeres no continúa para siempre. En tiempo el joven agota sus recursos
mientras la tierra experimenta un cataclismo.
Él tiene que ofrecerse como peón.
Entretanto se pone a pensar en lo que ha hecho. Se da cuenta de que ha escogido mal camino --
una autonomía falsa -- que no le ha llevado a la libertad sino a la esclavitud. Se resuelve a volver a su padre pidiendo
perdón. Así a veces pasa hoy día cuando
la persona que se ha distanciado de la fe siente la inquietud de reevaluar sus
decisiones. Un inmigrante de México cuenta
de su regreso a la Iglesia. Como niño
acompañaba a su madre a la misa diaria. Pero
eventualmente dejó la práctica de la fe metiéndose cien por ciento en el
trabajo. Se juntó con una mujer que en
tiempo comenzó a arrimarse a la parroquia. Al principio resintió el hecho que
le interesaba a ella el catolicismo, y le amenazó con el abandono si le pidiera
a casarse. Entonces, al leer los
materiales que ella dejó en la mesa de cocina y al ver su paz, se arrepintió de
las malas decisiones del pasado.
Si
algunos buscan el apoyo que ofrece la Iglesia, asimismo la Iglesia se extiende la
mano a los católicos descarriados.
Programas como “Católicos regresen” tratan de alcanzar a los católicos
no practicantes con el mensaje que el culto a lo cual dieron la espalda no es
necesariamente la fe viva de Cristo. Con
todo corazón piden que vuelvan a la misa donde se les podría nutrir con el pan
de la vida eterna. En el evangelio el
padre le ofrece a su hijo no menos que esto.
La gran fiesta que hace para dar gracias por el retorno salvo y sano de
su hijo representa la Eucaristía.
Sin
embargo, todos no están contentos con el regreso del joven. Su hermano mayor murmura que su padre está
premiando mal comportamiento. Con no
menos amor, el padre se extiende a este hijo malcontento consolándole que va a
recibir todo que tiene. Es posible que
algunos de nosotros asemejemos a este hermano.
Sí, asisten en la misa dominical pero no quieren ayudar a la Iglesia en
la búsqueda de hermanos extraviados. No
quieren mostrar su fe en público ni quieren acreditar a Dios para sus logros en
la vida. Es decir, “quiero llegar al
cielo pero no me importa lo que pase a otras personas”. ¡Por lástima!
Pues el cielo – la vida eterna con Dios – es para aquellos que muestren
la solicitud por los demás.
A la
primera lectura el libro bíblico Los hechos
de los apóstoles tiene que ver con las hazañas de Pedro, Esteban, y
Pablo. Pero para aquellos que hayan
leído la obra varias veces hay otro protagonista más destacado. No es un apóstol sino el Espíritu Santo. Él es detrás de todo plasmando las bases de
la Iglesia. Podemos decir algo semejante
de la parábola de del “hijo pródigo”. La
figura del padre, representando a Dios mismo, determina toda la acción. Él ama a todos: en esta historia ambos al hijo descarriado como
al hijo malcontento. Dios ama a todos.
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