EL
SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA
(Hechos
5:12-16; Apocalipsis 1:9-11.12-13.17-17; Juan 20:19-31)
Los “milagros”
ocurren todo el tiempo. Los vemos
particularmente en la medicina moderna.
Las víctimas de accidentes severos, una vez consideradas como
desahuciadas, ya regresan al trabajo.
Hace cincuenta años las cataratas necesitaban cirugía que internó al
paciente por días, pero ya están tratadas
en minutos. Escuchamos de maravillas
semejantes en la primera lectura describiendo la vida de la primera comunidad
cristiana.
Dice el
pasaje: “Los apóstoles realizaban muchas señales milagrosas”. Las palabras nos causan la inquietud. Nos preguntamos si realmente había grandes
números de curaciones físicas. O
posiblemente fueran sanaciones espirituales como, por ejemplo, pasan con los adictos
cuando reciben un nuevo motivo de vivir.
Otra posibilidad es que fueran invenciones del escritor exhortando la fe
en Jesús.
La
historia no sólo cuenta de la multiplicación de curaciones sino también la de
los creyentes. De hecho, relaciona las
curaciones con la crecida de la fe, pero no cómo esperamos. No dice que más gente creía porque veían
muchos milagros sino el contrario. Reporta
que los hombres y mujeres creen, y entonces sacan a los enfermos en camillas
para curarse. ¿Qué pasa?
Tenemos
que recordar que estamos leyendo de los Hechos de los Apóstoles, el libro
bíblico que destaca al Espíritu Santo. Al
principio del libro el Espíritu inunda a los apóstoles con la fuerza a predicar
el señorío de Jesús. Ya no tienen ni la
vergüenza de hablar de una persona ejecutada como criminal ni el miedo de
contar de la resurrección de la muerte.
Pero la obra del Espíritu no termina por poner en acción a los apóstoles
sino sigue a guiarla al término. Funciona
como la cocinera orquestando un banquete
a escondidas en la cocina. Así el mismo
Espíritu nos posibilita a nosotros creer en Dios a pesar de la tendencia
moderna de rechazar todo lo espiritual como superstición.
Por eso,
no tenemos que poner nuestros dedos en las llagas de Jesús para decir que ha
resucitado de la muerte. Ni tenemos que
dudar la presencia de Dios en todos instantes de la vida. Recientemente un cristiano se lastimó su mano
cayendo de bicicleta. No consideró el
percance como evidencia de la no existencia de Dios. Todo el contrario, le dio gracias a Dios
porque no se le quebró la mano. Nosotros vemos el dedo de Dios siempre metido en nuestras vidas. Sí, nos pasan
contrariedades pero por sus sucesos estamos invitados a una relación más
íntima con el mismo Dios. Aun podemos
definir la fe como una nueva manera de ver.
Eso es, nosotros cristianos vemos la realidad penetrada con la gracia de
Dios. Aunque nunca podemos comprobar o
negar Su existencia por lo que nos pase, parece que sí cosas buenas nos pasan
con gran frecuencia. Por eso, no nos
sorprenden los estudios indicando que los pacientes que recen recuperan de sus
enfermedades con mayor frecuencia que los demás.
Y ¿cómo
vamos a entender las curaciones de los enfermos en la lectura cuando les pasa
sobre ellos la sombra de Pedro? No hay
magia en su sombra sino están curados por su nueva fe en Jesús. Esta fe les permite ver el amor de Dios en
todo lo que les suceda. Sí, hay
curaciones que se pueden probar. También
hay espíritus levantados de modo que no más sientan el dolor. Hay además el apoyo de compañeros que hace el
dolor aguantable. La sombra representa
el alcance de este amor como lo de un gran árbol donde se puede descansar
durante el verano.
Parece
que todo el mundo ya tiene televisor de panel plano. Una vez que se vea este fenómeno, no se pregunta
¿por qué? Las pantallas de panel plano
son más grandes y sus imágenes más claras que jamás se han visto. Es una nueva manera de ver la
televisión. Así llamamos la fe una nueva
manera de ver la realidad. Con la fe
percibimos el alcance de Dios más grande en nuestras vidas. Con la fe parece más claro Su amor.
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